DOS MUJERES

DOS MUJERES

Las dos mujeres vivían lo suficientemente cerca como para conocer lo que la vida les había designado, a cada una, a lo largo de esos tantos años. Ambas habían adquirido notoriedad pública por sus actividades, pero nadie imaginó que sus existencias terminarían cruzándose aquel día de otoño. Una de ellas, aquel día, lloró como tantas veces lo había hecho a lo largo de cuarenta años, luego secó sus lágrimas y se fue caminando hacia la sede de Abuelas. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de ocasiones en que esperara una prueba de ADN que podría llegar a ser la causal de encuentro con aquello tan ansiado. A lo mejor, esta vez recuperaría a ese nieto del que nunca había visto su rostro, como tampoco había vuelto a ver el rostro de su hija desde que se la llevaron, y luego de secuestrarla y torturarla, la habían pasado a condición de “desaparecida”.

La otra mujer, ese día no lloró. Es posible que no tuviera motivos para hacerlo. Su hija, que la visitaba dos, y hasta tres, veces por semana, le ayudó a ponerse el traje sastre, ese que tanto le gustaba usar para asistir a las reuniones con los ministros de la corte. Uno de los nietos, de los cuatro o cinco que tenía, la acompañó hasta el automóvil donde la esperaba su chofer, que la trasladaría en su lujoso automóvil de vidrios polarizados y a prueba de impactos, hasta el palacio de justicia.

El cruce fue fugaz, inadvertido por ambas mujeres. En realidad, el único que estuvo atento fue el chofer, que frenó el auto, a la salida del garaje, para que pudiera pasar caminando esa mujer con la mirada brillante de lágrimas y esperanza. Luego acomodó el espejo retrovisor y miró, casi indiferente, acaso por lo cotidiano, a esa mujer con la mirada oscura de cinismo y egolatría que, aquel día de otoño, iba dispuesta a sentenciar que era justo que los hombres que habían secuestrado, torturado y hecho “desaparecer”, y se habían apropiado de los hijos  de sus víctimas, recuperaran su libertad. Derecho penal liberal, susurró.
El vehículo, con la mujer sentada en el asiento trasero, partió raudo y se mezcló con el intenso tráfico de esa calle. La otra mujer siguió caminando y se mezcló con los transeúntes que poblaban la vereda.

Italo Barrionuevo
La Yerba aún está Buena. El otoño gime en  mayo. El dos mil diecisiete sigue esperando.


Imagen: “Guillermo KUITCA. De la serie “Nadie olvida nada”. Acrílico sobre tela. 0,47 x 0,60 m. 1982. (Captura de internet)