Pasas de Uva Sultanina sin Semilla

Pasas de Uva Sultanina sin Semilla

Pedir 20 pesos de almohaditas de avellana a los 31 años suena menos varonil que pedirlo a los 20. Desconozco la razón, pero lo acabo de comprobar. También me di cuenta de que no hay preocupación más burguesa que la intranquilidad de saber que al barral de la cortina del departamento nuevo le faltan las piecitas que van en las puntas. “Punteras” me imagino que les dirán en la tienda, mientras uno intenta elaborar una definición para un objeto tan indispensable como su definición (no vaya a ser que la punta de un palo se vea como la punta de un palo).

Sí, compro cereales en un local de cereales porque en el súper sé que voy a ir a parar a la caja registradora a la que se le termina el rollo de papel justo cuando me toca a mí. La próxima voy a gritar “¿A qué cajera se le está por terminar el papel, así directamente me voy ahí y terminamos con toda esta incertidumbre de mierda?” Es como en The Truman Show: ninguna registradora tiene papel y están todos esperando a que yo salga del súper para empezar a cagarse de risa.

Me pongo a leer las etiquetas de los enormes tuppers en las repisas, que así como sirven para guardar herramientas, también sirven para guardar: pasas de uva sultanina sin semilla, mix tropical, copos de maíz sin azúcar, mix mediterráneo, mix universo, (no, ese último es mentira, pero me tenté), almohaditas de avellana, de chocolate, de limón, de frutilla, cereales para diabéticos, granola Premium, mix gourmet, etc. (tuve que anotar el “etc.” porque no confiaba en que me iba a acordar de escribirlo aquí, nunca lo sabremos).

Delante de mí hay un chico que pide no sé cuántos gramos de azúcar impalpable, no anoté ese detalle pero era bastante; el chico tenía uno de esos aros expansores en una oreja y el pelo teñido de negro, como si estuviese en una banda de New Metal del 2003. ¿Un pendejo rockero comprando tanta azúcar impalpable?, pensé; o está por estafar a un grupo de cocainómanos y fugarse de la ciudad o está parando en lo de su abuela.

A todo esto, mi celular emite sonidos de auxilio casi inaudibles, como Kate Winslet sobre la puerta del Titanic cuando pone cero pilas para hacerse oír. Sorry, loco, estamos lejos de casa, pienso, como si se lo dijese a un perro… y el perro tampoco entendería.

El tipo pone el azúcar impalpable en la bolsita que está sobre la balanza, cierra el tupper de donde acaba de sacar el fino polvo blanco y se asegura de cerrarlo bien en todo el perímetro, luego mira el número de la balanza y dice: “¿te agrego 50 grs más así llegamos a los 20 pesos?”,  y el chico dice que sí. ¿Cuándo alguien pudo negarse a semejante pregunta? Creo que el primer tipo en negarse a que le agreguen unos gramos más a algo, para redondear el billete, fue el primero en animarse a estacionar en triple fila en una calle de 4 carriles. Esa, esa es gente con huevos, carajo.

El viejo tiene que abrir de nuevo el Tupper. La comisura de uno de mis ojos empieza a temblar. Giro a la izquierda, donde está una señora terminando de atender a una pareja con un cochecito; los dos cargan camperas de cuero. Un minuto antes de eso, ella le preguntaba a él si llevaban semillas de amapolas y él, con cara de  “llevá lo que quieras, pero terminá de una vez”, respondía “sí “, amablemente, mientras disipaba el estrés cerrando los puños en el manillar del cochecito.

“¿Quién sigue?” “¡Yo!”, digo, con toda honestidad, no como esas señoras que dicen “yo” y saben que no siguen ellas; pero como no es un crimen punible, lo dicen igual. Luego de que me dan mis dos bolsas de cereales cerradas, una con un sellador térmico y la segunda con un nudo -no sé por qué al tipo le pintó lo artesanal después de haber demostrado su capacidad industrial con la primera- me voy a buscar la moto al estacionamiento. Llego a mi casa, agarro el celular, veo un ovejero alemán tomando agua de una pecera en cámara lenta y decido terminar el texto acá.

 

Patricio Corvalán

 


Patricio Corvalán
Diseñador Industrial, Ilustrador.