(In)confortablemente sentada

(In)confortablemente sentada

(In)confortablemente sentada

(Crónica desventurada de un recital de Roger Waters en River Plate, presentando The Wall).

 

En el colectivo hacia el estadio de River, me agarra un ataque de alergia de esos que ya no vienen. Me bajo y me compro un Hexaler Cort en un farmacity. Con esto zafo, infiero, en un arranque optimista. Antes de entrar al estadio, compro dos pebetes de jamón y queso para mi amiga Patricia (sí, sólo salgo con amigas que se llaman igual que yo, así soy de freak) y para mí. Llego hasta la entrada. El portero me dice “tiene que comer el sandwich antes de entrar”. Le contesto “tome, se lo regalo, no tengo hambre”, mientras pienso “ojalá que el pebete tenga una cucaracha agonizante adentro, pelmazo de cuarta”. Empieza el show. No veo nada. Tenemos fila 64, platea VIP (Veo Infinitamente Poco). Dos brasileros gigantescos, con minas ídem, se sientan delante nuestro. Uno de los tipos agarra su celular y empieza a filmar TODO el show, quitándome el pequeño trocito de visión del escenario que yo tenía. Le digo “por favor, podés apagar tu celular que no podemos ver NADA? Se lo digo así, con mayúsculas suplicantes. El tipo balbucea algo en portugués que jamás lograré saber y apaga su celu. Después de dos temas, lo vuelve a prender. Repito mi pedido anterior, esta vez levemente menos conciliadora. El tipo se da vuelta, profiere improperios en brasilero y lo apaga. Igual, delante de él… hay una INMENSA maraña de celulares que filman. Merde. Agarro unos binoculares profesionales que me había prestado mi sobrino, para intentar descifrar algo de lo que acontecía en el escenario. Logro ver al tipo que canta (Un)comfortably Numb, a 100 km de distancia, y luego al violero, gracias a que se paran SOBRE la pared de ladrillos -falsos, para evitar algún acto de venganza por parte de probables espectadores iracundos. El sonido es estupendo, pienso, para consolarme un rato. Bendigo al chancho negro que vuela sobre nuestras cabezas… porque lo puedo VER!!! Jamás había sentido esta afinidad por los porcinos, excepto, quizás, cuando mi mamá hace costeletas de cerdo con puré de manzanas. Lo filmo al chancho y todo, tapando la visión del pobre tipo que estaba detrás mío, y que no protesta, un divino él. A Waters lo veo sólo proyectado en la pared. Maldigo a Roger y bendigo a Lumiere o el que sea que haya inventado el proyector, todo al mismo tiempo. Los efectos son alucinantes, me digo a mí misma, tratando de convencerme de que el gasto valía la pena. Mientras, me tomo una Levité de manzana que tenía escondida en la campera, para que no me la quite el tarado que a esta hora, y si hay una especie de deidad vengadora, debía estar deglutiendo la cucaracha con jamón. Termina el show. Ahí ya puedo ver todo el escenario, salvo por el detalle de que ya no hay nadie sobre él. A la salida, hay kioscos VIP (Vendemos a los Incautos que Pagan), con todo tipo de remeras oficiales de The Wall, más muñequeras, llaveros y pins. Mi amiga y yo comentamos, astutas: “No era una obra contra el sistema, el capitalismo y el establishment?” y nos cagamos de risa (autocompasiva, obvio). Fuera del estadio, hay miles de vendedores de remeras truchas, a mitad de precio. Compro una muñequera con el martillo y la hoz, para mi hijo, a $20, feliz de haber conseguido algo barato. Caminamos una cuadra, en medio de la marea watersiana, y hay un tipo que las vende a 10, el maldito. Vamos a una pizzería, con mi amiga, mi hermano y mi cuñada, y nos comemos una mitad rúcula y mitad caprese, para ahogar nuestras penas en millones de calorías. A la pizza, mientras duró, la vi de cerca. Una suerte.

Patricia Salazar