APÁTRIDAS DEL ABRAZO

APÁTRIDAS DEL ABRAZO

Ante casos alarmantes de violencia extrema sobre las infancias de las que es y ha sido testigo la sociedad tucumana, Sin Miga se propuso ir a la búsqueda de una voz que, por conocer ese territorio, hablara desde el seno mismo de aquella realidad. El joven Diego Toloza, artista visual, estudiante avanzado de abogacía y Referente en el Programa de Acompañamiento para el Egreso de jóvenes sin cuidado familiar (PAE) Nación, dedica toda su producción teórica y práctica a esta problemática que lo atraviesa y desde ese lugar de coherencia nos ofrece su análisis y su testimonio.

 

 

APÁTRIDAS DEL ABRAZO

Por Diego Toloza

 

El abrazo que no damos es el agujero que dejamos en las infancias
Susy Shock

 

Tomando un café sentado en un bar de la zona céntrica de San Miguel de Tucumán, en medio de servilletas abolladas con intentos de escritura sobre infancias vulnerables y vulneradas, escucho a lo lejos el final de una conversación entre dos señoras de barrio norte, con las zapatillas doradas y sus perros pequeñitos, cuya conclusión es- “lo mejor que le podría haber pasado a esa nena es haber muerto“. A pesar del horror, como quien anda con el corazón desbastado de ser espectador cercano de esas realidades, intento no juzgar y plantearme un camino de entendimiento para esa frase, que sin dudas, es el un resumen perfecto de lo que Freud plantea en “Lo siniestro”, en o cual lo extraño se presenta como conocido y lo conocido se torna extraño.

Diego TOLOZA, Ojalá. Fotografía. 30 x 50 cm. 2020

Tomo mis auriculares, abro el reproductor de música y escribo niñe. Reproduzco la primera canción de la lista y escucho una plegaria para, Ella, esa “niña dormida, pensando que quizás se sienta gorrión esta vez, jugando en los jardines de un lugar que jamás despierta encontrará”[1]. Entonces, surgen las preguntas ¿cuántos lugares le fueron negados?, ¿cuántos lugares más le hubiesen sido negados si hubiera podido sobrevivir? .

En los márgenes, a veces el horizonte tiene un velo grueso como una bruma espesa, de esas que ves sólo si estás esperando el colectivo un día de invierno a las cinco de la mañana con el corazón en la boca y los dedos duros por el frío; o también a través de un ventanal en una villa turística en donde las montañas son verdes y un desayuno cuesta lo mismo que en un día de trabajo, gana un repartidor en moto de delivery, de esos con mochila roja. El espesor del velo es casi proporcional al estado de precariedad del barrio, y su distancia suma una capa más por cada kilómetro que te alejás del micro centro de la ciudad ¿Es que acaso que puedes imaginar ver tu horizonte (tu futuro) através de un velo compuesto por más de veinte capas? La visión limpia de una vida diferente es sólo un rincón más entre los lugares que le fueron negados a Ella. Es que la vida en los márgenes no es nada fácil. Pero no lo es debido a la precariedad en sí misma, sino por el significado que entraña. Para muchxs, “villa“ es sinónimo de delincuencia, violencia y hostilidad, y cuando venís de allí, te cuesta admitir tu origen (otra cosa más que le pasaría a Ella). Negar tu origen es doloroso, pero mucho más cuando lo hacés para poder sobrevivir, porque es una de las formas que inventás para decir que sos una persona honesta, convirtiéndote así en una gran contradicción.

Exploro en internet las cifras actuales sobre violencia, mortalidad y natalidad infantil y pienso, ¿cuál es el mundo que pretendemos dejar a las infancias, si usamos números para hablar de personas, historias, realidades, vidas y/o muertes? La violación, la violencia familiar, los femicidios, ¿son números?, ¿o son las preguntas que nos dejan esos números?

En “Estado Global sobre la prevención de la violencia contra los niños2020”, la ONU dice:

(…) en el último año, se calcula que en el mundo hay hasta 1.000 millones de niños y niñas de entre dos y diecisiete años que han sido víctimas de abusos físicos, sexuales, emocionales o de abandono. De este número, unos 300 millones son menores de dos a cuatro años que a menudo sufren castigos violentos a manos de sus cuidadores; unos 40.150 niños fueron víctimas de homicidios y se estima que 120 millones de niñas han tenido algún tipo de contacto sexual contra su voluntad antes de cumplir los veinte años. Según datos del gobierno nacional, en la Argentina, el 53% de los casos de abuso sexual infantil se produce en el hogar de la víctima, el 18% de los casos se produce en la vivienda del agresor y el 10% en la casa de un pariente es decir que el 63% de los abusos se produce en el ámbito familiar. En un 47%, estos se originan entre los seis y doce años. Cuando la agresión proviene de un allegado a la familia (el 75%), en un 40% el abusador es el propio padre y en un 16% el padrastro. A su vez, el 89% de los agresores es de género masculino y en cuanto a la edad de estos el 49% tiene entre dieciocho y cuarenta años, el 39% tiene entre 41 y sesenta y el 12% más de 61 años.

Insisto, ¿podemos seguir pensando que estos números no son preguntas directamente dirigidas a este mundo adulto cínico?

Diego TOLOZA, Casa de medio camino. Fotograma de videoperformance. 1,13’. 2019. Descripción: Una y otra vez ,el performer intenta erigir una casita construida con una frazada de la Casa Cuna “Instituto de Puericultura Alfredo Guzmán” obtenida mediante un trueque pero, en cada intento, el peso del material hace que ésta desplome inexorablemente.

Tomo un taxi y me dirijo hasta mi Villa Urquiza natal. En la vereda me topo con Miguel, “Miguelito”, como yo le llamo. Me dice que se alegra de verme, que le avise si sé de alguna changa mientras empuja su carro de ruedas de bicicletas y chapas viejas llenas del pasto que lleva para darle a su caballo, que está en su casilla justo a una cuadra de mi casa. Con la idea del desabrazo y de lo siniestro rondando por mi cabeza, me asalta un pantallazo de mi infancia, de cuando Miguelito y yo éramos niños y a mí me preocupaba que me vieran con mi madre dejándome en la escuela con los pantalones llenos de lavandina luego de estar toda la mañana limpiando la casa de un funcionario público actual de Tucumán que la tenía “en negro”. A Miguelito en cambio, le afligía que su mamá tuviera una hija, “si nacés mujer la pasas mal. Mi hermana la va a pasar mal”, repetía. Seis años después, a mis doce años, entendí que, si sos mujer en el mundo de Miguelito, la pasás mal. Un día vi cómo, entre llantos y súplicas, a los empujones su madre metía a la hermanita en la casa del vecino soltero y medio loco, mientras recibía una bolsa con comida, y, cerrando la puerta él le decía que la pasara a buscar en un rato.

Prendo la televisión y veo una entrevista a una poeta trans-sudaca habla sobre el hallazgo de la palabra crianzas en el idioma portugués. Según ella, aparte de parecerle lúdico y poético, este vocablo refiere a la acción de “criar“ en tanto acto colectivo, entrañando con ello la idea del amor responsable, la pedagogía de la sinceridad y la capacidad de enfrentar a un mundo adulto cínico porque, ¿cuándo seremos capaces de preparar una buena comida, de sostener una cálida charla, fuertes abrazos y de entonar la dulce y necesaria canción de cuna para esas infancias que nacieron en los márgenes?

No se trata de una pregunta retórica, sino una que tiene como respuesta un categórico nunca. O nunca,al menos hasta dejar de deslindar responsabilidades entre individuos, sociedad o Estado, sin comprender que la crianza es, ante todo, una acción colectiva; revocando así el poder de acciones como mirar con desprecio a lxs niñxs pobres y a sus madres luchando por acceder a un “plan, la hostilidad hacia el Otro y sus obstáculos para crecer.

 

Diego TOLOZA, Casa de medio camino. Fotograma de videoperformance. 1,13’. 2019

Con todo esto a flor de piel, decido visitar a mi sobrino y mientras él me cuenta que no le gusta ir a la escuela “por compu”, me muestra sus muñequitos de plastilina y me relata que se hizo amigo del vecino, que hace las compras con su mamá y que ya todos lo conocen en el nuevo barrio, mi cabeza no se aparta de las noticias que hablan de Ella, esas en forma de crónicas, que contaban que a Ella ningún vecino la conocía, o que yo leo entre líneas, ningún vecino decidió mirar antes que verla. Que Ella que ahora es motivo de noticias y consternación social pasajera, ningún vecino la conocía, y no porque fuera invisible, aunque suene poético decirlo, sino porque decidieron no mirarla, mimetizarla con el paisaje y hacer lo mismo con su sufrimiento.

Ya es de noche y estoy a horas de presentar lo que escribí para Sin Miga, pero no encuentro forma de cerrarlo, todo ese desamor que se me atraviesa en la garganta no me permite finalizar, porque me enseñaron que los finales tienen que ser felices, porque en ese acto, mi mayor deseo es poder terminar, no con un texto, sino con el desabrazo a las infancias. Algo que definitivamente hoy es una utopía. Creo que cualquier final para este relato es indigno, pero me gustaría terminar con una plegaria que escribí, hace un tiempo, y llamé “Casa de medio camino”.

¿Cómo hacer visible eso que falta? ¿Cuál es el rostro de aquello que nunca hemos conocido?

Intento.

Intento.

Intento creer que esta vez nada va a colapsar,

quiero jugar a que todavía no nos aplasto el mundo,

que podemos habitar, habitarme, habitarte,

hacer de esto algo “nuestro”,

hacer que las cosas funcionen más allá de mis fantasías.

¿Cómo habitar en permanencia con la certeza de que todo hogar es transitorio?

Aprender a habitar ese abrazo y todos esos rincones que antes nos fueron negados,

Tener el acto egoísta, tal vez,

de prometer, prometerme, prometerles que este hogar no se va a derrumbar,

también mentirme dulcemente que al desabrazo se le borra el des.

Porque…

¿Cómo llamar hogar a eso que nunca hemos habitado?

 

(En memoria de Rocío Rojas. Perdón por este mundo que no te supo abrazar).

 

 

[1]“Plegaria para un niño dormido”, de Luis Alberto Spinetta.


Bibliografía


Diego Manuel Toloza
Artista visual, Referente en el Programa de Acompañamiento para el Egreso de jóvenes sin cuidado familiar (PAE) Nación, estudiante de la carrera de Abogacía en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNT, Técnico Universitario en Fotografía, gestor cultural, docente, tallerista e investigador bajo el Programa de Formación de Recursos Humanos de la Facultad de Artes de la UNT. 

Imagen de tapa | Diego TOLOZA, Ojalá (fragmento). Fotografía. 30 x 50 cm. 2020