La inmortalidad literaria

La inmortalidad literaria

La inmortalidad literaria

Por Ricardo E. Gandolfo

 

“Es extraño pensar en vos ahora, que te has ido sin corsé ni ojos, mientras camino por la vereda soleada de Greenwich Village. / el centro de Manhattan, luminoso mediodía de invierno, me pasé toda la noche despierto, hablando, hablando, leyendo el Kaddish en voz alta, escuchando los blues de Ray Charles gritar ciegos en el fonógrafo”.

Así comienza Kaddish, el poema notable donde Allen Ginsberg intenta exorcizar la presencia de su madre en su vida, poema conmovedor donde va describiendo, con esa mezcla de prosa y metáfora en la que Ginsberg era maestro, las vicisitudes de la existencia de su madre y su progresivo deterioro hasta culminar en la muerte y, a la vez, desarrollar una meditación extraordinaria sobre la finitud humana.

Una obra que subrayo, porque escribir sobre la muerte sin deshacerse en llantos, sino como una ocasión de reflexionar sobre la vida, resulta, sin duda, un logro que sólo puede alcanzar un poeta o un sujeto excepcional. Excepcional en tanto su escritura desarrolla lo que, a todas luces, intentamos siempre ocultar, el dolor, la distancia, y también el reproche ante la desaparición de quien amábamos (u odiábamos, también sucede), reproche que suele ser inconsciente y producir síntomas curiosos, como un exceso de sufrimiento o una indiferencia sospechosa.

Ante la pérdida, el sujeto humano tiene muchas formas de reaccionar. No las enumeraré porque abomino de esa forma de la psicología que comienza por indicarnos cómo sentir y termina por anularnos en nuestro pensar. Diré simplemente que cualquiera de estas formas disimula, enmascara, la verdadera naturaleza del objeto que hemos perdido, que siempre, aunque lo nombremos de alguna manera, es enigmático e impulsa a la tristeza y al abandono. Los psicólogos y psiquiatras llaman a esas formas depresión, término que oculta al objeto, es decir a la causa, y que solo se limita a indicar un estado de ánimo borroso e impredecible.

A mí me gusta hablar de tristeza, una pasión difícil, que añora el objeto pero que no se identifica con él y que con el tiempo cede y da lugar a nuevos encuentros y nuevas elecciones. Más difícil es la melancolía, verdadera muerte del sujeto que derrumba y destruye y finalmente (no siempre, por supuesto) lleva a la supresión de la vida como única alternativa para escapar a ser uno con lo perdido, es decir, perderse también uno mismo.

Muchos escritores afirman que la tristeza es indispensable para escribir bien. Desconfío de esas afirmaciones, creo que tienen un error fundamental. Para escribir bien hay que poseer talento, cosa indefinible pero fácil de reconocer. La tristeza es secundaria. Concedo que algo no tiene que andar bien para producir un poema, por ejemplo. Pero esa disfunción no tiene por qué ser triste, muchas veces el malhumor sirve, la indignación, el deseo de otra cosa e inclusive una alegría moderada que se dirige a una perfección que no existe, también ha gestado poemas de una calidad indiscutible. El amor celebrado con humor es también una fuente magnífica para escribir una novela o versificar sin exigencias. También el aburrimiento, la envidia, el deseo, es decir, otras pasiones más allá de la tristeza.

Me parece que la falacia de que sólo la tristeza o la desolación producen obras de valor brota de confundir la vida de los escritores y artistas con su obra. Nadie duda de que Edgar Allan Poe tuvo una vida desgarrada, su alcoholismo y su angustia acabaron con la misma en pocos años. ¿Pero bastan esos datos biográficos para comprender la causa de sus obras? No los creo suficientes, dado que hay alcohólicos en demasía en nuestra civilización y son pocos los capaces – por no decir ninguno – de producir los magníficos cuentos de horror de Poe. Esta reflexión debería – pero no lo hará, estoy seguro – alejar a los cultores de la desgracia como método para dotarse de un talento literario. Buscar el desasosiego, la intoxicación, la destrucción sistemática de lo bueno y alegre de nuestras vidas para conseguir escribir una novela o poema inolvidable me parece tan banal como idiota.

Otra cosa es padecer (y a todos nos pasa) un sufrimiento personal o una adicción y, a pesar de eso, producir una obra extraordinaria donde la maestría del artista deja en las sombras las deficiencias de la persona, sus miserias y su desaliento. La poesía de Dylan Thomas vale mucho más que los whiskies irlandeses con los que se deleitó excesivamente a lo largo de su ajetreada vida.

Para volver a nuestro amigo Allen Ginsberg y su poema, rescato estas líneas conmovedoras del final:

“Un año más tarde, me fui de NY – en la Costa Oeste en una cabaña de Berkeley soñé con su alma – que, a través de la vida, bajo qué forma permanecía en ese cuerpo, ceniciento o maníaco, ida más allá de la alegría – cerca de su muerte – con ojos – era mi propio amor bajo esa forma, la Naomi, mi madre en la tierra todavía – le mandé una larga carta – & escribí himnos a los locos – Obra del misericordioso Dios de la Poesía”

Y, más adelante, concluye:

“¡Oh Elohim! – entonces, al final – 2 días después de su muerte recibí su carta – ¡Extrañas Profecías nuevas! Escribió: – “La llave está en la ventana, la llave está en la luz del sol en la ventana – Yo tengo la llave – Cásate Allen no tomes drogas – la llave está en las rejas, en la luz del sol en la ventana. Con amor, tu madre” que es Naomi”.

Donde estalla con toda claridad una causa de su poesía, el huir de su madre, loca y amada a la vez, y solo poder alejarse a través de un poema del sufrimiento y de la liberación de su muerte. Es esta redención de las miserias de la vida lo que la poesía puede lograr y se ve eso en este poema de Ginsberg y, me atrevería a decir, en cualquier poema. La creación de un mundo donde aún el sufrimiento y la muerte están escritos y por eso viven para siempre en la inmortalidad equívoca de las obras de arte.

 

 

 


Ricardo E. Gandolfo
Nació en Las Termas de Río Hondo, en 1953. Se licenció en Psicología en 1976. Ha publicado Diario de Babel (Sudamericana, 1981), Ajenos al Vecindario (antología en colaboración, Último Reino, 2009) y Bazar Japonés (Ediciones en Danza, 2012). Practica el psicoanálisis y fue Profesor Titular en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Tucumán. Poemas suyos han aparecido en diversos diarios y revistas del país. También publicó Ensayos Analíticos (2000).