Amadeo Gandolfo

Amadeo Gandolfo

En abril del 2009 me recibí de Licenciado en Historia. Y como tantos otros que se recibieron de esa carrera hermosa, no sabía qué hacer. Estaba desempleado, había trabajado más bien poco hasta entonces, no tenía idea de cómo insertarme en el mercado laboral y, además, no había hecho el profesorado, con lo cual mis posibilidades de trabajo se reducían mucho. Fue ahí que apareció la posibilidad de concursar por una beca CONICET y de continuar mis estudios con un doctorado y dedicarme a la investigación. Lo cual era una forma, también, de concretar el motivo que mencionaba a menudo cuando me preguntaban porque estudiaba historia: “quiero escribir sobre lo que me gusta”.

Además, era una buena oportunidad para hacer algo que siempre había querido: mudarme a Buenos Aires. O sea que la elección por la investigación, como la mayoría de las decisiones importantes en la vida de una persona, no fue producto meramente de la pura y diáfana “vocación”, sino una combinación de elementos y deseos. Así que consulté con algunos profesores de la facultad para conseguir el contacto de algún académico de Buenos Aires que quisiera dirigirme, viajé para allá y conocí a quién sería mi primera directora: Marcela Gené. Entregué los papeles correspondientes, esperé, gané.

Los cinco años en los que cursé mi doctorado fueron mi prueba de fuego. Ahí, realmente, aprendí a investigar, algo para lo cual la carrera de grado me había preparado muy escasamente. El primer seminario que cursé fue un desastre, me inscribí en un curso sobre el pensamiento político de Carl Schmidtt (autor del cual no conocía absolutamente nada), seducido por el nombre y sin mirar el programa; me sentía completamente incapaz de entender de qué estaban hablando. Pero fue durante esos años que descubrí que me gustaba la investigación. Que, una vez superado el desafío de ponerme al día con la bibliografía y ciertos modos de pensar, me encantaba la sensación de ser una especie de detective de papel, construir un argumento, emplear diversos métodos para llegar al dato o a la textura, cruzar perspectivas teóricas diversas para enriquecer el punto de vista con el cual tratás tu objeto. Por supuesto que, como cualquier trabajo, hay cosas que nunca terminaron de agradarme, como el lenguaje impersonal en el cual se escriben los papers. Durante esos años trabajé bastante (en la tesis, esa cosa omnipresente en la mente de todo becario) pero sobre todo me formé en una habilidad precisa y que vinculaba la pesquisa, la escritura, la comunicación y, eventualmente, la posibilidad de formación de otros en el mismo camino.

¿Y de qué trata mi investigación, se preguntarán ustedes? Bueno, de historieta y humor gráfico en Argentina en un sentido amplio. Comenzó siendo sobre la caricatura política en el período 1955-1976, las imágenes de los políticos, las revistas y los dibujantes; luego pasó a ser sobre Jules Feiffer (autor norteamericano de historietas satíricas, novelas gráficas y libros infantiles) en relación a su influencia en Argentina; y ahora me encamino a comenzar a investigar a Oski (Oscar Conti), aquel gran ilustrador y dibujante de historietas que inventó una nueva manera de graficar la historia del hombre y el absurdo del mundo en sus láminas llenas de hombrecitos de ojos saltones y pajaritos sin alas. Como corresponde a un objeto que sólo recientemente ha vuelto a ser objeto de la investigación académica, su abordaje implica siempre una combinación multidisciplinaria en donde la historia, la historia del arte, la sociología, la semiología, los estudios literarios y las ciencias de la comunicación tienen algo que jugar. Porque en definitiva la historieta es un objeto industrial, masivo, que es a la vez un arte, que es a la vez un trabajo, que es a la vez un lenguaje, que es a la vez una forma narrativa. Y muchas cosas más. Y conocer sobre ella explica cosas sobre la política de nuestro país, la historia de nuestros medios, la comercialización y transmisión de imágenes y modos de contar de Estados Unidos y Europa para aquí y viceversa, la cultura de las clases populares y medias, y sobre el pasadizo comunicante invisible pero permanente entre las “artes menores” y las “artes mayores”.

Y en los últimos 10 años el campo de estudios sobre historieta y humor gráfico creció de una manera muy estimulante de ver, cubriendo vacancias y retornando sobre algunos temas con nuevos ojos y nuevas herramientas. Podemos mencionar, sin ánimo de realizar un repaso extensivo, los estudios sobre el oficio del dibujante y sobre la inmensa, polimorfa e inagotable obra de Copi, de Laura Vázquez (mi segunda y fundamental directora de tesis; los trabajos de Pablo Turnes (con quién editamos una revista de crítica sobre historieta) acerca de Alack Sinner de Muñoz y Sampayo y la obra de Alberto Breccia como una de las bellas artes; el reciente libro de Mara Burkart sobre Humo® que rescata a la revista en toda su complejidad como agente cultural y político bajo la dictadura; los trabajos de Laura Fernández sobre Oesterheld y su obra como herramienta política y sobre las elaboraciones y rememoraciones en historieta recientes, en torno a la dictadura iniciada en 1976, que tienen mucho que ver también con la investigación de Sebastián Gago alrededor de las lecturas políticas de El Eternauta y la obra de Robin Wood; los artículos de Facundo Saxe sobre la obra de Ralf König y el comic queer, que también encuentran continuidad en los textos de Mariela Acevedo acerca de la historieta femenina y feminista; la exploración acerca de los inicios del medio en Argentina y las primeras tiras de prensa de José María Gutiérrez y Judith Gociol (a cargo, además, del Archivo de Historieta y Humor Gráfico de la Biblioteca Nacional); los artículos muy diversos, académicos y periodísticos, acerca de historieta y humor gráfico, siempre con un ojo en lo visual y otro en lo narrativo, de Federico Reggiani; la reconstrucción de la historia de la página de historietas de Clarín por parte de Florencia Levín; la exploración de “hombres domados” y “mujeres fuertes” en las tiras de prensa norteamericanas de los años veinte y treinta realizada por Marcela Gené… Los ejemplos se multiplican y cada año observamos nuevos nombres sumarse a un campo de estudios que se encuentra en plena expansión y que diversifica sus temas, sus discusiones y su riqueza conceptual.

Asimismo, el desarrollo de este campo permite la alimentación de actividades suplementarias que enriquecen la escena local de producción de historietas, como la redacción de libros de divulgación de este tema, la colaboración en la tarea investigativa de fundaciones, bibliotecas y ministerios, el empleo del cómic como herramienta educativa en la escuela primaria y la secundaria, la organización de reediciones y restauraciones de obras olvidadas o pasadas por alto, la curatoría de muestras y exhibiciones, la organización de eventos dedicados a la historieta y otras artes. Todo esto alimenta un circuito que da respuestas y trabajo alrededor de una de las formas artísticas más ricas de Argentina, una liga en donde no tenemos nada que envidiarle a Estados Unidos o Francia y Bélgica (por nombrar tres países emblemáticos de la producción de historietas mundial) y que ha dado algunos de los artistas más representativos a nivel mundo.

Si todo esto parece una larga carta justificatoria es porque es imposible ignorar la situación actual de la investigación científica en Argentina, con un brutal y repentino recorte de los ingresos a carrera de investigador en el CONICET (el “salvo” al que aspiran muchos becarios, el puesto fijo que los rescata de la precariedad) que dejan a muchos recursos humanos formados durante años en la calle. Si bien la discusión sobre el CONICET como única alternativa para quién busca dedicarse a la investigación es una discusión válida, y la articulación con otras instancias estatales y privadas necesaria, la política actual no es una de lenta y meditada reorientación y apertura de nuevas vías, sino de cierre desordenado de carreras y de opciones de vida. Lo cual se troca en un brutal nuevo darwinismo para encajar en las pocas vacantes subsistentes y, para aquellos que quedan fuera, el crecimiento de la angustia y la desesperación por reinventarse en un mercado laboral incierto. Asociado al cada vez más frecuente acoso y desprestigio en las redes sociales por trolls anónimos, los investigadores nos vemos replegados a una situación de justificación de nuestras actividades y de lucha continua que, a la vez, no puede ser atendida de manera plena por las mismas exigencias de nuestro trabajo. ¿Pelear por evitar los retrocesos o trabajar para mantenerse en carrera aun cuando la recompensa del puesto de investigador es más incierta que nunca, o justificar nuestro trabajo desde una posición defensiva? En todas estas opciones se desatiende algún frente que, hasta hace poco tiempo y con todas las carencias del sistema científico argentino, se encontraba al menos garantizado dentro de un horizonte de expectativas. En definitiva, muchos de nosotros nos encontramos divididos como sujetos, con un futuro que es una incógnita y, en algunos casos, vislumbrando como una alternativa cada vez más seductora llevar las habilidades que desarrollamos en nuestro país al exterior. Pero bueno, al menos leímos, escribimos y aprendimos, y quizás la regularidad a la cual nos acostumbramos fue una anomalía. Lo cual, también, habla con una inmensa melancolía de los vaivenes de este país.


Amadeo Gandolfo (1984)
Es licenciado en historia y doctor en ciencias sociales. Escribe y mantiene el blog El Baile Moderno (www.elbailemoderno.com) desde el año 2007. Es co-editor, junto con Pablo Turnes, de la revista de crítica de historietas Kamandi (www.revistakamandi.com). Publicó en Crisis, Los Inrockuptibles, Mancilla, Haciendo Cine y otros medios. Lee cómics desde los ocho años, escucha canciones desde mucho antes y ama el pop.