POEMAS | Ricardo Gandolfo
Brilla Osaka
Brilla Osaka
bajo la luz enorme de sus fuegos artificiales
en tanto sobre los edificios algunos pájaros vislumbran
una oscura noche. Es el siglo XXI
y los japoneses parecen haber olvidado Nagasaki.
Y también Hiroshima, por qué no,
donde la paz fue conquistada a fuerza de vidas
japonesas. Sí – dijeron los marineritos orgullosos
los pilotos que no sabían nada, los generales
dispuestos a beber un trago más de bourbon-
es hora que les demos su merecido.
Y así la tierra se abrasó bíblicamente
(aunque de la Biblia no sabían nada)
Y la tierra tembló y miles de pequeños
demonios asiáticos desaparecieron.
Sin embargo la bahía ahora vuelve a cantar
sobre el mar que parece hecho de lienzo negro
bajo sus aguas se agita Godzilla
aunque nadie pueda verlo todavía.
Brilla, brilla
por siempre, hermosa
y ornamentada como las laderas del monte Fuji
luego de la nieve. Brilla, una vez más
para que la noche del siglo que transcurre
nos acostumbre a comer más arroz y pescado
a viajar por el mundo como hormigas enloquecidas
a fotografiarlo todo, incluso las almas
de los desconocidos, a construir enormes
centrales nucleares que se desmoronan,
a dictaminar que nuestra realidad es ilusión
en tanto las fábricas producen miles de microchips digitales
y a cumplir los siete preceptos de Buda
mientras movemos los piececitos al compas
de una cantante imaginaria.
El amor es terrible
El amor es terrible- dijo
Y luego se voló la ajustada tapa de sus sesos
Usando una pistola que su abuelo
Había también utilizado.
No con el mismo objetivo, es cierto.
Si no con un propósito
Certeramente más preciso:
Devolver a su origen a gorriones
Que habían infestado techo y paredes
del garage.
Pero él estaba dispuesto a matarse
Ocupado con eso, desde muy pequeño
Supo que todo invierno
Comenzaría muy temprano, y luego
No se iría más. En las noches calurosas
su cabecita loca erraba
por parajes sombríos y tumultuosos.
Siempre pensando en que la oportunidad
era avara. Quiero decir
mezquinaba su encuentro.
En lugar de la muerte él conoció a esa hermosa
señorita. Toda llena de vuelos y artificios
que algunas noches
le hacía ver profundos amaneceres
con la luz apagada
y otras tardes lo enceguecía
a fuerza de callarse, insinuante.
Quiso amar – es cierto- quiso
Ser uno con la bella, volverse
Él también bello. Por las noches
Secretamente se miraba las axilas
Se pasaba las manos por el pecho
Soñaba con hermosos cosméticos
Derramándose sobre su cara, intuía
Que la seda sería una tenue
Caricia sobre sus piernas peludas.
Mas todo concluyó. La bella
Oyo el llamado de la naturaleza
O la razón (que poco importa),
Y se alejó con paso firme, casi militar.
Entonces comenzó ese calvario
Más parecido a una comedia de enredos
Que a un drama (aunque el sufría, es cierto)
Su calva apenas cubierta por una peluca.
Su tortuosa barriga ajustada
Con una faja robada a una tía descuidada.
Sus pies enfundados en tacones lejanos,
En el oscuro crepúsculo recitaba
Endechas de un poeta florentino.
Que no ayudaron, por supuesto.
Arribó así a su destino: la bala
Alcanzó limpiamente su cabecita loca
esa que había oído hace ya muchos años
que en un oscuro crepúsculo sería semejante
a los dioses griegos, más parecido incluso
a un centauro, con la mitad del cuerpo
bellamente cubierto por espeso pelaje
y el resto, decididamente, una dama.
La Momia en la sastrería
La vieja y olvidada Momia revive floreciente
y, luego de asesinar a un campesino prospero,
dos maestras,
un distraído agricultor,
tres policías y su perro,
retorna a la ciudad de la cual nunca debió haber salido.
La casta noche la recibe con un sonido opaco.
Mientras vaga con paso lento por las calles
tediosamente decoradas
oye (es un decir)
la musiquita de unos tangos tristísimos
saliendo de la radio de una sastrería de barrio.
La Momia piensa
(si tal cosa fuera posible,
no olvidar
que ha estado soñolientamente muerta unos
miles de años)
piensa que esa princesa la metió en un buen lío
y, mientras los pedazos de tela
se desgarran y flotan sucesivamente,
ingresa en el negocio
cuyo cartel de “Costuras a buen precio”
le da la bienvenida suavemente.
El cuarto oscuramente iluminado,
y los ojos brillantes del encorvado sastre
dan la nota.
La Momia piensa
(si se pudiera decir esto. No hay que olvidar
que un cerebro vaciado con agujas y algún líquido secreto
es delicadamente endeble)
“Papiros, cestas de mimbre, Nefertiti
camellos, enormes tumbas
palmeras,
decisivas túnicas de algodón africano,
pirámides elevadas sobre el polvo
de cien mil esclavos,
arpas y astrologías”
Y luego se embute en unos pantalones de pana
en una perfumada camisa de blanquísima seda ,
en unos mocasines de atildado cuero.
Le basta
ladear la gorra que el sastre
le ofrece para ocultar
dos o tres vendas que escapan reverentes,
para saber que ahora
esta cerrada muerte caerá sobre ti
sobre nosotros,
y que en la dulce noche
nadie estará tranquilo mientras duerme.
Y luego, mata al sastre, incendia
el opaco negocio, se ríe
a carcajadas silenciosas
de la noche y su música
camina por las calles empedradas
convertido en un perfecto caballero
entra en la Bolsa
y allí realiza sus sangrientos negocios
silbando una vieja melodía del Nilo
recordando a la astuta princesa,
a los hombres con cabeza de perro
y a las mujeres con vientre de serpiente.
Imagen de tapa: Eduardo Joaquín, “Los Mirantes”, tinta china, pluma.