LUCHO
(Enojada desde la conciencia “real” de la desaparición hasta ayer…escribo):
Tomando un helado con mi hija Zoe de ocho años, le conté que yo estaba enojada con su abuelo Lucho a raíz de su desaparición. Me había convencido de que él tenía “culpa” por no haber valorado más a su familia y que debería haber tenido el miedo “suficiente” como para tomar la decisión de irse al exilio, aunque más no fuera a San Javier. Sé que aún sabiendo que lo buscaban no dudó en quedarse, no temió por su vida y sólo pidió a su hermano que cuidase a su familia hasta que los militares advirtieran que él no “había hecho nada”. (Le habían dicho explícitamente un mes antes del secuestro que su nombre estaba en una “lista” y que los militares querían eliminar a los “rojos”).
Sin dudar, la respuesta de Zoe fue: no entiendo cómo podés pensar que el abuelo no quería quedarse a cuidar de su familia, de vos, de la abuela. ¿Cómo podés enojarte con él? Yo en tu lugar, estaría enojada con los militares. Ellos se lo llevaron. El abuelo debe haber sufrido por no poder volver. No quiero que estés enojada.
He insistido en el enojo constante y persistente con Lucho. He imaginado y construido muchas historias vinculadas a su desaparición, que nos abandonó, que se fue con otra mujer, que estaba en el extranjero, que estaba escondido, que había enloquecido y que por eso no regresaba… obviamente en distintas etapas de mi vida había escuchado alguno o todos estos argumentos. En efecto, haber sufrido lo que el Estado hizo con la mayor impunidad me ha provocado mucha angustia en distintos momentos. Entiendo que el terrorismo perseguía paralizar a toda la sociedad y eso perdura aún hoy en muchas de las víctimas vivas. ¡En mí!
A mi papá se lo llevaron al mediodía. Esperaron a que saliera de su casa un lunes veintiuno de Junio de 1977, después de haber saludado a su mujer y a sus hijos. Yo, de tan solo dos años y medio, puedo decir que me he visto en la mesa para comer de bebés, recibiendo sus mimos ese día y siempre recuerdo la intensidad de su cariño. Necesité y busqué saber de su vida, a lo largo de la mía, en distintos momentos y con diferentes grados de profundidad, por eso he intentado registrar su trayectoria en un video testimonial que es hermoso pero que no puedo volver a ver ni terminar. Una y otra vez leo la biografía escrita por Lucía, la hermana de mi madre, pero nunca llego a completar su imagen. Envidio a todos los que lo conocieron. Mi hermano Javier tiene muy presente la forma en que Lucho los hacía jugar a él y a Rodrigo. Yo recuerdo en cambio que me salvó la vida un día en el que me tragué una moneda… Adoro encontrar en otras personas sus facciones, su modo de ser, el ejemplo de su militancia. Pero sé que, descontando mi memoria, sólo la Verdad y la Justicia, hoy y siempre nos servirán para seguir luchando por lo que creemos: un mejor lugar para vivir todas y todos.
Mariana Sosa, 20/6/18.
Imagen de tapa: Damián Esteban DÍAZ, Lucho y familia. Acrílico sobre lona vinílica. 0,20 x 0,30 m. 2018