CURIOSIDAD SEXUAL

CURIOSIDAD SEXUAL

Desde la escuela de mi hija nos convocaron a una reunión con el fin de informarnos que tendrían clases de educación sexual. Desde luego, apoyo la iniciativa y la celebro. Sin embargo, otros padres estaban sumamente asustados: “¿de qué le hablarán a mi hijo?”, “¿cuál será la postura que tomarán sobre ciertos temas?”. Yo sólo podía mirar al techo y resoplar por algunas pacaterías que escuchaba.Nos regalaron un cuadernillo, súper completo, editado por el Ministerio de Educación y Salud de la Nación y no recuerdo qué otro organismo. El texto estaba bastante más completo que los famosos “¿De dónde venimos?” o “¿Qué me está pasando?”. Si tenés entre 25 y treinta y pico de años, los recordarás muy bien, ya que ésas, y solamente ésas, fueron nuestras fuentes de información, además de lo que podíamos escuchar y suponer.

La verdad es que mucha bibliografía, en esa época y en Tucumán, no teníamos. Tampoco, claro, existía internet. Nuestros padres, los de mi generación y en particular los míos, fueron muy “open minded” en muchísimas oportunidades y acontecimientos, pero de sexo, lo que se dice sexo propiamente dicho, mucho no nos hablaban. Suponían, calculo, que ya lo sabíamos todo.

Recuerdo estar bastante obsesionada con una idea fija: podía recordar perfectamente que vi el video de “De dónde venimos” con mis primos, en el que contaban una experiencia sumamente placentera y que se sentían como cosquillitas. Eso es lo que más me intrigaba de “hacer el amor” (y claro, cada vez que escuchaba esa conjunción de palabras, me reía pícara y nerviosamente (¡Jijiji hacer el amor jijiji! – más o menos así-).

También me preocupaba el asunto de “quién iba arriba de quién”, puesto que había visto, en una película, que ella estaba arriba de él. Y en el video educativo que vi con mis primos, él estaba arriba de ella. Lo cierto es que yo -no sé cómo decirlo sin volver a sonrojarme- no entendía cómo encastraba la cosa, por así decirlo.

Ni hablemos de la posibilidad de pensar en dos hombres juntos y dos mujeres juntas. Esas cosas no aparecían en los libros. Sin embargo, para mi grata sorpresa, en el cuaderno que nos regalaron en la escuela de mi niña, sí se hablaba de este aspecto de la sexualidad como una posibilidad natural de la vida.

Tan obsesionada estaba yo con el sexo, que siempre pispeaba en el video club las cintas prohibidas; espiaba a todos los adultos que podía y trataba de obtener información de donde podía. Y hasta me tomé como una cruzada personal el informar a mis pares más cercanos acerca de todo lo que iba investigando. A mis pares y a mis mayores cercanos.

En un viaje a Disney que compartí con mi bobe (abuela, nona, buba), aproveché para conseguir información a la que antes no había accedido. Es que siempre me llevé muy bien con la tecnología: en el hotel de Miami, si mal no recuerdo, -tenía sólo 10 años en ese entonces- descubrí que había ciertos canales de televisión a los que se ingresaba mediante un código que se escribía en el conversor. Allí podía ver gente desnuda y ver cómo era “hacer el amor”. Entonces, llamé a mis primas y a mi hermana mayor. La bobe había salido a pasear. Como sea, el gato no estaba y los ratoncitos se divertían.

Mis primas y hermana, que eran tres años mayores que yo, vinieron a educarse conmigo frente al televisor. Y así fue, hasta que nos aburrimos o nos dormimos, no lo sé. Lo que sí recuerdo es el pacto de silencio que hicimos.

Al día siguiente dejábamos del hotel rumbo a otro destino. Pero el micro no salió y nos tocó esperar por varios minutos. No sabíamos qué pasaba. Un conserje del hotel, supongo, vino corriendo al ómnibus con un papel en la mano y se dirigió a todas las familias que viajaban en el tour: “¿hay alguien aquí de la habitación 123?”.

Mi bobe, de unos setenta y pico largos, levantó la mano. El conserje le dio el papel que tenía y ahí la bobe comprobó que era la factura de las películas condicionadas que habían sido proyectadas la noche anterior. Jamás lo olvidaré: U$S 20. Ella juraba y perjuraba (imaginen a una anciana de pelo y piel blancos como la leche, los ojos más transparentes y más buenos que hayan visto, inmigrante de marcado acento polaco, chiquitita, dulce) que nunca en su vida había visto una película de ésas. Imagínenla, así de blanca, con sus mejillas coloradas, agitada, desesperada. Imaginen también a los integrantes del tour, riéndose y cuchicheando unos con otros acerca de la viejita calentona que había visto películas pornográficas.

Por supuesto que todo se aclaró unos minutos después. La bobe pagó enojadísima la deuda, nos castigó en el próximo destino (no pudimos conocer las Bahamas) y las cuatro nietitas quedamos como “las pícaras y traviesas niñitas”. Yo, por supuesto, y como casi todos los seres humanos, no despejé todas mis dudas hasta muchísimo tiempo después, con la experiencia misma.

Mi hija, desde luego, no me permite que le hable de nada. Jamás me preguntó absolutamente nada y si yo llego a insinuar “la charla”, se niega rotundamente. Ese debe ser otro castigo que me envía la bobe, desde arriba, aún avergonzada.

 

Bárbara Tarcic
Guionista, realizadora audiovisual, docente de Guión en la Escuela Universitaria de Cine, Video y Televisión de la UNT, narradora.

Imagen de tapa: Emiliano D’AMATO MATEO, Principio. Poliestireno expandido, masilla epoxi, pintura acírilica, tela y pétalos de rosa. Acrílico y tela. 2010 (Colección Lobato Coronel)