BRASIL Y EL VOTO DE LA VERGÜENZA

BRASIL Y EL VOTO DE LA VERGÜENZA

BRASIL Y EL VOTO DE LA VERGÜENZA

Por Celina Ibazeta

 

El domingo 28, día del ballotage en Brasil, salí a hacer las compras en Humaitá, barrio de la zona sur de Río de Janeiro, ciudad en la que vivo desde hace 12 años. Para mi sorpresa tuve la misma sensación de expectativa y entusiasmo que cuando se juega un partido de fútbol. No parecía día de elección. Las personas vestían la camiseta de su candidato. La calle se dividía en pocos colores: rojo y blanco contra amarillo y verde. Aquí los hinchas siempre expresan su pasión deportiva a través de la ropa y este gesto, sin lugar a dudas, había migrado a la política.

En su última aparición, Fernando Haddad les había pedido a sus seguidores que vistieran de blanco y no de rojo, como es habitual. Esta actitud buscaba asociar el Partido de los Trabajadores a la lucha por la paz en un final de campaña teñido por la violencia y la intolerancia. Durante los meses anteriores a la elección se produjeron numerosos ataques y agresiones, en su gran mayoría, por parte de los votantes de Jair Bolsonaro. Sin olvidar que el propio Bolsonaro sufrió un cuchillada en el abdomen durante un acto público.

El pueblo brasileño se había politizado como nunca antes lo había visto. De repente, el único tema del que se hablaba y por el que se peleaba era la política. El discurso conservador y provocadoramente agresivo de Bolsonaro hacia mujeres, homosexuales, negros e indígenas, a favor del libre porte de armas, indiferente a los derechos humanos y despreocupado de los temas de medioambiente no daba lugar a posturas tibias. Familiares, parientes y amigos comenzaron a desconocerse en discusiones acaloradas y también a distanciarse. De a poco se fue abriendo la grieta, esa tan conocida por nosotros.

A la tensión de los últimos días no la sentí este domingo. Todos parecían esperanzados. Los electores de Haddad salieron a votar con un libro en la mano para apoyar la moción de su candidato de que Brasil necesitaba más libros y menos armas. Los simpatizantes de Bolsonaro optaron por la camiseta de la selección brasileña de fútbol, la “verde amarela”, muy usada también en los actos masivos contra la corrupción política. Pensé que la ilusión se debía a que ambos candidatos se habían aproximado bastante en los últimos sondeos y el resultado final no parecía algo definitivo. Se hablaba de una posible “virada”, una vuelta inesperada y sorpresiva de los indecisos que le diera la victoria al Partido de los Trabajadores. El otro grupo confiaba plenamente en la diferencia, que por más que hubiera disminuido un poco, existía. Los ánimos de ambos lados estaban en alto.

Hasta la siete de la tarde no hubo ninguna noticia de boca de urna . Ningún número o cifra aproximada que pudiera aliviar la ansiedad. La primera información fue el resultado final y definitivo: Bolsonaro presidente. En ese momento no pude evitar pensar en su discurso durante el juicio político a Dilma Rousseff en 2016. Su voto a favor del impeachment se lo dedicó a la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, quien fuera el torturador de Dilma. En ese momento era impensable considerarlo un candidato con chances serias de llegar a la presidencia. ¿Qué pasó entonces?, ¿Por qué el discurso del odio se convirtió en el discurso de la mayoría?

No sé si es posible dar una respuesta convincente. Es una realidad compleja. Los analistas políticos consideran que la falta de credibilidad en los gobernantes debido a los escándalos de corrupción y el aumento de la violenta fueron dos fuertes razones por las cuales se optó por Bolsonaro, candidato que levantó la bandera del orden y la lucha contra el crimen, la criminalidad, autoenunciándose como político intachable y honesto en franca lucha contra la corrupción. Para el PT existió una tentativa de golpe que comenzó con el juicio político a Dilma y cristalizó con la prisión de Lula y la victoria de Bolsonaro. Muchos brasileños que deseaban fervientemente un cambio, después de 13 años de gobierno petista, incluso sin que les gustase o convenciese totalmente Bolsonaro, vieron en él la única alternativa para lograrlo. Con este tipo de electores me crucé varias veces y el argumento que repetían para justificar su voto era “peor de lo que está, no va a estar”, “vale la pena arriesgar y cambiar”.

Si aceptamos que la crisis económica y política y la inseguridad fueron razones lo suficientemente poderosas como para pasar por alto gravísimas afirmaciones contra los derechos humanos y contra grupos comunmente llamados minoritarios como mujeres, gays, negros e indios, tenemos que admitir también que hubo una falta de políticas estatales que impidieran que estos temas se relegasen a un segundo plano. Reflexionar sobre la manera en que el Estado brasileño manejó el tema de derechos humanos es central para entender esta falta de sensibilidad del electorado a la hora de votar.

Si bien Bolsonaro es un militar retirado, su mesa chica está constituida por militares. Su vicepresidente es Hamilton Mourão, general de reserva del Ejército. En una actitud similar a la de Bolsonaro llamó a Brilhante Ustra “héroe” y en 2017 llegó a insinuar una posible intervención de las fuerzas armadas en caso de que las instituciones no resolviesen el conflicto político. Pero esto no fue ni será necesario. Con este nuevo gobierno se inicia una nueva etapa en Brasil en la que un pequeño grupo de militares se reinsertan en la vida pública por vía democrática. Hasta ahora, si no me equivoco, no había pasado algo semejante en otros países de la región que han vivido una experiencia dictatorial. Y en Brasil no fue poco, duró 21 años.

La ley de amnistía es clave para entender el Brasil actual. Promulgada en 1979 por el gobierno militar fue fundamental para la transición a la vida democrática. Permitió el regreso de los exiliados, la libertad a los presos políticos y eximió a los militares de ir a juicio y responder por sus actos. En 2010 el Supremo Tribunal Federal negó el pedido de la Orden de Abogados de Brasil (OAB) para que se revisara la ley a fin de posibilitar el enjuiciamiento de los militares involucrados en actos de lesa humanidad. En 2011 se constituyó la Comisión de la Verdad, durante el gobierno de Dilma Rousseff. Dicha comisión se propuso investigar y sacar a la luz la verdad sobre los delitos cometidos por los represores de la dictadura militar. Para ello se citaron tanto a víctimas y testigos como a agentes de las fuerzas armadas para declarar. A fines de 2014 se presentó un informe de la comisión a la presidenta que brindaba detalles sobre 434 víctimas. Lamentablemente, hasta ahora, esta verdad nunca ha sido acompañada por la justicia.

Recuerdo que en 2014 el coronel Paulo Malhães reconoció haber participado en desapariciones, torturas y asesinatos en la “casa de la muerte” de Petrópolis. Admitió también que había trabajado junto a Brilhante Ustra en algunas operaciones. Su escalofriante relato causó un terrible impacto en la sociedad. Dio detalles de cómo se libraban de los cadáveres tirándolos al río, luego de extraerles los dientes y cortarles los dedos, para que no pudiesen ser identificados. Estas descripciones tan descarnadas conmocionaron a la sociedad civil. Fue en ese momento en que pensé que la Comisión de la Verdad podía realmente producir un cambio, un despertar. Las personas parecían querer saber más y la prensa dio mucha repercusión a este testimonio en particular. Un mes después de su declaración Malhães fue asesinado por tres encapuchados que invadieron su casa y lo asfixiaron.

La Comisión de la Verdad fue un avance fundamental en la reconstrucción de la memoria histórica y la búsqueda de la verdad. Aunque no fue suficiente para crear conciencia en la mayoría. Tal vez porque esa conciencia hubiera necesitado consolidarse a través de la justicia, y no se hizo. Fernando Henrique Cardoso pagó indemnizaciones a perseguidos políticos y a sus familias. El PT apostó a recuperar las historias de los perseguidos. Pero ningún gobierno llevó a cabo los juicios a los perseguidores. Muchos opinan que esta omisión fue y es necesaria para mantener la unidad y la paz social. Una armonía ilusoria que sólo ha servido como base para dar lugar al voto castigo más vergonzoso de la historia brasileña.

 

 

Celina Ibazeta
Se graduó en la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina, como profesora en Letras. Realizó una maestría y el doctorado en el departamento de Lenguas y Literatura Hispánica en Stormy Brook University, EEUU. Fue becaria postdoctoral de la Universidad Federal Fluminense (2007-2009). Actualmente trabaja en el departamento de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, Brasil.