Contagiarse

Contagiarse

Contagiarse

Crónica lluviosa y personal del 8M en Tuxon NOA

por Patricia Salazar

 

 

La marcha empezaba a las seis de la tarde. Nos teníamos que encontrar con mis compañeras frente al Siprosa. Mi vieja tenía turno con su médico a las cinco y mi hermano y yo la teníamos que acompañar, claro. Ella ya no puede ir sola a los médicos. Hablo con mi hermano – bastante deconstruído él- y le digo que si el médico se demoraba, él se quedara con mi vieja para la consulta, así yo podía ir a la marcha. Mi hermano me dice que sí, que todo bien. Nos vamos en su auto naranja, en medio de una lluvia persistente y antifeminista, seguro. Una lluvia machirula que quería desarmar la marcha. Por suerte, el médico es puntual y mi vieja entra temprano al consultorio. Es re sonriente y optimista, el señor éste, y siempre la encuentra espléndida a mi mamá. Y mi mamá se va contenta y contenida. Y ahora también.

De vuelta, la lluvia ya es torrencial. El tránsito es más lento que película iraní con final abierto. Seguro que ya no había nadie en el Siprosa, que ya todas estaban en la Plaza, infiero, poniéndome nerviosa. Demoramos una hora en hacer veinte cuadras, en parte porque la marcha interrumpía el tránsito. Me alegro por los fachos que debían estar puteando a “todas esas feminazis que hacen un caos en la ciudad cortando el tránsito”. Llegamos al edificio de mi mamá y la llevo hasta su depto. La dejo sentada viendo C5N – antes que sintonice TN, diosnoslibreyguarde-, me pongo el pañuelo verde, y bajo por el ascensor, sintiéndome algo culpable porque se quedaba sola. La señora que la cuida no había llegado.

Voy corriendo a la Plaza, con mi paraguas desvencijado que cuando se abre se convierte en una especie de monstruo alienígena cóncavo, funcionando de manera contraria a su objetivo, el pobre. La culpa es de Macri, obvio. Llegando a la Plaza, escucho las consignas por los parlantes y veo una multitud de jóvenes con miles de paraguas de cientos de colores, como en las imágenes del 25 de Mayo en los libros de primaria. Las caras llenas de purpurina verde, pañuelos verdes en el cuello y pelos fucsia, azules, naranja… Me emociono viendo esas caritas tan frescas, tan entusiasmadas, repitiendo Aleeeerta! Aleeeeerta!, y coreando los cánticos del feminismo vernáculo. Yo solamente me sé “Ahora que sí nos ven…” y “Abajo el patriarcado, se va a caer…” y hasta ahí nomás. El stress que me produce el macrismo me carcomió las células de la memoria, un bajón. Sigo caminando, no veo a ninguna de mis compañeras en la muchedumbre, bajo el aguacero desaforado mojándonos el pelo, las manos, los pies, las banderas, los carteles, los pañuelos, todo. Tratando de impedir que fuéramos a la marcha… sin lograrlo. Mando un whatsapp a mis cumpas. Están en la plaza? La Mariana me dice que llovía demasiado y que prefería que su nena se enoje a que se engripe. Tenía razón. La Paula me dice que ya venía, que la espere. La Nata -así, separado, se llama Natalia, nada que ver con el empleado top de Magnetto, loado sea Zeus o cualquier divinidad de ésas- no me contesta. Avanzo sola entre el montón de féminas, buscando a alguna de mi generación ansiosamente. Me topo con Elsita, ex colega de la Escuela Sarmiento, nos alegramos de vernos. Saludo a Reneé, gran militante de derechos humanos. Charlamos un ratito. Por la calle de la casa de gobierno ingresaban columnas de gente de los barrios, muchos chicos jovencitos entre los cientos de chicas… Me encuentro con Rafael y Claudia -mis hermanxs de las navidades-, compañerxs de militancia y amigos queridxs. Nos ponemos contentos, nos abrazamos y nos sacamos horribles selfies empapadas. Voy a un puesto donde vendían los pañuelos naranja, yo quería uno. Me lo compro y le pido a una chica que me lo ate en la muñeca. Soy casi feliz. Me dan una revista de la izquierda. No les aclaro que soy K ni los reto por el voto en blanco. Hoy es un día de unión y concordia. Hoy es un día de todas juntas, todas. Me cruzo con una ex compañera de facultad, alguien a quien nunca hubiese pensado ver en una marcha feminista. ¿Cómo andás? ¿Qué hacés? Yo también vine a la marcha. Mi hija de 24 años me convenció y por eso estoy aquí. Qué bueno verte aquí! Me muestra las fotos de sus nietxs y de su hija feminista. Pienso en lo transversal que son estas cuestiones, atraviesan todos los partidos, casi todas las ideologías, me acuerdo de Lospenatto y su discurso encendido que a todas nos arrancó lágrimas… Igual me alegro de que mi ex compañera se sume a la marea verde, por supuesto que me alegro. Qué grossa debe ser su hija veinteañera, qué convicciones fuertes debe tener para haber transformado las ideas de su mamá, me quedo pensando mientras la busco a la Paula por todas partes. De repente la veo, saludándome como a cuatro o cinco metros, con dos compañeras. Me dice que nos vayamos a Sir Harris a tomar cerveza con dos amigas de ella. Primero pasamos por el depto de mi mamá, a ver si ya había llegado Marta y a sacarme dos miligramos de culpa de encima. Por suerte, ya no estaba sola.

Antes de ir a Harris, me compro un pan sin gluten por si el cocinero me quería hacer un tostado mixto con mi propio pan. Quiso, felizmente. Maldita intolerancia al gluten. Ni el Día Internacional de la Mujer puedo comer un sánguche como el resto de mis colegas de género. El gluten también es un machirulo, es mi amarga conclusión del día. Abro la puerta de Harris, ya estaban las amigas de la Paula, saludándonos desde la otra punta del bar. Harris es un bar que queda cerca de mi casa, a donde en general van señores y señoras ya mayorcitxs, muy atildadxs ellxs, muy conservadores ellxs, muy –seguramente- votantes de Macri la mayor parte de ellxs. Entro y veo… una maraña de pañuelos verdes tomando cerveza y charlando a todo volumen. Siento que eso es hermoso, hermoso. Y me emociono otra vez. Todas esas jóvenes tan felices con su marcha –sí, es de ellas, sobre todo, es de ellas- haciendo caso omiso de lxs señorxs paquetxs que las miraban con una mezcla de asombro, incredulidad y desaprobación. El dueño de Sir Harris habrá ganado buenos dinerillos hoy, pienso, gracias a una marcha que él seguro desprecia profundamente. Los avatares ideológicos de Tuxon NOA son insondables, colijo. Con la Pauli y sus amigas divinas charlamos sobre la marcha, sobre el feminismo, sobre cómo nos gusta la Segato, prometiéndonos sentarnos a ver todos los videos de you tube de la Segato mientras nos tomamos unas cervecitas, para mí sin gluten, por favor.

Me toco el pelo y está muy mojado, empiezo a sentir frío. Pagamos la cuenta y nos vamos caminando bajo la lluvia tenaz e inclaudicable, charlando sobre series de Netflix y cualquier otra cosa… Llego a mi casa, me hago una sopa de calabaza bien caliente, y me siento a ver los dos últimos episodios de Lovesick, una serie británica sobre un chico de casi treinta al que le diagnostican clamidia y que debe buscar a todas sus ex novias para avisarles, por las dudas se hayan contagiado… Contagiado, eso es lo que hizo esa veinteañera valiente con su mamá tradicionalista y conservadora. Le contagió la lucha, le contagió la mirada, la capacidad de cuestionar lo establecido y lo injusto y exigir justicia e igualdad para todas. Qué bello contagio. No siempre se contagia la enfermedad. A veces, como ahora, lo que se contagia es la conciencia de lo que nos falta y la convicción de que vamos a lograrlo, contra vientos, mareas y lluvias que se creen inquebrantables.

Al otro día, mientras acomodaba el living, puse el pañuelo verde sobre uno de los sombreros que tengo en el perchero del hall de entrada, y el naranja sobre otro, para que los vean todas y todos lxs que entren a mi casa. En la próxima marcha, me consigo el violeta. Hace mucho que quiero tener uno.

 

Patricia Salazar
Cantante, militante, aprendiente.

imágenes: Patricia Salazar