VIR(TU)ALIDADES

VIR(TU)ALIDADES

Inconscientemente, desde hace ya muchos años vivimos en situación de “pandemia” pues todo es viral: la información, la economía, las formas de placer, las identificaciones o los cambios en el ecosistema son algunas de las prácticas humanas que se han visto afectadas por esa viralidad en el hoy llamado “capitalismo financiero global”. Las maneras de afectar los cuerpos han sido y son tan diversas como inevitables, pero nunca tan clara y democráticamente evidentes como la de esta nueva pandemia provocada por el COVID-19. En ese sentido, el temible virus, quizás no sólo venga a enfermarnos, sino a revelarnos algo que, en tanto especie humana, debiéramos ser capaces de poder ver. Tal la reflexión de Aldo Ternavasio y que hoy acerca SinMiga.

  

VIR(TU)ALIDADES

Ejercicios de materialismo ensoñado en tiempos de aislamiento

Aldo Ternavasio

 

[La] lengua materna es el fundamento de la materialidad histórica, que existe mientras haya hombres vivos: mientras los hombres hablan, imaginan, piensan o sienten, porque es un continuo ensoñado presente en la simultaneidad viviente de todos los hombres que hacen que ella sea.

León Rozitchner

 

¿Cuán grande será la catástrofe? ¿Cuán cerca golpeará? ¿A qué seres queridos? Estoy en aislamiento ¿es todo lo que puedo hacer? Intento suspender estas preguntas para dar lugar a otras. Pero, sobre todo, intento pensar qué espacios vacíos deja la pandemia en nuestras percepciones y experiencias de los mundos en los que vivimos: ¿qué es lo que podría ser construido allí? Si trato de pensar en una imagen de la pandemia, lo primero que viene a mi mente es la fotografía de una fila camiones militares de transporte llevando cuerpos de personas fallecidas por la enfermedad. Si esta imagen se formó es porque confié en las palabras que las acompañaban. Según leí, en Italia, de donde éstas provenían, los cuerpos dejaron de ser entregados a las familias. Desconozco qué es lo que hace el Estado con ellos, pero los ritos habituales frente a la muerte han sido suspendidos. Ni la manera de morir, ni el destino del cuerpo pueden ser decididos por los implicados. Sale así a la luz -si es que ya no estaba allí de manera evidente̶ la textura social de los cuerpos y de las formas de vida y, bajo esa trama, la soberanía que el Estado ejerce sobre dicha ‘socialidad’. Formas elementales de biopoder, por cierto, menos sutiles. ¿Qué más se da a ver en aquella imagen? Si la traigo a colación es porque este texto, a fin de cuentas, es una manera de reaccionar frente a ella, a la conmoción que me produjo y al torrente de preguntas que me suscitó. Esta tremenda coyuntura ¿no es más que la ilustración fatídica de la crítica al biopoder que se fue destilando desde hace más de medio siglo? Y de ser así, ¿está clausurado todo pensamiento? ¿Debemos circunscribirnos, de manera tan rigurosa como con el ‘aislamiento social’, a lo que nos dicta el sentido común necesario para la supervivencia ahorrándonos así los inútiles vagabundeos especulativos de la imaginación conceptual? Debo ser honesto con el lector. Si la respuesta es la última, es buen momento de saltar a otra cosa más productiva.

EL BONDI Colectivo, Stanpunkslebr’e. Cartón y madera. Traducción de un tanque de combate chino Tipo 59. Escala 1:1. 2013

Viralmente están circulando por las redes ciertas opiniones de algunos intelectuales europeos respecto de este problema. Previsiblemente, Agamben, Nancy, Žižek Han, Alemán y otros han generado una infinidad de discusiones. Como sus posiciones son bien conocidas, creo que no tiene interés volver sobre ellas, e, incluso, sobre cierta actitud anti teórica también muy activa. Pero si hay algo que despierta curiosidad es la sobresaturación de interpretaciones de la pandemia, tan pandémicas como la gripe por COVID-19. Todo pareciera indicar que se trata de predecir los sentidos del acontecimiento y, por tanto, de borrarlo como tal. Como todo acontecimiento, si es que resulta serlo, éste se mantendrá abierto. Adelantar sus consecuencias bloquea nuestro acceso a él. Esto, por supuesto, no quiere decir que no podamos imaginar en qué sentido deseamos se desarrollen todas aquellas cosas que dependen de nuestras acciones (entre ellas, pensar), pero si en un sentido que hoy nos resultara deseable, todo lo que suceda de aquí en más llega a tener alguna capacidad transformadora, la fortuna de dicha transformación no residiría, solamente, en imponerle al acontecimiento una dirección dictada por un conjunto de intereses ya constituidos. Lo que también cuenta, y, creo, de manera decisiva, es nuestra capacidad de dejarnos afectar por lo que podríamos llamar el tesoro de insensatez afirmativa inherente al acontecimiento, no a nuestras acciones, sino a la situación que -hay que decirlo rápidamente y no perderlo nunca de vista-, es funesta. Por eso me interesa considerar qué cosa es lo que me fuerza a pensar el acontecimiento y, de ser posible, qué posibilidades somos capaces de activar con esa fuerza una vez que comenzamos a subjetivar sus efectos.

Entonces, sin pretender autoría alguna sobre ella, dejo flotando una conjetura: lo que llamamos neoliberalismo, aparte de incluir todos aquellos rasgos que han sido destacados ya tantas veces, como, por ejemplo, la relación entre Estado y Mercado, también tiene que ver con una habilidad para morigerar, hasta donde sea posible, aquella capacidad de dejarnos afectar por los acontecimientos. Entonces, se trata, para mí, de encontrar el tono del ánimo que nos mueva hacia ese exterior (el acontecimiento) de cuya existencia no tenemos ninguna certeza, de cuya naturaleza no tenemos ninguna intuición y que, sin embargo, se nos presenta con la insistencia de algo imprescindible. Imposible evitar, imposible precisar.

 

Un espectro ronda el mundo, el espectro del capital

Espectros. Constituye un lugar común afirmar que un virus es una entidad intermedia entre lo vivo y lo no vivo. La extrañeza de esta ambivalencia quizás no se deba sino a que nos ofrece una suerte de imagen especular -no deseada- de la manera de ser que, a espaldas incluso de nosotros mismos, componemos con los tiempos en los que vivimos. Imagen que, justamente, concertamos con estos tiempos para poder pertenecer a nuestro tiempo. Para poder ser de nuestro tiempo. Un tiempo, evidentemente, de viralidad generalizada. Es lo que nos toca. Diría que no hay dilema posible al respecto. ¿Es tan arriesgado conjeturar que en la época del biopoder, todo deviene inherentemente viral?

Al comienzo era un virus. En el mapeo del genoma humano se pueden ubicar segmentos de un linaje viral inequívoco. Allí están. En el vasto ensamblaje genético de nuestra especie se guarda la memoria de incorporaciones virales que, para bien o para mal, nos permitieron llegar hasta este punto. ¿Hasta cuál punto? El de los tiempos que vivimos.

Tiempos, hay que decirlo, de otros vastos ensamblajes. Ejemplos. El de la máquina (en un sentido muy amplio) que conjetura, descubre y descifra el genoma humano; el de la colaboración semiótica global que permitió semejante tarea científica; el de las relaciones de poder militar realmente existentes; el de la distribución de la riqueza también realmente existente. Y, fundamentalmente, el del régimen de producción que hizo posible todos aquellos otros ensamblajes. ¿Cómo? Merced al tejido de una barroca maraña de flujos de todo tipo. Flujos de mercancías, de capitales, de trabajadores, de materias primas, de productos financieros, de especies vegetales y animales, de constelaciones de signos, de tecnologías, de bases de datos, de turistas, de lenguas, de culturas…, flujos, todos ellos -por más singulares que se los quiera-, que se mueven al ritmo del gran flujo total de la oceánica producción de valor.

Y esto realmente importa, porque en esta marejada, todo debe pasar por el tamiz abstracto del proceso de valorización de las lógicas del mercado. Flujos institucionales, monetarios; flujos animales, vegetales, moleculares, culturales… Lo humano, finalmente, no es más que el conjunto de variaciones ¿incomputables? en las que todos estos flujos se combinan en una infinidad de coyunturas singulares. Si repito todo esto, que viene a ser algo así como el lugar común de la época, es porque el COVID-19 y su cohorte de mutaciones no vienen sino a darle una existencia práctica e inmediata en nuestros cuerpos a ese ‘vasto ensamblaje’ que llamamos capitalismo neoliberal (¿hay otro?).

Todos los espectros, el espectro. Nuestro mundo es inherentemente pandémico, asimétrico y profundamente desigual[1]; fundamentalmente, es el mundo de la rotación cada vez más acelerada del capital. Y de su colapso. Rotación cada vez más acelerada y cada vez más descarriada. El propio capital se viraliza, ingresa en un estado autoinmune, deviene su propio espectro. Se pliega sobre sí mismo, hace coágulos. Vacila. Con la pandemia, el espectro ya no es (al menos, por un tiempo) ni el terrorismo global, ni el populismo, ni el motochorro, ni el villero, ni el migrante: es el propio capital. En Cosmópolis, su novela de 2003, Don Delillo[2] lo expresa con claridad: «un espectro ronda el mundo, el espectro del capital».

 

Viralidades insumisas

De todo lo anterior no se deduce ninguna consecuencia o curso histórico determinados, salvo el hecho, bastante molesto por cierto, de que resulta poco verosímil creer que podremos afrontar cambios sociales profundos sin antes explorar formas de sociabilidad y de subjetividad (deseos y goces diversos) diferentes de aquellas a las que nos empujan las dinámicas contemporáneas bajo la hegemonía neoliberal[3].

La misma tecnología que permite la hiperconectividad digital tiene su propio encadenamiento material. Por dar sólo un ejemplo harto palmario para los argentinos, organismos, animalidades y alimentos genéticamente modificados junto a técnicas de explotación agroindustrial que extienden la frontera cultivable a expensas de un ecocidio demencial. Cambio climático. Escenas de extinción. El mismo flujo de conocimientos que permite modificar genéticamente la soja, controlar por satélite la cosechadora, negociar en el mercado de Chicago el precio de un ‘silo bolsa’, exportar el grano a China por los puertos de Rosario, transferir las utilidades a una cuenta offshore en el caribe. Ese mismo flujo, también lleva el coronavirus hasta el organismo de un estudiante de la UTN que perfeccionaba su inglés en Florida, hasta un matrimonio que paseaba por Europa y, eventualmente, hasta la azafata que los atendió o hasta quien abrió una puerta con el mismo picaporte.

Maxi ROMERO ALMENAR, EIA (Proyecto para dormir en museos). Performance. Museo de la UNT (MUNT). Tucumán. 2017

Si tomamos en consideración estas observaciones, se torna más compleja la imagen que tenemos naturalizadas de nuestros cuerpos. Éstos, lejos de ser entidades claramente definidas, son contracciones y expansiones de aquellas redes de flujos, sus fuentes y sumideros. Nuestros cuerpos son el correlato biológico y práctico de aquello que llamamos ‘la nube’. Pero también, son vórtices que desvían y obturan la fluidez. Y así como el COVID-19 ralentiza esos flujos (recesión global) obligándonos a retirarnos (aislamiento social), también nos hace experimentar un corte respecto de la normalidad por estos modelada.

Quisiera enfatizar la importancia de esta cisura. ¿Cuánto a nuestro favor podremos extraer de ella? Y para hacerlo, ¿no debemos contraponer a nuestra ‘nubeidad’ un movimiento opuesto que nos componga con los dinamismos propios del agente de corte, es decir, del virus?

Como el flujo eléctrico que al interrumpirse induce un campo magnético haciendo saltar la chispa, sería conveniente preguntarnos qué inducciones es capaz de producir esta desconexión en nuestros actuales modos de vida. Muchos expertos dicen que este tipo de pandemias serán recurrentes. Si es así, cabría preguntarse qué estrategias podremos desarrollar para que tales cortes sean capaces de hacer destellar las chispas de otras formas de vida. La cuestión del gobierno del Estado es Estratégica. De acuerdo. Sistemas de salud empobrecidos, condiciones de vida precarizadas, distribución de la riqueza extremadamente regresiva, limitado acceso a la educación. La lista no termina nunca. Todas estas cuestiones son urgentes y no se puede, frente a condiciones tan difíciles, arrojarle al ‘Estado parlamentario burgués’, un angélico noli me tangere. No me toques. Pero a mi juicio, si aún tiene sentido el pensamiento crítico, no es sólo para resolver esas cuestiones estratégicas vinculadas al gobierno del Estado. Es necesario, sin dudas, pero la verdadera función del pensamiento crítico, su auténtico objetivo estratégico es explorar, también, las condiciones en las que la cuestión del Estado pase a ser Táctica porque así lo es para nuestros enemigos, los amos del neoliberalismo. Debería llegar a serlo también para nosotros.

Que todos los flujos, arremolinados o laminares, sean corrientes del mismo flujo del mercado, indica que nuestros modos de vida son bifaces, es decir que se desarrollan en condiciones tales que, hagamos lo que hagamos, creamos lo que creamos, siempre tendremos un lado de nuestra experiencia adherido a lo más concreto de la existencia pero, simultáneamente, toda esa riqueza de afectos y experiencias estará capturada por otra existencia espectral en la que lo que nos parece vivo entra en regímenes de viralidad, de espectralidad. Todo, al fin, o entra en los incesantes ciclos de mutación de los mercados y sus burbujas ontológicas perpetuamente inciertas, o su vitalidad se esfuma frente a nuestros ojos como lo hizo el valor de las hipotecas en la crisis del 2008. Eso implica la digitalización de los flujos antes mencionada porque el capital especulativo con su materialidad tecnológica y social también hipoteca las heideggerianas ‘moradas del ser’. Pero si nuestros modos de vida son bifaces, nuestras políticas, quizás, también deberían serlo (¿lo son ya?). Es más, salirse de las lógicas inmunitarias ¿no implica aprender a coexistir con nuestra faz viral? ¿No es eso, a fin de cuentas, lo que el capitalismo pandémico, empujándonos hacia la extinción, nos lega, paradójicamente, como patrimonio común?

 

Virales insumisas

La capacidad viral de saltar de especie, de contaminarlas, de entregarse a mutaciones, de entrar en cadenas heterogéneas de máquinas, animales, reinos, clases, ¿no es también una potencia afirmativa? Sí. Se podría decir que es la misma capacidad del animal inespecífico, el Humano, puesto que no hemos dejado de reinventarnos ya que no tenemos instintos y somos capaces de desprogramarnos y reprogramarnos entre otras cosas. Pero la especie, mientras cambia, se mantiene igual y, mientras lo hace, se coloca por encima del mundo disponiendo de éste hasta aniquilarlo. En este punto, el virus se nos presenta como una irrupción estúpida pero letal, capaz de impedir ese proceso de variación de la especie y de los individuos (en esto, una y otros seríamos similares).

EL BONDI Colectivo, Vendo o permuto. Objeto encontrado. 120 x 120 cm. 2015

Llegado a este punto, quisiera formular una pregunta que estimo de vital importancia. ¿Es factible que aparte de librar una guerra contra el virus, lo que debamos hacer sea escucharlo, escuchar la verdad de la que podría ser portador? Todas las medidas sanitarias para evitar y controlar la enfermedad son necesarias. No obstante, si creemos ineludible encontrar la manera de imponer cambios decisivos en nuestras formas de vida, es decir, encontrar las líneas de corte, las líneas de fuga del capitalismo, entonces admitamos que algo compartimos con la perspectiva del virus, que hay una viralidad contrafáctica que aún podemos explorar como potencia afirmativa. Esta exploración, si nos eleva hasta aquella viralidad contrafáctica, nos habrá permitido, como organismos poscapitalistas, salir del agua de la ley del valor y avanzar a una tierra incierta pero abierta a variaciones vitales, hasta hoy aquí tenazmente bloqueadas.

En circunstancias como éstas, y en el seno del entorno neoliberal, las estrategias de activación de la empatía sin duda son necesarias. Pero de la misma manera, no hay que ´poner en tela de juicio su insuficiencia. Una viralidad que nos empuje a indagar otras formas de vida no resulta verosímil sin cierta violencia genética que nos desorganice. Esperar eso del reconocimiento del otro como prójimo, por más necesario que sea, es esperar demasiado.

Un virus, en cierto sentido, es una tentativa incompleta mí mismo. Compartimos no tanto lo que soy sino algo anterior, que se repite en él, pero de manera insuficiente: lo que me hace llegar a ser. Es la intensidad de la vida, pero sin vida. Una pura diferencia estéril cuya única capacidad es replicarse a fuerza de desorganizar en grados muy diferentes el organismo que le posibilita hacerlo. Aún sin enfermedad, los tiempos en los que vivimos son inherentemente pandémicos, virales. En el corazón de las cosas, del mundo y de nosotros mismos, no hay más que un infinitesimal social que se expresa como una viralidad singular a la que no le podemos atribuir identidad alguna. Es el reverso del mundo en el que vivimos. Es lo que nos toca. Pura dividualidad sin más. ¿Hemos aprendido a lidiar con ello? ¿Tenemos, por ejemplo, un concepto de historia (o de política) acorde a nuestro estado de viralidad?

 

Lo plebeyo como forma viral

Todo esto está lejos de ser una novedad de la pandemia. El coronavirus, y todo lo funesto que venga con él, no llega más que a pasarnos una factura latente desde hace décadas, tan arbitraria como azarosa. Viene, literalmente, a dar cuerpo a una desrealización generalizada de la vida, desrealización que hasta ahora sólo parecía expresarse en los límites de nuestros modos de vida bajo la forma de inseguridad policíaca, laboral, psico-social o económica. Frente a la amenaza biológica y sus ‘iluminaciones políticas’ (si las hubiera), la derealización aparece como lo único verdaderamente real. Aislamiento obligatorio, distanciamiento social, geolocalización monitorizada, son las prácticas sanitarias que hoy ponen al descubierto, en nuestra sociabilidad autopercibida, ese vacío que hoy sabemos que se abre (lo aceptemos o no) entre el gran ‘organismo’ estatal y las grandes ‘genódiceas’ del mercado. Desrealización que sólo pareciera ser mitigada, cuando se desea mitigarla, por la síntesis de grandes identidades populares articuladas por el Estado. Fuera de estas grandes síntesis estatales, y por debajo de ellas, el mercado disemina un flujo constante de dispositivos micropolíticos que, como bacterias semióticas, ‘semiodegradan’ las desbordantes abstracciones del capital (la productividad nuestra de cada día) y producen la sustancia concreta, tangible y singular de nuestras vidas cotidianas. No llegamos a vivir una vida ‘orgánica’ (los disfrutes y felicidades nuestros de cada día) sin antes pasar por sendos simbiotismos de mercado. Al menos, es lo que se ve cuando se mira desde arriba hacia abajo. Quienes miran en sentido contrario, como, por dar sólo un ejemplo, Rita Segato, ven otras escenas.

Maxi ROMERO ALMENAR, EIA (Proyecto para dormir en museos). Performance. Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (MACBA). CABA. 2017

Pero esto no es todo. Creo que podríamos aventurar algo más. Hay otro plano al que podríamos remontarnos. El reverso de la pandemia, de la naturaleza pandémica de nuestro tiempo, podría ser pensado como una ‘pangenia’. Una generatividad diferencial esperándonos en todo lugar. Ese géiser viral, que una y otra vez se nos dice que no existe, pero al se nos recomienda mantener a una prudente distancia. Viralidades de las formas de vidas que desorganizan las lógicas de mercado. Ese mismo géiser que las políticas de género y el feminismo (al menos, algunos de ellos) están ayudando a acercar y a incorporar. Diría más, quienes no somos parte del escandaloso universo de excluidos de todo tipo y en todo grado (¿qué es el distanciamiento social en una villa, en una barrida popular, en una favela, o para los trabajadores de la economía informal, por ejemplo?), somos algo así como ‘proletarios pangénicos’. No tenemos ninguna cosa más para entregar al capital que nuestra fuerza de mutación. Nos vemos forzados a vender nuestra capacidad latente de componernos con otros en virtud ya no del ciclo de producción de plusvalía sino de vagas variaciones improductivas, valorizaciones anómalas, aberrantes, implantadas en vastas desnaturalizaciones de la ley del valor. Composiciones que somos capaces de realizar, pero no de consumar.

Viralidades, éstas, contrafácticas. Meras afirmaciones existenciales. Celebraciones plebeyas, vagabundas. Extáticas fogatas de parquet viralizadas por multitudes proliferantes de compañerismos digitales. Cuerpos articulados a las más heterogéneas composiciones. Esa ‘pangenia’ ya está aquí, y somos nosotros sus autores anónimos. Se trataría, entonces, de reapropiarnos de esa ‘pangenia’ (reverso de la pandemia inherente a nuestro tiempo) viéndola no sólo desde la perspectiva de la producción de valor (de lo utilizable, de todo lo que hace de nuestras formas de vida algo orgánico), sino desde la perspectiva de ese fragmento no vivo que interrumpe la reproducción de aquella organicidad. Poder, por ejemplo, formularse en términos prácticos preguntas como éstas: ¿en qué mundo esta imagen, esta idea, este sonido, este movimiento, esta manera de estar con alguien, este juego del lenguaje o esta percepción, podrían valer por su capacidad de afirmar una forma de vida y no por el hechizo de la mercancía al que inevitablemente terminará remitiendo? ¿Cómo producir la sensibilidad que nos habilite tal reapropiación? ¿Es posible subvertir las lógicas del poder sin plantear la cuestión de unas políticas de la subversión en las lógicas del goce? ¿Cómo hacerlo a la luz de la pandemia, en medio del capitaloceno[4] desenfrenado, de los rebrotes fascistas y al borde del abismo climático?

 

Epílogo. Insumisión y extinción

Reconocernos en el virus para desandar la lógica biopolítica que hace vivir y deja morir, que nos hace vivir y que, posiblemente, nos dejará morir. Reconocernos en ese espejo maldito para desactivar su poder, para construir una memoria no especular de los ya abandonados y también, como quería Benjamin, para redimir las rebeliones derrotadas que nos anticiparon. Por más extremo que nos parezca, adoptar el punto de vista de la extinción[5] podría resultarnos productivo. ¿Cuál es ese mundo en el que habremos desaparecido? ¿En qué parte del mismo habremos sido en tanto extintos? ¿Qué rol habremos cumplido? Explorar en nuestros tiempos otras formas de vida, ¿no nos exige imperiosamente entrar en relación con ese mundo en el que ya no existiríamos? Para pensar el fin del capitalismo, precisamente, y según cierta imagen que nos asedia, ¿no tendremos que ser capaces de inventar las formas de vida y de sensibilidad que entren en consonancia con el mundo, después del fin mundo?

Por el momento, quedémonos en casa.

 

 

[1] Pandemia de la financiarización ilimitada; de la división internacional del trabajo; de la descentralización global de la producción; de las transacciones financieras ‘hiperrápidas’, trading de alta frecuencia o high frequency trading (HFT) en inglés; de los ataques teledirigidos con drones, de la satelización del posicionamiento global, de las redes planetarias, de los virus informáticos, de los ciberataques, del big data, de la microsegmentación, entre otros.

[2] En 2012, David Cronenberg realizó una adaptación cinematográfica homónima. También es muy interesante el análisis de la novela que hace el filósofo alemán Joseph Vogl en un ensayo que toma el nombre de un pasaje del libro de Delillo, El espectro del capital. En él, Vogl analiza el estatuto epistemológico de la economía y la consistencia ontológica del capitalismo contemporáneo a la luz de la hegemonía de las finanzas.

[3] Sobre estos temas, entre otros, me apoyo en los análisis de Diego Sztulwark, Franco ‘Bifo’ Berardi o Mauricio Lazzaratto.

[4] A esta noción la introduce Donna Haraway para criticar una generalización imprecisa en el concepto de antropoceno no es la especie la que deja su huella geológica, sino su modo de producción (HARAWAY, 2019).

[5] Aludo aquí a las estimulantes e inquietantes propuestas de la filósofa australiana, Claire Colebrook.

 


BIBLIOGRAFÍA ALUDIDA

  • BERARDI, Franco. Fenomenología del fin. Caja Negra. Bs. As. 2017
  • COLEBROOK, Claire. La extinción de la teoría, en: Revista de Filosofía n°156, (pgs. 44-69). México: Universidad Iberoamericana. 2019
  • ———————————– Extinción feminista, en: Revista de Filosofía n°156, (pgs. 70-93). México: Universidad Iberoamericana.
  • ———————————– Ética de la extinción, en: Revista de Filosofía n°156, (pgs. 94-111). México: Universidad Iberoamericana.
  • DANOWSKI, Déborah y VIVEIROS DE CASTRO, Eduardo ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines. Caja Negra Bs. As. 2019
  • DELEUZE, Gilles. Derrames entra capitalismo y esquizofrenia. Cactus. Bs. As. 2015
  • ——————— Derrames II. Aparatos de Estado y axiomática capitalista. Cactus. Bs. As. 2017
  • DELILLO, Don. Cosmópolis. Seix Barral. Barcelona. 2012
  • HARAWAY, Donna. Seguir con el problema. Consonni. Bilbao. 2019
  • LAPOUJADE, David. Deleuze. Los movimientos aberrantes. Cactus. Bs. As. 2016
  • LAZZARATO, Maurizio. Políticas del acontecimiento. Tinta Limón. 2017
  • ROZITCHNER, León. Materialismo ensoñado. Ensayos. Tinta Limón. Bs. As. 2011
  • SZTULWARK, Diego. La ofensiva sensible. Caja negra. Bs As. 2020
  • VOGL, Joseph. El espectro del capital. Cruce. Bs. As. 2015

Aldo Ternavasio
Nació, vive y trabaja en San Miguel de Tucumán. Lic. en Artes, es docente e investigador de la Escuela de Cine, Video y Tv y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT. Incursionó en el campo del videoarte y las instalaciones. Ha conducido encuentros de análisis de obra para jóvenes artistas tanto de nuestra escena, como de otras provincias del país. Integra el consejo editorial de la revista Link en donde escribe sobre arte, cine y política.

Imagen de tapa: Maxi ROMERO ALMENAR, EIA (Proyecto para dormir en museos). Performance. Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (MACBA). CABA. 2017