Cuando la Katy casi mata

Cuando la Katy casi mata

Cuando la Katy casi mata

Por M.E.M.

 

Era domingo. Eran las 2 de la tarde. Recién se levantaba de la cama donde había estado dándole explicaciones a la resaca y al mareo que le duraban. Toda la cerveza de la noche anterior todavía burbujeaba caliente en la cabeza de la Katy medio en pedo todavía.

Se reventaba los granitos de la espalda en la galería de su casa cuando le llegó el chisme en un mensaje de texto: alguien le estaba birlando el novio. El número teléfono era desconocido. El mensaje decía “amiga un puto se la está chupando a Juan Carlo en la vuelta del vaile”.

Estaba de frente a un espejo redondo que colgaba de un clavo rojo y cabezón en el pilar central de la galería. Concentrada en el espejito recordó, para demorar más malas ideas, a su hermano Juan José volviendo de su trabajo en la fraccionadora de azúcar con ese espejito en la mano. Se lo había comprado de regalo en la feria. Volvía algo borracho porque se quedaba ahí con dos amigos a comer arrollado de chancho y a tomar vino. Al encontrarla en la pieza le dijo con mala actitud que se moviera, que lo molestaba. Era su hermano menor, ella lo adoraba, y era la única persona que se atrevía a insultarla. Cualquier otro, en especial hombre, corría el serio peligro de recibir una buena paliza, o algo peor, si le decía algo, aunque fuera un algo tibio nomás como “puto de mierda” en la calle o en privado. La Katy desde chica se defendía solita y hasta los policías se cuidaban de ella. Sabían que en varias ocasiones la Katy no había dudado en tirar el primer puntazo. Todos sabían que ella solía salir a tomar con un cuchillito bien filoso que le había hecho para ella su tío José, el primero que la había violado a los 9 años cuando todavía era un chico. Ya era maricón a esa edad, pero no menos inocente e ingenuo que cualquier otro niño de 9 años. Mecánicamente la Katy se corrió a hacia la puerta como para darle el lugar que el fantasma del recuerdo de su hermano le exigía. Y lo veía de espaldas clavando el clavo con una piedra tambaleándose y acertando de pura suerte. El clavo iba torcido y la piedra se desmoronaba.

―Para que te levanté y veá lo que so, puto culiao ―gritó el fantasma. Hacía diez años de esto. La Katy lo había perdonado casi de inmediato.

La rescató de los recuerdos una llamada de teléfono que no atendió.

Decidió con la mente en blanco volver a lo que estaba haciendo hasta antes del mensaje y de sus recuerdos. El espejo aunque pequeño le servía: primero se ubicaba los granitos maduros con las manos. Luego se ponía de perfil. La espalda y el rostro hacia el espejo de manera que con cierto esfuerzo, de reojo como espiando el lado oscuro de alguna luna, podía ver cuando el pulgar y el índice, o el índice y el dedo medio, como tijeras, apretaban y la mierda salía. Así se sentía un poquito más limpia.

Cualquiera que la conociera habría esperado una reacción más fuerte siendo ella tan impulsiva y bruta, pero no. La lectura del mensaje solo le había producido un leve espasmo de los músculos de la cara, y una muy veloz evaluación mental de los niveles de certeza que podía deducir del texto, la posible verdad que encerraba, las causas y las consecuencias de un engaño, la mentira y la mala intención de quien quisiera hacerles daño, a ella y a Carlos.

Siguió trabajando con sus granitos. Ahora se asombraba de su propia frialdad ante la catástrofe que veía venir. Pero no quería ser exagerada. El paroxismo y la condición de “locas” era lo que más detestaba del carácter femenino; por eso siempre había tratado de evitar las conductas inconsecuentes con la gravedad de las causas. Una amiga feminista y tan alcohólica como ella le había dicho hace mucho que era una machista y que ese aire de superioridad era un residuo del macho que tenía en su mente. La Katy se enfureció con esa amiga, y no volvió a hablarle más.

Le llegaron dos mensajes más. Tenía que actuar con cordura. Escuchó las cortas vibraciones que venían de la pared baja de la galería sobre la cual había quedado el celular. Los ignoró. Estaba segura de que no le agregarían nada a lo importante que ya había leído en el primer mensaje. Sabía que solo debía tomar una decisión: se iba al baile y lo comprobaba ―solo eran 6 cuadras de su casa al lugar―, o se quedaba sin hacer nada.

Una brisa de aire casi fresco que le prometía una tormenta caminó desde la calle al fondo de la casa atravesando la galería. La Katy pensó en lo lindo de ese aire y en afeitarse. Su cara iba tomando un tono verde. Pero sacó el rostro del espejo con furia; esta vez no pudo con el odio que le nacía.

Se llamó al orden. Y quiso pensar en orden.

Pensó que ya eran muchos años los que tenía. Años, hombres, y experiencia en abundancia como para dejarse manipular por un mensajito de nada. En estos mismos momentos Carlos estaría en alguno de los puestos del frente del baile de carnaval borracho y sonriente. Aunque también podría estar con algún otro puto, u otra puta. Así era la vida.

¿Cuántas veces la había levantado de la puerta del baile algún viejo borracho para llevarla a tomar una cerveza en su camioneta y coger o chuparse mutuamente ahí mismo? ¿Por qué Carlos no podría hacer lo mismo? ¿Cuántas veces algún pendejo alzado la había decepcionado pidiéndole a ella que se lo culiara o que se la dejara chupar ahí mismo? ¿Por qué Carlos no podría hacer lo mismo?

Cuando lo conoció le encantaron sus botas y el pantalón vaquero que le ajustaba todo. Le gustó que fuera un hombre de verdad, uno que le hablaba sin vueltas y claro. Ese día Carlos se bajó de la camioneta con dos de sus amigas. Las chicas los presentaron y desde ese momento él no paró de mirarla toda la noche. Esa noche, se acuerda la Katy, estaba hermosa. Lo había dicho su mamá, y la vieja no mentía nunca. Estás muy hermosa mi amor, le había dicho acariciando las mejillas de la Katy con las manos tan arrugadas que tenía.

Carlos le preguntó a la madrugada si quería que salieran sin ser novios porque él tenía mujer y dos hijos. Le gustaba ir derecho en la vida le explicó. Le dijo que le gustaba mucho y que no quería joder…eso fue hace dos años. Era un hombre que protegía lo que amaba, eso le dijo, y cómo hubiera podido resistirse a él.

A ella no le importó que no fuera el mejor sexo porque era hermoso, porque se querían. Todo había sido hermoso desde esa noche hasta hoy.

Y pensó que lo haría aca al hijo de puta si llegaba a ser cierto que le metía los cuernos con la puta chupapija de la Julita o con la Sofí o con cualquiera otra. Seguro estarían ahí en el medio de la mugre de los yuyos. Seguro estarían abajo del techito a la vuelta del baile adonde todos los podían ver transpirando el alcohol, tocándose. Y pudo verlos de verdad en el vapor que se levantaba de la calle hirviendo: se estaban besando. El asco le recorrió los cinco sentidos, y uno más, a la Katy que giró el rostro con desprecio por la imagen que le devolvía su espejito, que dejó todo, todo como estaba y se fue a la cocina y sacó dos envases de cerveza.

Mientras iba al kiosco de la otra cuadra el dolor de cabeza le llegó a la garganta como un nudo insalvable. Y ahora en la boca del estómago un yunque le aplastaba las entrañas. Eran el despecho y la decepción porque se daba cuenta de que lo que decía el mensaje era verdad: porque en su mundo esas cosas siempre eran verdad.

Casi corriendo por el medio de la calle cada uno de sus pasos dejaba en el aire nubecitas de polvo que le ensuciaban de un marrón-mierda los pies. La Katy caminaba tan rápido que cuando sus rodillas se golpeaban le hacían doler. Iba con las hojotas que no la protegían del calor del suelo de piedras que le llegaba a quemar los talones. Con la mano izquierda agarraba los dos envases mientras la mano derecha palpaba el cuchillito en su cintura.

Iba echando puta y armada como siempre. Pero ya no iba al kiosco sino que si doblaba en la esquina podía llegar al baile por el fondo y les daría la cana y los haría acá a los dos ahí mismo. Pero pensó: nunca loca, nunca exagerada. Entonces se fue al kiosco.

Abrió una con el encendedor que estaba atado al marco de la ventana por donde se atendía e intercambió unos comentarios con don Chato, el viejo de al lado que paraba ahí viendo pasar la tarde. El don la notó tensa. La Katy atribuyó todo a la resaca. El viejo le miró con ganas la botella traspirada y le tuvo que invitar a tomar.

Después de un trago bien largo y reconfortante tipo propaganda, don Chato sacó de su casa dos sillas a la vereda porque había pensado que estaba lindo para tomar una cerveza y que a la Katy la conocía desde que había sido un changuito.

Dos horas después los dos estaban borrachos. Hablaron del barrio, del padre de la Katy y de la mierda que era la vida.

Ya no los encontraría. Ya no podría saberlo con seguridad. Fue un poco feliz y le sonrió al viejo. Estaba calma, estaba serena. Estaba como se está, cuando uno se emborracha de día.

Y el día aún ardía y abrieron otra. Como ocho iban tomando justo cuando llegaba la mujer del viejo con la que la Katy siempre se había llevado como el orto. Pero como el hombre estaba borracho, y solían escapársele trompadas, no dijo nada a los compañeros casuales.

La Katy vio que era el momento de irse. Se levantó y cazó la cerveza por el cuello mirando a los ojos a don Chato que entendió que se iban ella y la cerveza. El hombre asintió cuando se sorprendió viendo lágrimas de mujer en los ojos del changuito que había conocido. Y la vio irse sin decir una palabra para el lado del baile.

La Katy haciendo eses y ochos y nudos de borromeo encaró al baile y cada paso era un brote más de lágrimas con toda la pena junta de ser el puto más puto de todo Monteros.

Se tocó la cintura para darse valor y recordar bien lo que había decidido hacer. Se tomó un trago. El día aún ardía calor en todos los puntos.

Se tomó un trago. Los ruidos del baile nacían a unas cuadras. Se notaba que estaba cerca por los autos, las motos, y la gente que la cruzaban y la saludaban y que ella ignoraba como la reina que era. Y se echó otro trago.

Rodeó el baile para ir a donde ella y Carlos sabían que nadie los molestaba: debajo de un techo, entre unos yuyos, a la vuelta del baile.

Y vio a dos que se rozaban, se acariciaban, se besaban, se desnudaban. Eran dos que se penetraban, se masticaban, se chupaban. Y eran dos que ella reconoció.

La Katy se dio media vuelta para volver a su casa. Sacó el cuchillito y lo tiró porque no podía matar a su hermano y tampoco a su amor. Porque ahora tenía que bañarse y cambiarse rápido. Porque sus pies estaban sucios, la ropa era de diario y estaba toda traspirada, sin maquillaje, y sin peinarse. Porque debía volver a su casa para ponerse hermosa, romper ese espejito de mierda, y empezar otra vez.

 

 


Emmanuel Maldonado
Nació en 1979 en San Miguel de Tucumán. Egresado de la carrera de Letras que se dicta en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT, ha sido profesor de Epistemología de los Estudios Literarios en la Universidad Nacional “San Juan Bosco” (UNPSJB), de la Patagonia, donde residió por varios años. En nuestra provincia, actualmente se desempeña como docente en los niveles medios y superior no universitario. Ha publicado artículos en la Revista “Dixi” sobre cumbia, sobre el escritor Osvaldo Lamborghini y sobre los trabajadores de la zafra y el limón. Colaboró como columnista encargado de la sección literaria del Programa radial “Plazas de la Victoria”, de “Pueblo Rock” y de FM “Metropolitana”. Se autodefine como un escritor inédito, amante del ajedrez y del billar.

Imagen de tapa | Guillermo ANACHURI VERA, S/T. De la serie Pasive orgullose. Grafito s/papel. Año 2018


Guillermo Anachuri Vera
Joven artista y estudiante avanzado de la Licenciatura en Artes Visuales de la FAUNT. Ha realizado diferentes cursos de grabado entre los que se destaca el Seminario de Poesía Visual dictado por Juan Carlos Romero, a cargo de la Secretaría de Extensión y del Instituto de Formación, Investigación y Producción de Arte Impreso (2013). Ha participado de diferentes muestras y salones; ha colaborado con diferentes publicaciones y en 2014 recibió una mención en el salón “Artistas a la Mesa”. Participó en varias muestras colectivas e individuales como “Un deseo” en el Centro Cultural Eugenio F. Virla de la UNT (2016) o “Yo – mi piel”, en Limbo, Multiespacio alternativo de arte (2018). Asimismo, ilustraciones suyas figuran en el libro “Seamos así” de Gato Gordo Ediciones (2019).