HAMBRE Y DESNUTRICIÓN EN EL NORTE ARGENTINO

HAMBRE Y DESNUTRICIÓN EN EL NORTE ARGENTINO

HAMBRE Y DESNUTRICIÓN EN EL NORTE ARGENTINO

por Fernando Longhi

 

Suele haber ciertas particularidades académicas cuando nos referimos a estos términos; si bien se entiende al hambre como el síntoma de una necesidad -generalmente asociado a ciertos sonidos intestinales- la desnutrición se asocia a una acumulación, sustantiva, flagelante y estructural- de dichos “hambres” que se expresan en nuestros cuerpos.

Pensar la desnutrición, especialmente cuando la imaginamos en el tramo de la infancia, nos remite a una imagen mental asociada al África más pobre, con niños sufrientes padeciendo Kwashiorkor (la enfermedad de los vientres inflamados) o marasmo (caracterizado por una delgadez extrema). No obstante, Argentina realiza su contribución -moderada si se quiere- al conjunto mundial de desnutridos; ¿cómo es esto posible? ¿Hay niños desnutridos en el “granero del mundo”? Pues la respuesta, lamentablemente, es un contundente sí.

Tal vez, el mito de la “opulencia” argentina explique mejor los argumentos para entender cómo, en un país que produce alimentos para diez veces más el tamaño de su población, por un mero asunto de distribución, existan segmentos poblacionales que no acceden a un recurso tan esencial. Esta es la historia que se desarrolla aquí, y que lamentablemente nos remite en mayor medida al territorio en el cual desenvolvemos nuestra vida cotidiana, esto es el norte del país.

Barbarita Flores, llorando por hambre ante las cámaras de Detrás de las Noticias (2002). Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=AA5im-dP92g

Seguramente la imagen más latente que tengamos en nuestra memoria sea la de la tucumana Barbarita, llorando por hambre en 2002, en el programa del periodista Jorge Lanata. El movimiento que en aquellos años se generó al respecto fue de una magnitud inusitada; sirva como ejemplo observar a la primera dama de la Nación, acompañada por el cuerpo de Gendarmería, desplegándose por la provincia con el afán de erradicar aquel problema. A la magnitud de esta imagen se agregaban los titulares de los principales diarios, nacionales e internacionales, que identificaban aquel problema con categóricos titulares como, “los chicos del país del hambre”, “donde nada cambió”, “la desnutrición es una lacra existente en Tucumán desde hace años”, entre otros.

Sin embargo, la historia de la desnutrición en las poblaciones que habitan el norte argentino no se nutre sólo de una extraña evocación o nostalgia de la crisis del 2001-2002. A decir verdad, existe tal vez desde la misma construcción del territorio, con mayores o menores magnitudes y expresiones, pero sosteniéndose en el tiempo con un carácter estructural que hasta el momento ningún régimen ni institución ha podido erradicar. Basta observar los escritos de Rodríguez Marquina sobre el contexto en el que se desarrollaba la enfermedad y muerte infantil a finales del siglo XIX:

 

“[…] El agua sólo entra en el rancho para la alimentación; nunca para la higiene; […]. La cama redúcese á dos planchas de zinc (o una) algunas veces; otras, á un mal “catre de tientos” ó unas bolsas llenas de paja, y una manta que lo mismo sirve para cubrirse en las heladas noches de invierno que en los lluviosos días del verano. Un mal cajón con bisagra de cuero, una olla, un tarro de lata para hervir la ropa sucia, un mate con su correspondiente bombilla, una pava sin tapadera, tantas cucharas como miembros forman la familia y tantos cuchillos como varones estén en la edad de ostentarlo á la cintura, completan el mobiliario y el menaje de tan humilde vivienda.
(Rodríguez Marquina, [1899] (2012: 27).

 

Años más tarde encontramos otra referencia, esta vez brindada por el Senador Alfredo Palacios en su visita al norte argentino en 1937. En su escrito identificaba: (…) “la caravana dolorosa de millares y millares de niños, con los ojos sin luz, con el pecho enjuto, desnutridos, miserables y enfermos, que se arrastran por las campañas argentinas llenas de sol” (…). Distinguía, además del hambre crónico de la niñez, sus condiciones de salud, donde coexistían el tracoma y el paludismo, así como también el contexto de carencias estructurales sobre el cual se desarrollaba la vida. La alimentación -evidentemente- no era adecuada en cantidad y calidad, destacando en su relato la ausencia de consumo de proteínas, especialmente de alto valor biológico (de origen animal), así como también la presencia de una alimentación basada en el consumo de carbohidratos. Mencionaba que “el alimento de todo el día era, con muy contadas excepciones, mate cocido, mazamorra sin leche y locro sin carne” (Palacios, 1937, p.131), generando así una percepción trágica, ante la que expresó: (…)

 

(…) “yo he visto niños tristes, sin luz en los ojos, que denotan una atención dispersa, delgados, de piel pálida, cetrina o terrosa, de flacidez marcada, mucosa de los párpados descolorida, pecho enjuto. Falta de curiosidad, inactivos” (…) (Palacios, 1937, p.133).

 

Este relato de miseria constituía el excelente reflejo de las mejores condiciones para el crecimiento y desarrollo no del niño, sino de una enfermedad tan penosa como la desnutrición infantil. Y digo penosa, no sólo por la sensación de tristeza que nos inunda al ver -y empatizar- sobre el sufrimiento de aquellas familias, sino también por las consecuencias que tiene tanto en la salud futura del niño como en su posterior derrotero educativo, afectivo y laboral. En efecto, existe abundante evidencia empírica para sostener que las secuelas pueden involucrar serias limitaciones físicas, psíquicas, cognitivas y afectivas a lo largo del ciclo vital, que a su vez pueden volver a incidir sobre los niveles de pobreza. En este círculo vicioso, la desnutrición no sólo es resultante sino causa fundamental de la pobreza, y se asocia, sinérgicamente con otras patologías, tales como infecciones respiratorias, diarreas y parasitismo. Como si esto fuera poco, la desnutrición pasaba factura también en la máxima talla alcanzada por los infantes. Por ejemplo, la evaluación antropométrica de jóvenes de 18 años que ingresaban al servicio militar mostraba diferencias notorias entre el interior y la Capital Federal, tanto a inicios como finales del siglo XX. Como ejemplo del contraste podemos ver en 1991 los casos de Jujuy con un promedio de altura de 165.1 cm y la Capital Federal donde dicho promedio era de 172.3 cm. Así, el 20 % de los jujeños y 13% de lo salteños eran eximidos del Servicio Militar por su baja estatura.

Ahora bien, esta condición histórica de la desnutrición infantil en el norte argentino, visibilizada mediáticamente en 2002, persiste aún en nuestros días. Ya sea como causa básica de mortalidad/enfermedad o asociada a distintas patologías que inciden sobre la población infantil, según el territorio considerado, la desnutrición afecta de manera diferencial a la niñez argentina.

República Argentina. Proporción de muertes/egresos hospitalarios de menores de cinco años bajo la causa “desnutrición y otras anemias nutricionales” según departamentos y proporción de nacimientos de bajo peso. Fuente: Bases de estadísticas vitales proporcionadas por la Dirección de Estadísticas e Información de Salud (DEIS) y elaboración propia.

Hace poco, desde nuestro grupo de investigación, realizamos un aporte al distinguir la distribución espacial de la desnutrición infantil en años recientes, detectando indicadores de muerte y egresos hospitalarios de niños y niñas por desnutrición, junto a la proporción de nacidos a término con bajo peso, según la educación crítica de la madre.

Ciertas áreas del norte presentan las peores condiciones y precisan un abordaje inmediato en materia de pobreza y salud infantil. A pesar de la tendencia al descenso que presentó el problema, en el caso de la mortalidad infantil, regiones como el Impenetrable chaco-formoseño, los valles salto-jujeños, el territorio del interfluvio Dulce-Salado de Santiago del Estero o algunos departamentos de la meseta misionera, se distinguen como núcleos de elevada magnitud y persistencia de la desnutrición; a éstas se agregan algunos departamentos sanjuaninos en la misma condición. Por otro lado, los egresos hospitalarios muestran una concentración del problema que no sólo responde a las provincias norteñas. Finalmente, el bajo peso se destaca por su persistencia extendida en el norte argentino, coincidiendo en muchos casos con las áreas destacadas en los casos anteriores.

La desnutrición infantil conforma el principal núcleo duro de privación y exclusión que debería ser prioritario en las políticas públicas. Sin ser una expresión erradicada dentro de los problemas nutricionales de la niñez argentina, se articula con la creciente proporción que revelan los datos de sobrepeso y obesidad -en conjunto denominada malnutrición infantil- lo cual constituye una nueva problemática que distingue a los actuales problemas nutricionales en nuestro país.

Lejos de ser una cuestión del pasado, este flagelo -con sus diferentes expresiones- constituye uno de los problemas de mayor relevancia en la actualidad, lo cual influye en gran medida en las altas tasas de morbilidad y mortalidad infantil, así como en la prevalencia de ciertas enfermedades crónicas, difíciles de cuantificar. Se suman costos económicos y sociales de la enfermedad (gastos hospitalarios, productividad, gastos en educación, menor capacidad laboral, etc.), y el condicionamiento en el desarrollo cerebral que genera, también complejo de cuantificar, aunque con profundas connotaciones éticas y morales.

Hoy la desnutrición infantil no es sólo un problema -ni siquiera una ignominia- constituye el hecho más vergonzoso que limita en cada ser las posibilidades de alcanzar el grado más alto de evolución y el mayor potencial genético, y que como sociedad nos interpela a luchar, incesantemente, en pos de su erradicación.

 

 


Bibliografía

  • Bolsi, A. (2007). El mito de la opulencia argentina: territorio y pobreza en el Norte Grande. En: Actas latinoamericanas de Varsovia, 30, 189-206.
  • Demonte, F. (2011). La construcción de la malnutrición infantil en la prensa escrita argentina durante la crisis de 2001. Salud colectiva7, 53-71.
  • Longhi, F.; Gómez, A.; Zapata, M.; Paolasso, P.; Olmos, F. y Ramos Margarido, S. (2018). La desnutrición en la niñez argentina en los primeros años del siglo XXI: un abordaje cuantitativo. Salud colectiva14, 33-50.
  • Palacios, A. (1937). Informe. En: Diario de la Cámara de Senadores de la Nación, 4ª a 7ª reunión, 3ª sesión ordinaria, pp. 11-287.
  • Rodríguez Marquina, P. [1899] (2012). La mortalidad infantil en Tucumán. En Fernando Longhi (Ed.) Buenos Aires: Imago Mundi.

Fernando Longhi
Licenciado en Geografía y Doctor en Ciencias Sociales (UNT). Posee un Postdoctorado en el Ibero-Amerikanisches Institut (Berlín). Actualmente es Investigador Adjunto del CONICET en el Instituto Superior de Estudios Sociales (CONICET-UNT) y docente regular en la Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales y de la Salud (UNSE).

Imagen de tapa: Colección Bachur. Estudio fotográfico LUZ Y SOMBRA. Imagen tomada en la ciudad de San Miguel de Tucumán a principios de siglo XX. Edición de la imagen: C. Darío Albornoz (CONICET/UNT)