SOBRE MITOS Y EXPERIENCIAS: EN TORNO AL “SUEÑO AMERICANO”

SOBRE MITOS Y EXPERIENCIAS: EN TORNO AL “SUEÑO AMERICANO”

Nadie discute que en nuestro país de crisis eternamente cíclicas, la vida cotidiana se hace compleja. Quizás eso colabora con la fantasía de imaginar otros destinos que siempre, pero siempre, se hallan en EE.UU. o en Europa. Así, en la búsqueda de esa sociedad ordenada en donde médicos y médicas no ganan lo mismo que el personal de limpieza, se desestima la dolorosa experiencia de vernos arrojados a habitar un nuevo país, un nuevo idioma, una nueva identidad. Para muchos argentinos y argentinas, el desafío de construir sentido en el propio y siempre imperfecto terruño tiene, sin embargo, más peso que la huida. “La ciudad es siempre la misma./ Otra no busques, no la hay/ni caminos ni barcos para ti./ La vida que aquí perdiste/ la has destruido en toda la tierra”, dice el poeta[1]. En esta ocasión, Fabiola Orquera, investigadora del CONICET, varias veces becaria en el extranjero, reflexiona sobre el consejo de abandonar lo propio y, con “Serenata para la tierra de uno”[2] resonando en su cabeza, nos cuenta su experiencia.

 

 

SOBRE MITOS Y EXPERIENCIAS: EN TORNO AL “SUEÑO AMERICANO”

por Fabiola Orquera

 

Varias voces han recogido el guante arrojado por el Dr. Jesús Amenábar, por lo que no quiero redundar en aspectos ya señalados, con los que coincido.[3] Sí quisiera referirme a la idea de que los problemas que atañen a los profesionales -puesto que se expresa una voluntad de diferenciación con las “empleadas domésticas”-, se solucionarían en un país de habla inglesa. Pienso que este apego a la matriz implícita del “sueño americano” por parte del Dr. Amenábar, que no corresponde al país de residencia, genera, en vez de agradecimiento, una diatriba en contra del sistema del que forma parte.

En este sentido, quisiera compartir unas reflexiones a partir de mi propia experiencia en Estados Unidos, donde viví entre 1996, cuando partí para hacer el posgrado en Letras en Rutgers, la Universidad Estatal de Nueva Jersey, y 2004, cuando regresé a incorporarme a CONICET, por el programa de reinserción de científicos doctorados en el exterior. Si bien ambas experiencias fueron posibles por becas otorgadas por esas instituciones, era necesario además trabajar en como instructora graduada para afrontar los gastos básicos de subsistencia.

Pues bien: la primera imagen que tengo de mi llegada a New Jersey es de frío y nieve. El gris del aire me infundía cierta inquietud, por el corte radical que había emprendido y el comienzo de algo totalmente distinto a lo vivido hasta entonces. En Rutgers estaba como profesor Tomás Eloy Martínez y se abría un panorama estimulante, pero iba acompañado de tareas de enseñanza de español, cuyo pago se restringía a los meses de clases, excluyendo las vacaciones. En esos primeros meses de alta exigencia emocional e intelectual me reconfortaban los nuevos vínculos afectivos, las visitas semanales a la ciudad de New York y el color índigo del cielo al atardecer, que adoraba.

Sebastián FRIEDMAN, Familia Benítez (de la serie Familia y doméstica). Políptico (fragmento). Fotografía analógica full color. 2000-2003

En cambio, la salud se convirtió en un problema. La atención en los centros médicos se circunscribía a diagnósticos básicos, a no ser que el mal fuera tangible y evidente; en caso de cirugía, había que evitar la internación, porque los costos la volvían inviable. El “hospital” en el sentido gratuito que aquí le asignamos, allá no existe. Todo enfermo pasa primero por la contaduría, y si no tiene suficiente respaldo económico, no recibe atención. Así que comencé a hacerme estudios periódicos en Tucumán, cada vez que volvía.

Otro tema a considerar para quienes piensan en irse a buscar ámbitos de reconocimiento, es que universidades de prestigio en Estados Unidos establecen exámenes de ingreso estrictamente selectivos y costos muy elevados -que se cuentan en miles de dólares-, aun cuando se trate de instituciones estatales. Esto hace que los altos estudios estén restringidos a las clases adineradas, más aún en carreras como arquitectura, odontología o medicina. En cambio, nuestra educación superior, estatal y gratuita, tantas veces vapuleada, sigue permitiendo que jóvenes de clase media obtengan sus títulos. Los profesionales argentinos que piensan en otro país se solucionarían sus problemas, deben considerar que, de haber nacido allá, las posibilidades de cursar estudios universitarios hubiesen sido mucho menores.

Claro que de esos ámbitos de estudio me impresionaban la tecnología y las magníficas bibliotecas que caracterizan a las universidades más reconocidas. Nada de lo que buscaba para mi investigación faltaba: todo se conseguía y lo antes posible. Duke University -donde, al terminar la maestría, continué el doctorado-, contaba con un plantel docente de alto nivel, la visita de científicos/as y pensadores/as de todo el mundo y, en los Departamentos de Humanidades, un ambiente notablemente progresista. Además, en esos años se había lanzado el movimiento zapatista, y la iglesia católica hispanohablante del lugar promovía a “Witness for the peace”, un grupo de voluntarios que iban a zonas en guerra para denunciar los atropellos que se cometían con los habitantes. También organizaba actividades de contención a inmigrantes ilegales que llegaban desde México y El Salvador, quienes no hablaban inglés y vivían hacinados en condiciones clandestinas e insalubres.

En Durham, North Carolina, donde está Duke, había actividades culturales de primer nivel, como un festival de cine documental al que asistían cineastas como Michael Moore, que acababa de lanzar Bowling for Colombine, y un festival de danza moderna mundialmente famoso, el American Dance Festival. De hecho, a uno de sus espectáculos asistió Marcelo Tinelli, que había llegado acompañando a Paula Robles, que era bailarina. Y es que Durham era así: un pueblo chiquito y en parte precario, de veranos ardientes -como Tucumán-, por fuera somnoliento y por dentro cosmopolita. Quizás porque muchas de estas universidades fueron construidas donde había mano de obra barata, y gran parte de sus barrios están habitados por “African Americans” y “Latinos”, es decir las comunidades menos favorecidas del sistema. Es así que, como muestra el filme de Moore, la libre portación de armas, el racismo, y la pobreza generaban episodios de violencia frecuentes. Por eso al atardecer comenzaba a circular el “Safe ride”, es decir un ómnibus de la Universidad que llevaba a quien necesitara hasta la puerta de su casa, aunque viviera a una cuadra del campus, para evitar que sufriera algún ataque.

Y también recuerdo el desconcierto y el estremecimiento que provocó el ataque a las Torres gemelas, que sucedió cuando yo estaba en Chicago, haciendo una investigación en la Newberry Library, y de pronto quedamos unas pocas almas, como en pena, gravitando en la ciudad vacía. Y el día en el que se declaró la guerra a Irak, cuando se extremaron los controles de identidad en el campus y me volvió el miedo que había sentido en la última dictadura. A la inversa, yo estaba en México cuando comenzaron las noticias de la crisis del 2001, por lo que decidí volver, aunque no lo había previsto, y me recibieron los saqueos y una angustia compartida, esta vez, con mis seres queridos. Y es que nadie está fuera de la historia. Esté donde se esté, uno es parte. Los sueños no alcanzan a salvarnos de la realidad cuando ésta nos atraviesa.

Sebastián FRIEDMAN, Familia da Silva (de la serie Familia y doméstica), Políptico (fragmento). Fotografía analógica full color. 2000-2003

Así, cuando pienso en esos años me vienen las imágenes de mis amigos y amigas, que constituían, a nivel afectivo, mi familia. Pienso en mis dos amigas de Europa del Este, quienes, después de haber conocido el socialismo, miraban la vida como de soslayo, como si hubiesen regresado al capitalismo desde la estación siguiente, con una desilusión fundamental sobre las posibilidades de uno y otro lado. “Estos sistemas se parecen”, me decían, observando las construcciones monumentales y las prácticas dirigidas al dominio de las subjetividades. Sin conocerse, compartían el ejercicio natural de una mirada crítica, un tanto desconfiada y a la vez direccionada intuitivamente a una especie de utopía intangible, de contornos aún difusos. Era como si dijeran: “por ahí no era, pero debe haber una salida”. Porque habían partido de sus países persiguiendo el sueño de libertad -no de riqueza- y encontraron un laberinto de supermercados. Y advertían que libertad y mercado no son lo mismo.

Así, yo solía caminar entre imágenes contrastantes: el rojo intenso de las flores de arce, la música de Nina Simone y Coltrane, los árboles de magnolia, las caminatas por el río Eno, la imagen de Michael Moore enfrentando a Charlton Heston, el campus, el Café Triade a las siestas, las compras en tiendas de segunda mano, las bibliotecas, las clases, los encuentros intelectuales. Lo “cool” y lo “trash”. El sueño americano y la desolación infinita de El Guasón. Sueños de rascacielos que conllevan su injusticia y su dolor. Y a menudo siento nostalgia por mi vida en Durham, lugar que llegué a querer, con sus luces y sus sombras, en esa densidad trascendental que tienen un lugar y quienes lo habitan.

Por último, creo importante distinguir entre los que alguna vez nos fuimos, quienes partieron forzados por el exilio; quienes, desesperados por la crisis del 2001, se expusieron a la inmigración ilegal; quienes ostentan lujosas residencias en Miami, ignorando la pobreza y la violencia que se advierte en otras zonas de esa misma ciudad; y quienes volvimos. Entre estos últimos pienso en Martin Guzmán, quien después de haberse doctorado en la Universidad de Columbia, regresó a servir honrosamente a su país.

Irnos, sí, para volver fortalecidos; o quedarnos, para mejorar desde nuestro lugar lo que podamos. Como dice María Elena Walsh en Serenata a la tierra de uno, “Por todo y a pesar de todo, mi amor, yo quiero / vivir en vos”.

La relación con el pago es un anclaje visceral con la propia historia y con lo que el presente reclama. Cada quien puede aceptar esa alianza, replantearla, o batirse en retirada.

 

 

 

[1] Nos referimos a “La ciudad” de Konstantinos Kavafis.

[2] Poema /canción de María Elena Walsh.

[3] Me refiero a una carta titulada “Héroes y heroínas de la salud”, en la que el médico del Hospital Centro de Salud incita a los residentes a estudiar inglés y abandonar el país. (Ver: https://www.eltucumano.com/noticia/actualidad/266307/heroes-y-heroinas-de-la-salud-la-carta-de-un-medico-tucumano-internado-con-coronavirus). La respuesta de Rossana Herrera de Forgas también ha sido reproducida en ese medio ( Ver: https://www.lagaceta.com.ar/nota/858460/actualidad/respuesta-ciudadana-critica-carta-doctor-amenabar.html)


Fabiola Orquera
Investigadora CONICET y Coordinadora de la Red de Estudios Interdisciplinarios en Culturas y Regiones (REICRE). Editó Ese ardiente Jardín de la República. Formación y desarticulación de un campo cultural. Tucumán: 1880-1976 (Alción, 2010) y La selva, la pampa, el ande. Vías interiores de la cultura argentina, junto a Radek Sanchez-Patzy (EDUNSE, 2019) y publicó artículos académicos sobre obras de Gerardo Vallejo, Chivo y Leda Valladares, Atahualpa Yupanqui, Gerónima Sequeida y Pepe y Gerardo Núñez, destacándose From the Andes to Paris: Atahualpa Yupanqui, the Communist Party and the Latin American political folk song movement, en Red Strains (The British Academy and Oxford University Press, 2013). En 2015 fue distinguida como “Mujer destacada en la cultura” de la Provincia de Tucumán. Vive y trabaja en San Miguel de Tucumán.

Imagen de tapa: Sebastián FRIEDMAN, Familia Acassuso de Bianchi y Familia Báez (de la serie Familia y doméstica). Políptico (fragmento). Fotografía analógica full color. 2000-2003.

La serie “Familia y doméstica” del artista Sebastián Friedman, retrata la complejidad de la vinculación familiar y afectiva que viven las empleadas domésticas, desnudando una integración al núcleo familiar, que casi siempre es falsa. Se trata de retratos realizados en el seno de la intimidad de dos hogares, tanto del propio como del ajeno. En este caso se trata de tres domésticas encargadas de cuidar a una anciana moribunda, en el contexto de una familia burguesa de la ciudad de Posadas. La serie se realizó entre los años 2000 y 2003 en distintas provincias nuestro país.


Sebastián Friedman
Artista y docente. Desde numerosos países de América Latina como Honduras, pasando por campamentos de refugiados en el Sahara hasta Jakarta, en Indonesia, ha participado en residencias de producción y análisis de obra, dictando asimismo numerosos talleres en torno a la creación de imágenes. Actualmente trabaja moviéndose en las fronteras entre arte y educación, dando capacitaciones y desarrollando contenidos para estudiantes y docentes tanto de manera presencial, como virtual. Trabajó en los Programas “Conectar Igualdad”, “Envión”, el Canal “Paka Paka”, la Dirección de Formación Continua del Ministerio de Educación de la Nación Argentina y el Proyecto “Mala Praxis” de la Universidad de Tres de Febrero. Vive en la CABA.