LAS ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS, HISTORIA Y CONTEXTO. LOS EFECTOS EN LATINOAMÉRICA.
Las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de Norteamérica tienen un impacto no sólo en su política interior sino también, indefectiblemente, en los avatares político-económicos del mundo entero. En este ensayo, el analista político Luis Octavio Corvalán desmenuza el sistema electoral estadounidense desde sus inicios hasta la reciente contienda que dio el triunfo al demócrata Joe Biden, a la vez que indaga en los orígenes del desarrollo económico del país imperial y describe los posibles efectos del resultado electoral sobre Latinoamérica y el crecimiento irreductible de China como el gran e imparable rival del gigante capitalista.
LAS ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS, HISTORIA Y CONTEXTO. LOS EFECTOS EN LATINOAMÉRICA
por Luis Octavio Corvalán
Observar qué ocurre en Estados Unidos puede parecer lejano para algunos paisanos latinos, pero no debería serlo. Desde la Segunda Guerra Mundial es la potencia hegemónica global y somos justamente los latinos quienes hemos vivido bajo su influencia, en lo que ellos llaman su “patio trasero”. Así que vamos a intentar analizar lo que ocurre allí ahora, en una transición importante para su historia reciente.
El sistema electoral norteamericano es similar al que se adoptó en Argentina a mediados del siglo XIX, cuando establecimos una Constitución a imagen y semejanza de la elaborada en Filadelfia en 1787. Cada región – o estado – organiza la votación y, según el resultado, nombra a los electores que concurrirán al Colegio Electoral, donde se vota y se proclama al presidente. En 48 de los 50 estados de EE. UU. el partido que logra la mayoría de votos se lleva el 100 % de los electores designados para ese estado. La cantidad de electores va a depender de la población de ese estado. En Argentina adoptamos un sistema más europeo y los electores por cada provincia son establecidos por un sistema proporcional. Este método evitó, durante su existencia y hasta la reforma de 1994, que fuera consagrado presidente un candidato que no había ganado por el voto popular. El sistema norteamericano permitió que en cinco ocasiones fuera nombrado presidente un candidato que había perdido la votación popular. Esta anomalía hizo que hoy en Estados Unidos el sistema de Colegio Electoral esté muy cuestionado. Otro inconveniente es que no existe una autoridad electoral federal. Cada estado fija las normas de sufragio y es el encargado del recuento de votos. Tampoco hay un centro de cómputos oficial, así que cada estado entrega los resultados a los medios de comunicación y éstos son los encargados de hacerlos conocer al público. El sistema de “winner takes all” *, cuando de electores se trata, hizo innecesario un escrutinio fino entre los partidos, salvo en casos de muy poca diferencia entre candidatos (menos de 0,5%), en que un recuento manual puede ser exigido por la justicia. Finalmente, la oficialización de la nominación presidencial es hecha por el Colegio Electoral, generalmente a principios o mediados de diciembre. La votación popular siempre se realiza el primer martes de noviembre. Tanto la fijación de esa fecha durante un día hábil, más el sistema de Colegio Electoral y la Cámara de Senadores -que durante 130 años no se eligió por el voto público-, eran métodos adoptados para menguar el impacto de la voluntad popular en la designación de la máxima autoridad.
La gran diferencia entre el desarrollo de Canadá y Estados Unidos respecto de Latinoamérica se debe, en palabras del gran economista argentino Aldo Ferrer, a la manera en que se distribuyeron las tierras en ambas regiones. En EE. UU. la colonización fue un proceso típicamente burgués: llegaban familias e individuos dispuestos a conseguir oportunidades de trabajo y tierras cultivables, y eso signó la expansión desde el Atlántico hacia el oeste. La entrega de parcelas a cada familia – que iban desde 70 hectáreas en las zonas más fértiles hasta más de 150 hectáreas en las praderas- permitió el establecimiento de un sólido mercado interno compuesto por pequeños productores rurales y las actividades que acompañaban a esta estructura económica: artesanos, proveedores de servicios, almacenes, talleres e industrias a lo largo y ancho del país. Recién cuando se terminó la frontera -la expansión territorial de colonos e inmigrantes hacia el oeste llegó al Pacífico-, fenómeno que se produjo a fines del siglo XIX, este proceso de entrega de tierras ya no pudo seguir y entonces EE. UU. se convirtió en una potencia colonial que comenzó a buscar regiones fuera de sus límites, para poner bajo su órbita. Esto arrancó con Cuba y Filipinas, ex colonias españolas. Esa política burguesa, muy distinta al proceso de conquista monárquica que ejecutaron tanto la corona española como la portuguesa en el resto del continente, generó una base social de propietarios, emprendedores y cuentapropistas con una conciencia individualista y meritocrática, proclives a políticas que hoy consideraríamos conservadoras y libremercadistas. Los partidos actuales, Demócratas y Republicanos, reflejan esa corriente de pensamiento mayoritaria.
En la actualidad, luego de 40 años de políticas neo liberales y un paulatino repliegue del estado benefactor que llevó al país a la bonanza post guerra, recién están apareciendo grandes colectivos que necesitan un rol más activo del estado para suplir lo que el marcado ya no les provee. Esto empezó a sentirse como una necesidad a partir de los efectos de las transformaciones liberales de Ronald Reagan y las administraciones posteriores consolidadas luego del colapso del muro en 1989. Este proceso acentuó la concentración de la riqueza a favor de la cúspide ya rica, en detrimento de la clase trabajadora. Hoy un trabajador promedio de EE. UU. tiene el mismo poder adquisitivo que en 1973, mientras los millonarios y las corporaciones vieron multiplicar sus ingresos. (**). Este repliegue del estado benefactor, junto con el estancamiento del poder adquisitivo más el aumento de la desocupación, que luego se contrarrestó con trabajos precarios, generó un malestar creciente en un sector importante de la población, que hizo entrar en crisis a los partidos tradicionales. En especial al Demócrata, al que identifican más con la defensa de la clase trabajadora.
La irrupción de Bernie Sanders – un independiente que se define socialista- quien logró apoyo popular en 2016 y en menor medida en 2020, responde a esta necesidad. Senador independiente por décadas, el establishment demócrata hizo lo imposible para impedir su triunfo en 2016. Y luego la DNC (Democrat National Convention) eliminó de la plataforma demócrata todo vestigio del progresismo que aportaba Sanders. Pero ese año los Demócratas perdieron en el Colegio Electoral nada menos que con Trump, alguien a quien los analistas consideraban un candidato imposible de votar.
Este año, Biden tuvo la perspicacia y agudeza política de incorporar a su espacio tanto a Sanders como a su plataforma progresista, a pesar de haberlo derrotado claramente en la interna. Esto no significa un cambio radical para los demócratas pero sí en cuestiones que pueden llegar a influir en el día a día de los sectores más vulnerables. Y también implica un diálogo más amigable con el resto del mundo, en especial con los aliados históricos que quedaron muy ofendidos con el estilo prepotente y descalificador de Trump. Cambios mínimos, desde una perspectiva progresista, pero cambios al fin.
Por otra parte, Latinoamérica no está bajo el radar principal de EE. UU. en este momento. Salvo en su lucha con China por la supremacía futura y, como correlato, su influencia en el subcontinente. China es el verdadero problema actual para Estados Unidos. El país asiático sigue creciendo a ritmo sostenido porque tiene márgenes para hacerlo, según el axioma marxista de crecimiento capitalista en base a parámetros del siglo XIX, plena revolución industrial. Hoy, este proceso de crecimiento en base a la expansión industrial está algo agotado en EE. UU. y en Europa, no así en China, por el margen de crecimiento que todavía tiene su enorme mercado interno. Por lo tanto, puede todavía aprovechar las ventajas competitivas del sistema capitalista. Claramente, China va rumbo a superar a EE. UU. en el propio campo de juego del rival.
Un sistema alternativo a la democracia occidental y un concepto distinto de nación está sacudiendo no sólo económicamente sino también en el campo de las ideas y las instituciones, a occidente. Y a Estados Unidos en particular, especialmente en el rubro de poderío militar. China tiene así, hoy, una presencia sin precedentes en América Latina y África, además de fuertes lazos comerciales con Europa. Con Rusia la une una alianza estratégica que no pudo establecerse durante la Guerra Fría por rivalidades hoy superadas. Es hoy el socio comercial más importante de Argentina, superando a Brasil. Los EE. UU. van a dejar de ser la primera potencia mundial en muy poco tiempo. Esta es la agenda principal que los preocupa, por motivos más que suficientes.
Latinoamérica indefectiblemente va a volver a los gobiernos progresistas, más que nada por el rotundo fracaso del viraje a la derecha que muchos países adoptaron a mediados de esta década que termina. Viraje que sólo se explica por un bombardeo mediático y judicial que con el tiempo perdió eficiencia porque la realidad no acompañó los relatos de cada caso. Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Méjico y otros han regresado, o están en proceso de hacerlo, hacia formas y modelos menos ortodoxos y más independientes de la influencia de Estados Unidos. Ver pilotear estos avatares a Joe Biden en los años por venir va a ser un espectáculo digno de observar. La pandemia actual ha acelerado los tiempos porque produjo una caída fuerte de la actividad económica y el PBI en Estados Unidos, mientras China pudo seguir con su crecimiento, menguado pero positivo. Argentina deberá muñequear su política exterior y económica para sacar el mayor provecho de una coyuntura que le puede ser favorable dentro de una guerra comercial que promete perdurar en el tiempo.
(*) Trad.: El ganador se lleva todo.
(**) http://locpolitico.blogspot.com/2016/05/pequeno-liberal-ilustrado.html
Imagen de tapa: ilustración de Patricio Corvalán