Rocío, la niña invisible

Rocío, la niña invisible

“porque por lo verde
regreso a la vida;
yo muero para volver
juntando rocío en la flor del laurel.”

Zamba del laurel,
de Gustavo Leguizamón y Armando Tejada Gómez

 

 

Me siento a desayunar delante de la compu, como todas las mañanas. Pongo mi café con leche y mis tostadas sobre la mesa, cerquita de la PC, y abro La Gaceta, el diario que leo todas las mañanas para estar enterada, sobre todo, de lo que pasa en mi provincia. Primero les doy un vistazo a las noticias sobre el coronavirus. De pronto, un titular me espanta: “CONFIRMAN QUE ROCÍO FUE CARBONIZADA TRAS SER ASESINADA. SUS RESTOS FUERON ESPARCIDOS EN VARIOS LUGARES”. No sabía casi nada de la historia, sólo que se trataba de una niña pequeña. Comienzo a leer y lo que leo me va estrujando el corazón, me va llenando de horror y de bronca, y de repente me doy cuenta de que estoy llorando sobre el teclado, mientras esa carita inocente y tierna me mira fijo con sus grandes ojos marrones desde la pantalla. Por eso, y porque ella ya no podrá, yo voy a contar su historia, su trágica, desgarradora y brevísima historia.

Rocío vivió sólo cuatro años. Sí, cuatro años, nada más. Estiman que fue asesinada entre el miércoles y jueves pasado. Después del asesinato, la descuartizaron, quemaron y esparcieron sus cenizas para que no quedaran restos y no se pudiera comprobar el crimen. Así de terrible y horroroso como suena, como si fuera uno de esos policiales británicos de Netflix o Amazon que tanto nos gustan a quienes vemos series. Pero no, no sucedió en un pueblito precioso de la campiña inglesa sino en Tucumán, en un contexto de pobreza extrema. La nena vivía en el barrio La Chabela, un asentamiento en las afueras de Lules, cerca de San Miguel de Tucumán, levantado por un grupo de vecinos y que carece de los servicios básicos. Algún juez dictaminó que su madre no podía hacerse cargo de ella, porque aparentemente era una adicta, así que la pequeña fue entregada a su madrina.

“Le quitaron un hijo a una madre. Y miren lo que pasa cuando hacen esas cosas. Ella luchaba para recuperar a sus chicos y miren esta mujer cómo le entrega a su chiquita”, agregó con lágrimas en los ojos Carolina, prima de la mamá de Rocío. [1]

Por otra parte, su padre estaba preso por haber violado a las hermanastras de la pequeña. Los estragos de la pobreza, el hacinamiento y la ignorancia siempre estuvieron presentes en la triste historia de Rocío. Los vecinos declararon que la madrina y su familia la maltrataban continuamente y que los hombres de la familia abusaban de ella.

“A esa criatura la tenían encerrada. Quienes viven más cerca cuentan que le pegaban mucho. Hace unos días heló y la escuchamos llorar: le estaban pegando porque se hizo pis encima. La bañaron con agua helada en la calle, en plena noche”, describió Susana, una vecina” (ibídem).

Toco mi taza, el café con leche está frío, la mermelada ya no tiene sabor. Pienso en les niñes de mi familia. Pienso en mi hijo cuando era un niño, en mi sobrina adolescente que acaba de salir de la niñez. Pienso en mis sobrinos veinteañeros de Buenos Aires, cuando eran muy chiquitos. Pienso en todo el amor que recibieron de la familia, en los juguetes que tuvieron, en toda la música que escucharon, en los dibujitos que vieron en la tele, en los chocolates calentitos que tomaron y en las galletitas merengadas que comieron en sus meriendas. Pienso en todos los besos y abrazos que les dimos en sus vidas de niñes. Todas esas cosas que Rocío quizás nunca tuvo y ya jamás podrá tener.

“Pocos son los vecinos que recuerdan a la niña”, dice la mencionada nota del diario. A Rocío no pudieron verla. Rocío fue una niña invisible, para su familia, para sus vecinos, para el Estado. Nadie, nadie se hizo cargo de ella. Nadie realmente la amó, como una niña merece ser amada. Nadie la cuidó, como una niña pequeña necesita que la cuiden. Porque si alguien -su madre, su padre, su madrina, el Estado– la hubiese cuidado y protegido, Rocío hoy estaría viva y podría estar desayunando ella también un chocolate con galletitas. Pero no. Rocío fue violada. Rocío fue asesinada. Rocío fue descuartizada. Rocío fue quemada. Y finalmente, su pequeño cuerpito está hecho cenizas en algún lugar indefinido, en un monte o flotando lentamente sobre las aguas de un río.

Escribo esto con el corazón constreñido de dolor y con la cabeza llena de preguntas y de bronca. Después de que identifiquen a los asesinos, ¿alguien en el Estado se hará cargo de la muerte trágica de esta pequeña? ¿Alguien presentará una renuncia en alguna de las instituciones del Estado relacionadas con les niñes en situación de alta vulnerabilidad? ¿Algún juez se hará responsable por haberle dado la tenencia de Rocío a esa madrina irresponsable que no supo velar por ella? ¿El Estado no mandó a nadie para ver cómo viven les niñes del asentamiento La Chabela? ¿Ningún vecino denunció ante la policía que Rocío sufría violencia y abuso? ¿Dónde está el Estado cuando les niñes pobres lo necesitan? ¿Dónde está el Estado cuando las familias que viven bajo una vulnerabilidad constante requieren su ayuda?

La vida breve y terrible de Rocío es consecuencia de muchas cosas, entre ellas, la pobreza estructural, la falta de educación, y seguramente trabajo, de los adultos y adultas a cargo de niñes y, obviamente, es también efecto de una marcada ausencia del Estado. El Estado no estuvo presente en la vida de Rocío. Nadie se enteró de su existencia, de su fragilidad y del abandono permanente del que fue objeto, nadie fue a rescatarla, nadie quiso realmente que Rocío fuera feliz o que tuviera la vida que cualquier niña o niño merece tener. ALGUIEN debe asumir la culpa de lo que le pasó a Rocío, aparte de sus asesinos y de la familia que la descuidó tanto y que no pudo amarla. Ellos son responsables, pero el Estado también. Si nadie paga por la muerte de Rocío, otras niñas y niños tendrán este mismo y trágico destino. Ningún niño o niña, de la condición que sea, merece vivir una vida sin cuidados y sin amor.

Pequeña Rocío, hermosa Rocío, ojalá tu vida tan cortita y tu muerte tan trágica no hayan sido en vano. Ojalá tus ojitos marrones, esos ojitos tristes que nos miran desde la pantalla, queden grabados en la cabeza y el corazón de alguien que pueda hacer justicia en tu nombre.

 

Patricia Salazar
4 de julio de 2021

 

[1] https://www.lagaceta.com.ar/nota/900716/actualidad/confirman-rocio-fue-carbonizada-tras-ser-asesinada-sus-restos-fueron-esparcidos-varios-lugares.html


Patricia Salazar
Cantante, Narradora y Profesora de Inglés graduada en la Universidad Nacional de Tucumán.

Imagen de tapa: Imagen tomada de La Gaceta versión online, modificada digitalmente por Patricio Corvalán.


Patricio Corvalán
Ilustrador y Diseñador Industrial graduado en la Universidad Nacional de Córdoba.