EL ÚLTIMO NARRADOR
El 13 de junio próximo pasado murió Víctor Quiroga. A través del análisis crítico de Carlota Beltrame, Sin Miga homenajea a este artista de quien supo contar con su generosa colaboración y lo despide agradeciendo el legado de una obra en la que, a través de los años, para bien y para mal, lxs tucumanxs continuaremos mirándonos y reconociéndonos.
EL ÚLTIMO NARRADOR
Por Carlota Beltrame
Ése es nuestro oficio: testimoniar el llanto,
testimoniar la historia, ser memoria.
Leonardo Favio
No nos llevábamos muy bien e incluso tuvimos alguna discusión en torno a la obra de artistas emergentes contemporáneos; episodios como aquél en el que quiso levantar la muestra de Deborah Pruden[1], becaria en el programa de la Beca Kuitca o cuando me esperó ofuscado en las puertas del museo porque yo había seleccionado y exhibido un dibujo temprano de su autoría[2]. De poco sirvió intentar explicarle que estaba interesada en mostrar la génesis de su proceso creativo, el momento en el que había comenzado a formarse la “marca” de su práctica. Es que, como muchxs, Tito Quiroga se hallaba fuertemente ligado al concepto de autor en tanto individuación de las ideas o conocimientos, haciéndolo sobresalir con fuerza por sobre la performatividad subyacente en toda pieza artística y por sobre su posproducción. En efecto, comparados con la noción de autoría, consideraba a esos dos momentos como débiles y secundarios. Para peor, en un reciente reportaje no dudó en demostrar públicamente su desacuerdo con la entrega de primeros premios a jóvenes artistas de la escena contemporánea local ya que también tendía a otorgar estatuto de verdad a lo “bien hecho”, desmereciendo así las muchas y legítimas maneras de construir un discurso poético.
Sin embargo, el respeto que nos profesábamos nunca menguó y Tito no dudó en volver a dejarse “curar” por mí[3], ni en colaborar generosamente con Sin Miga autorizándonos la publicación de imágenes de sus maravillosas pinturas. Por mi parte seguí pensando que su obra, enmarcada en lo estrictamente académico y disciplinar, es una de las mejores que ha dado el devenir de nuestras artes visuales, tanto en el contexto de la provincia como en el nacional.
Se publicaron varios artículos antes de la inesperada muerte de Víctor “Tito” Quiroga, más específicamente en ocasión de “No me le afloje la cola a la vaca”, su gran muestra monográfica de 2019, en el “Timoteo Navarro”. Me han sorprendido sin embargo porque a mi juicio, todas eludían hablar sobre su obra, cayendo en lo meramente descriptivo, en notas de color o en la tentación de poetizar la propia prosa, renunciando a un análisis estético riguroso. Así las cosas, deseo ser yo quien ahora lo intente, por una innecesaria lealtad hacia alguien de quien nunca fui amiga.
En 1971, la analista estética Marta Traba sostuvo que para encontrar su propio lenguaje, el arte latinoamericano debía cultivar lo político, lo erótico, el tiempo cíclico y por supuesto los mitos y los regionalismos. En la producción de Tito Quiroga confluyen el paisaje tucumano de los años 50 y 60, el paradigma representacional académico instaurado por Spilimbergo en 1948, los realismos críticos de los años 70 y por supuesto, los mitos en torno a la cultura del azúcar. A través de estas categorías Tito encuentra la manera de encajar en las propuestas de Traba, pero les agrega el manejo de una luz escenográfica cuyo legado debemos buscar en el movimiento Barroco; la idea de lo sublime propia del Romanticismo y que observamos en sus grandiosos y amenazantes paisajes; la perspectiva acelerada del Expresionismo alemán que genera ambientes llenos de inquietud y los colores saturados y vivaces del Pop. Curioso sincretismo que llevado por su mano dotada, generó un cuerpo de obra único cambiando la dirección de nuestras las artes visuales en las que tanto el paisaje como los personajes, se habían representado siempre de una manera sosegada, aun cuando aludieran a la pobreza o a la corrupción (estoy pensando en la serie de los charcos de Timoteo Navarro o en las célebres virreinas de Linares). Sin embargo, en la iconografía de Tito Quiroga, la apropiación antropofágica de recursos característicos de aquellos movimientos europeos, los torna paradójicamente locales pues se aplican a la representación de grandes espacios abiertos sembrados de caña de azúcar sobre los que se ciernen esos cielos saturados del eterno mal agüero con el que están marcados los destinos de las clases populares de las que este artista nos hablaba con obstinación.
Pero, si profundizáramos todavía más, veríamos cómo Tito Quiroga logra asimismo darles un twist al paisaje, al retrato costumbrista y a los mitos locales pues merced a esta maniobra emergen saturados de drama. En efecto, sus pinturas parecen fotogramas de películas ya que, con estrategias de director de cine, satura de información los planos abiertos de sus paisajes rurales y a la vez consigue la emotividad propia de los planos cerrados al introducirles curiosas y pequeñas escenas en las que se desarrollan relatos subsidiarios. Los abruptos contrastes de luces y de sombras y los cielos y perspectivas desbordadas riman, ciertamente, con el cine de Leonardo Favio (recordemos “Nazareno Cruz y el lobo” o “Aniceto”, entre muchas otros filmes de autoría.) Quiero decir, mientras éste concibe sus películas con artilugios visuales de pintor, Quiroga nos entrega historias en secuencias narrativas que pueden desarrollarse pieza a pieza; pintura a pintura como si desplegara el guión visual de una filmación. Pero la obra de Quiroga se une al cine de Favio no sólo por este twist, no sólo por la honda reivindicación de lo popular o por su talento para aunar emotividad y reflexión crítica, sino también por la creación de atmósferas mágicas en donde política y poética se convierten en una misma cosa.
Hablé de relatos subsidiarios, “microrrelatos” más bien diría, los cuales, dentro de la narración principal que constituye la imagen dominante en muchas de las pinturas de Quiroga, habilitan un segundo twist que sitúa aún más localmente las apropiaciones que del arte europeo hegemónico hace este gran artista. Me refiero al tiempo cíclico o circular del que hablara Marta Traba pues lo “real maravilloso”, que en la literatura latinoamericana había sido explorado con Gabriel García Márquez a la cabeza, aparece en las pinturas de Quiroga como narraciones cuya compleja trama puede ir desagregándose en pequeñas historias subsidiarias las cuales, en un mismo plano de representación, nuevamente como en el cine, son protagonizadas por los mismos personajes desdoblados y/o en diferentes momentos del mismo mito.
No sé cómo era Tito Quiroga, pero sé un poco de su obra, de su técnica virtuosa, del tono de la comedia y de la tragedia populares que pudo representar porque le eran propios, tanto como lo mágico y lo real; lo misterioso y lo inequívoco; la crueldad y la inocencia; lo tormentoso y la felicidad.
(Mi agradecimiento especial a Alejandro Esser y a Segundo Ramos, quienes me ayudaron a completar los epígrafes de las obras de Tito que ilustran este breve ensayo).
[1] En el Centro Cultural “Alberto Rougés” (2004)
[2] Me refiero a la muestra “Dibujo” curada en 2006 por Jorge Gutiérrez.
[3] “La mano, la cabeza”, en el Museo de la Universidad-MUNT (2007)
BIBLOGRAFÍA
- DE ANDRADE, Oswald Manifiesto antropofágico (1928) http://www.ccgsm.gob.ar/areas/educacion/cepa/manifiesto_antropofago.pdf
- FOUCAULT, Michel ¿Qué es un autor? (1998) Litoral. Córdoba.
- TRABA, Marta. Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas 1950-1970. (1971) Siglo XXI. Bs.As
- http://tallerlaotra.blogspot.com/2014/02/nazareno-cruz-el-lobo-favio-gabo.html
- http://www.sudacine.com.ar/galeria-aniceto/attachment/favio-5/
Imagen de tapa: Víctor QUIROGA, Año nuevo en la ovejería. Óleo s/tela. 114 X 86 cm.