CUARENTA AÑOS DE DEMOCRACIA

CUARENTA AÑOS DE DEMOCRACIA

Los cuarenta años de democracia que honramos este año, se han caracterizado por numerosos desafíos, entre los que estabilizar nuestra maltrecha economía ha sido quizás el más importante. Sin embargo, detrás de cada intento, detrás de cada uno de nuestros recordados fracasos se esconde una matriz de violencia que, en este breve y oportuno ensayo intenta desenmascarar Darío Esteban Abdala, a cargo de la Dirección de protección de Derechos Humanos de la provincia.

 

 

CUARENTA AÑOS DE DEMOCRACIA

por Darío Esteban Abdala

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En 2023 se conmemoran cuarenta años del retorno a la democracia luego del oscuro período iniciado por la última dictadura cívico-militar, la más sangrienta que haya conocido nuestro pueblo. El 10 de diciembre de 1983, asumió como Presidente de la Nación Raúl Ricardo Alfonsín luego de que ganara las elecciones presidenciales el 30 de octubre de ese mismo año. Por este motivo, cada 10 diciembre se conmemora el día de la democracia y, también, el día Internacional de los Derechos Humanos, dado que un día como ese en 1948 se sancionó la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General ONU. Existe un vínculo casi de unidad en esos dos conceptos que en Argentina cobra un ribete especial, pues la vinculación entre la conformación de la República Argentina y los derechos humanos, muchas veces fue contradictoria. La violencia estuvo presente en nuestra historia con fuerza superlativa y, fue justamente en 1983 cuando esa lógica comenzó a revertirse, cambiando el paradigma de la cultura política.

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Orígenes institucionales de la cultura de la violencia

Nuestra historia está plagada de hechos violentos que marcaron nuestra cultura política y, en cierta forma, le dieron identidad haciendo que la violencia fuera una parte constitutiva de ésta. Así como la política estuvo teñida de sangre desde el inicio mismo del proceso de independencia, transformar al adversario político como enemigo fue parte de la práctica cotidiana en la construcción y ejercicio de poder.

Para marcar algunos ejemplos, podemos mencionar a Mariano Moreno quien mandó a fusilar a Liniers, héroe de las invasiones inglesas, con el fin de mantener el purismo revolucionario; a Lavalle fusilando a Dorrego por representar los intereses de la plebe e iniciando así el ciclo de golpes militares y de tomas el poder por la fuerza cuando las urnas resultan esquivas; a Juan Manuel de Rosas mandando a perseguir a Lavalle hasta matarlo en el norte y la Mazorca que cortaba las cabezas de los unitarios como forma de confrontar a sus opositores políticos; o a Roca quien, tanto por la necesidad económica de controlar y poblar el territorio como por el ideal civilizador liberal, impuso el aniquilamiento de los pueblos originarios [1] Luego también se pueden mencionar las huelgas en la Patagonia o la semana trágica, utilizadas como excusas para exterminar a anarquistas e inmigrantes, sobre todo, a quienes entraban en ambas categorías seguimos con el disparo ¡en el Congreso de la Nación! contra Lisandro de la Torre terminando con la vida de Enzo Bordabehere. Asimismo, tuvimos el inverosímil bombardeo a la Plaza de Mayo por nuestra propia aviación naval (hecho que acabó con la vida de cientos de ciudadanos que transitaban por la ciudad. Finalmente llegamos a la Operación Masacre de la “fusiladora” en contra de Juan José Valle y su grupo de civiles y militares que osaban asumirse como peronistas; a Montoneros ejecutando sumariamente a Aramburu, luego a la Triple AAA al asesinato de Rucci y al Operativo Independencia… el mal absoluto, la violencia sin límites ni atenuantes que comenzara un 24 de marzo de 1976.

Sin duda, la historia política signada por la violencia alcanzará su representación más creciente y cruel con la sucesión de los gobiernos de facto. Este fenómeno fue una constante en nuestro país cuando los votos no acompañaban a un sector, siempre el grupo dominante en contra del movimiento de masas, para lo que se buscaba el apoyo de las armas. En efecto, eran los militares quienes amenazaban la política con discursos altisonantes expresando sus inquietudes, mostrándose consternados, indignados o con profunda preocupación por el devenir de los hechos; reprimiendo con fingida inocencia a civiles que eran sorprendidos en algún acto público. Un día después, los diarios titulaban “inquietud en las fuerzas armadas” y entonces el pueblo sabía que, bajo esa fingida inquietud latía la violencia institucional del autoritarismo para aplicar mano dura y poner “las cosas en orden”.

No existe una hipótesis distinta en relación a quienes fueron los que, vestidos de fajina y con sed de sangre cometieron atrocidades terribles; por lo tanto, tendremos que hacernos cargo de que los militares son emergentes de nuestra sociedad, y de que el germen autoritario se encuentra muy adentro en nuestra cultura. Esto, sin atenuar la responsabilidad penal con el juicio y castigo correspondiente a quienes llevaron ese autoritarismo a niveles desmesurados.

¿Cómo seguir después de tanto horror?, ¿cómo pararnos?, ¿cómo escribir? Quizás la única respuesta válida sea colocarse del lado de las víctimas, reivindicándolas, siempre. Sin embargo, cuando un país produce centros clandestinos de detención como la Jefatura de Policía, Arsenales o la “Escuelita de Famaillá”, no sale adelante diciendo sencillamente “fueron ellos” o, lo que es peor, aliviando a los criminales o expresando “fueron todos”. Quizás tendríamos que preguntarnos “cómo”, “por qué”, “para qué” y “ahora qué”, a sabiendas de que las respuestas involucrarán a toda la población argentina.

Es necesario reflexionar sobre el origen de nuestra matriz autoritaria, preguntarnos sobre sus fuentes históricas y actuales, para poder, a partir de ese conocimiento, combatirlas y transformarlas en una cultura más democrática y respetuosa de las diferencias. Ese origen tiene bases duras y profundas que Juan Bautista Alberdi ya había expuesto en sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, expresando que “necesitamos una democracia en las formas y una monarquía en el fondo” un “Rosas constitucionalizado”. Ciertamente tenía gran desprecio por la democracia y lo popular que finalmente se tradujo en una institucionalización centralizada con un presidencialismo exacerbado, un derecho monopolizado y un sistema educativo con un fuerte carácter autoritario.

Así las cosas, si se pretende cambiar pautas culturales, es imperioso preguntarse cómo transformar a nuestro proceso socializador para que las futuras generaciones tengan raíces democráticas más sólidas, cómo hacer que nuestro sistema educativo esté preparado, no ya para promover la violencia, el autoritarismo y la intolerancia sino, para promover el respeto hacia el otro, hacia la diversidad, degenerando personas que, lejos de ser indiferentes al dolor y padecimiento ajeno, sean capaces de reconocerse en ese Otro.

Luego, es necesario pensar la constante tensión entre la legalidad y la ilegalidad porque resulta, al menos contradictorio, expresar en nuestra Constitución “mantener un trato pacífico con los indígenas” y simultáneamente proceder al exterminio de los pueblos originarios tal como se hizo durante la “Campaña del desierto”; o que los militares lleguen aduciendo la necesidad de poner orden, hacer cumplir la ley y promover el respeto por la Constitución Nacional suprimiendo su aplicación, paradójicamente ¿Cómo llegamos a estar convencidos de que los derechos, que con tanta vehemencia defendemos para nuestro grupo de pertenencia, son los mismos que negamos a otras personas?

Encontrar las causas profundas de esa cultura autoritaria es lo que nos evitará volver a transitar los mismos caminos.

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Ante un “destino irreversible”… la respuesta de los movimientos de derechos humanos.

A lo largo de estos últimos cuarenta años, los movimientos de DD.HH. nos demostraron que es imperioso trazar caminos por fuera de la ilegalidad y la violencia institucional. Éste es uno de sus principales legados. Así pues, se establecieron bases sólidas para lograr una nueva lógica: la lógica de la “justicia”, según la cual, la sangre derramada no debería funcionar como fundamento para seguir vertiendo más sangre. Contrariamente, no la habremos derramado en vano si superamos el paradigma de la violencia a través de la suspensión de la venganza”. Sólo entonces, el horror que vivimos contribuirá a consolidar nuestra democracia, dándole solidez al Estado de Derecho, al respeto por la Constitución y a la plena vigencia de los Derechos Humanos, teniendo así como finalidad constitutiva, la consolidación del orden democrático.

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Conclusión

Lo que se esconde detrás de la crítica a los movimientos de derechos humanos es un profundo desprecio por la democracia, producto de nuestro arraigado autoritarismo, construido a lo largo de casi dos siglos. Es necesario aprender de nuestra historia, eludiendo el temor de que la violencia vuelva a tener lugar en nuestra patria. Es imperioso atreverse a la esperanza de conocer las causas profundas que formaron el escenario de horror vivenciado. Necesitamos definitivamente dejar de ser un país al margen de la ley.

A lo largo de estos cuarenta años hemos abordado temas estructurales con el objetivo de fortalecer la democracia. Sin embargo, todavía hay deudas pendientes. Nos debemos un régimen penal juvenil adecuado a la Convención de los Derechos del Niño; avanzar en la plena vigencia de los derechos de los pueblos originarios, en especial sus derechos territoriales; lograr un sistema de medios de difusión pública transparente, no monopolizado y con fines sociales; revertir años de inequidad económica e injusticia social; contar con un aparato judicial que genere confianza y solucione problemas de la sociedad dejando de ser la institución con menos credibilidad social; promover una reforma policial profunda y adecuada a derechos que termine con prácticas más acordes a una dictadura que a la democracia; lograr una verdadera igualdad de género con respeto a la diferencia.

Finalmente, encuentro un estrecho vínculo entre los pañuelos blancos de las “locas de la Plaza de Mayo” con los de color verde que adornan los brazos levantados de las compañeras que luchan por derechos que les han sido negados y por vidas que son cegadas por cuestiones de género. Creo en efecto, que luchan por instaurar formas nuevas de poder, por una construcción política distinta, menos autoritaria, jerárquica y verticalista.

Las madres, las abuelas y el resto de los organismos mostraron que cambiar el curso de la historia no era una quimera, no era un imposible legándonos la esperanza de pensar que lo imposible sólo tarda un poco más. Pero, sobre todo, mostrándonos el camino mientras lo iban construyendo.

A 40 años de democracia… honremos ese camino.

 

 

 

[1] Es curioso como los métodos usados en esta época se asemejan a los de la última dictadura, incluyendo la apropiación de bebes indígenas.


Darío Esteban Abdala
Abogado, es un activo militante de los derechos humanos. Fundó la ONG ANDHES, que trabaja por la vigencia de los DD. HH. en nuestro territorio y de la cual es consejero directivo. Actualmente también es Director de Protección de Derechos Humanos en la Secretaría de DDHH y Justicia de la provincia y es miembro de la cátedra de DD. HH. de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán.

Imagen de tapa: Sergio TOMATIS BUFFA, El enmascarado no se rinde (detalle). Falso dibujo litográfico. 1986 (Archivo Carlos Casal).


Sergio Tomatis Buffa
Destacado artista tucumano cuya carrera descolló entre la década de los años 70 y 80. Su obra “El enmascarado no se rinde”, hoy perteneciente al patrimonio provincial, fue escandalosa y violentamente censurada por pornográfica, sin comprender que se trataba de una aguda metáfora sobre los sangrientos años de la dictadura. Tuvo que exilarse en Suecia, país en el que actualmente reside.