Metáfora kirchnerista
Voy a la verdulería. Compro tres zanahorias y media calabaza, aptas para mi acotada alimentación de gastrítica -por ahora- crónica. Salgo del negocio, chocha con mi compra vegetal. Cuando iba cruzando la Monteagudo, se me rompe la frágil bolsita y se caen las zanahorias, la calabaza y un limón pre-Trump que me habían dado de vuelto. Veo con horror que se aproxima un ómnibus, mientras la calabaza estaba justo en la mitad de la calle, a punto de ser completamente destrozada. Me paro, audaz, en el medio de la calle y le hago señas al colectivero para que se detenga. El chofer, comprensivo -y tal vez vegano ferviente-, se detiene a tiempo y yo logro salvar mi hermosa calabaza. El chico de la verdulería se percata de mi (casi) tragedia hortícola, cruza raudamente con dos bolsitas, evita a un motoclista con cara de carnívoro no enterado de la inaccesibilidad del asado, y recupera las zanahorias y el limón. Le doy las gracias y parto, feliz con haber salvado a mi calabaza. Zanahorias hay millones. La calabaza es una rara estirpe y hay que defenderla, contra colectivos, vientos y mareas de adentro y de afuera.
(Cuentito real, escrito en Diciembre de 2015, dos días después que Cristina Fernández de Kirchner diera su último discurso en Plaza de Mayo, ante 700.000 personas).
Patricia Salazar