Woody, Buzz, Foucault y Emily Watson
Anoche mi hijo y yo fuimos al cine. O lo intentamos, mas bien. Cuando llegamos, daba la impresión de que Cristina estaba presentando su libro en el Cine Atlas. La cola para Toy Story 4 daba vuelta la esquina hacia el infinito, la Córdoba al 200 y más allá. Si en ese momento aparecía la Jefa, se armaba un quilombete de aquellos. Pero no sé cuántos de esos teens y niñes profesaban la ideología K, la mejorcísima del planeta. Capaz que ni la miraban a la Jefa y seguían en la fila lo más panchos, con sus 120 pesos en la mano, ansiosos por ver a Woody y Buzz, esos amorosos personajillos imperialistas. Igual, decidimos no permanecer en la fila porque, en la eventualidad de que los dioses del Walhalla nos permitieran llegar a la boletería en algún momento de esta década, los demonios del Averno seguramente ya habrían puesto el cartelito de “entradas agotadas”. Conclusión: nos fuimos caminando compungidos por la Monteagudo, esquivando todo tipo de cuerpitos y cuerpitas que ya tenían su entrada en la mano. Los odiamos fuerte.
Después recalamos en El Ateneo, la sucursal de Yenny, el fascinante antro libresco del grupete Clarín. Mi hijo se llevó dos libros a la mesa, uno de Foucault y otro sobre Foucault, denominado pomposamente “Una historia de la anormalidad”. Creo que mi vástago quedó traumado porque fuimos los únicos en huir de la cola para Toy Story, y necesitaba alguna explicación para nuestra conducta tan poco gregaria. Yo saqué de la góndola un libro de escritos de Elvira Sastre, ilustrados. Leí como treinta relatos/poemas, y ahí estuve a punto de pedirle al mozo que me trajera una Pepsi Cero con una pastilla de cianuro soluble al costado. Así de trágico te lo escribe esta chica. Como no pude seguir leyendo, porque todo masoquismo tiene un límite -se me ocurre pero no estoy segura-, pasé a un libro de Mariana Enríquez, una autora – también un poco oscura, debo admitirlo, tengo una patética y a veces molesta adhesión a las cosas oscuras que ni treinta años de psicoanálisis pudieron desarmar, y menos después del apagón transnacional- que me encanta. Cuando iba en la tercera página del primer cuento, el mocito viene y nos dice que ya cerraban. Encima, nos anuncia que ese era el penúltimo día del bar Beans en El Ateneo. No sabía si llorar porque me quedé sin saber la razón por la cual la abuela de Mariana Enríquez detestaba la lluvia, o porque los mozos del Ateneo se quedaban sin trabajo, o porque el libro de Mariana Enriquez era un tanto caro y por eso no lo compré o porque finalmente no pude ver a la Señora Cara de Papa en el Atlas. Felizmente, mi hijo es el ser más ocurrente y agudo del planeta y sus alrededores y a cada rato deslizaba un chiste sobre la obra de Foucault o Deleuze o cualquiera de esos señores que escriben en sánscrito básico, y yo moría de la risa.
Para terminar la noche de manera menos frustrante, fuimos a parar al Almacén de Sabores, el paraíso de los celíacos y celíacas. Ahí superé con gran éxito el trance del avistaje en primer plano de los alfajores de chocolate Tía Matilde (un viaje de ida), no llevándome ninguno. En serio, les juro, ninguno. Mi hijo aprovechó ese breve momento de estoicismo de su madre para huir en busca de algo comestible con toneladas de gluten, el muy traidor. Pichetto, un poroto.
Ya en mi depto, cené dos bombas de papa gluten free, mientras veía Apple Tree Yard, una policial británica en la que Emily Watson, con unas adorables arruguitas bordeando sus bellos ojos azules, nos llena de esperanzas a las señoritas solitarias y maduras, convirtiéndose en el objeto erótico de Ben Chaplin, que ya no está tan bueno como antes. Oh, el tiempo… Esa lapidaria tonada de Milanés – el himno a la toma de conciencia de la decrepitud – debería ser erradicada de todos los medios musicales del orbe, no opinan? Para eso, ya están los espejos. Rescatesé, Don Pablo, rescatesé que la vida es corta y la luz está cara.
A la noche soñé que Woody y Buzz tenían un threesome con Emily Watson. Resultaron unos picarones, los chicos top de Pixar. Este mundo está perdido.
Ilustración: Patricio Corvalán