BOLIVIA Y EL CONVULSIONADO ESCENARIO DE LA REGIÓN
En el fragor de los levantamientos populares de Chile, Ecuador y Haití, en medio del golpe de Estado en Bolivia, Sin Miga presenta un análisis sobre el cuello de botella por el que atraviesan las democracias en América Latina, realizado con fina agudeza por José Vitar.
BOLIVIA Y EL CONVULSIONADO ESCENARIO DE LA REGIÓN
De Clausewitz a Puiggrós, para entender América Latina
Por José Alberto Vitar
Karl Von Clausewitz, padre de la ciencia militar moderna, aporta valiosos conceptos para el análisis político, como los de ofensiva y defensiva (tanto táctica como estratégica) entre dos proyectos en pugna por el poder. El equilibrio estratégico, dice, es corto e inestable y precede a una u otra fase. Ayuda así a interpretar los avances y retrocesos en el proceso inconcluso de emancipación latinoamericana. Obviamente deben subordinarse las categorías estrictamente militares a otras propias de la complejidad de los procesos políticos.
De Rodolfo Puiggrós tomamos su reflexión sobre las causas internas y externas en los procesos de transformación. Las causas internas son determinantes, y las externas (marco internacional), condicionantes, porque posibilitan que operen las primeras.
La expansión del comercio capitalista y las invasiones napoleónicas a España fueron las causas externas de las guerras independentistas que, tras una década de ofensiva estratégica, pusieron fin a una larga defensiva estratégica de 300 años.
Liberadas del yugo español, nuestras noveles naciones afrontaron idénticas dificultades. La brutalidad colonial fue sustituida por sutiles lazos de dominación que las potencias mundiales tejían en complicidad con las oligarquías locales.
Ello explica medio siglo de guerras civiles en Argentina. Las élites porteñas asociadas al capital extranjero impusieron a los débiles sectores del interior su proyecto de ”libre-cambio”, obligándolos a responder con las rebeliones federales y montoneras finalmente aplastadas a sangre y fuego. Recién entonces Argentina pudo insertarse en el capitalismo global, lo que deparó medio siglo de expansión bajo hegemonía oligárquica, provocando una creciente resistencia que años después mutará en ofensiva, al acorralar al régimen con la conquista del voto universal, para llevar el gobierno a la chusma irigoyenista.
Un origen común, un destino común.
La linealidad del progreso capitalista se quebró en la primera mitad del siglo XX. Las guerras mundiales y la crisis del 30, provocaron la retracción de la presencia extranjera en la economía latinoamericana (causas externas), reconfigurándola y posibilitando una industrialización incipiente, lo cual favoreció el desarrollo en nuestros países de un nacionalismo popular a expensas de las oligarquías, “abandonadas” por sus socios foráneos. En Argentina, el peronismo hizo más marcado ese proceso.
En los ‘40 y ‘50, surgirán con esa impronta, los gobiernos de Lázaro Cárdenas, Perón, Ibañez (Chile), Vargas (Brasil), Paz Estenssoro (Bolivia) y Arbenz (Guatemala), ofensiva que finaliza con la emergencia hegemónica norteamericana y su renovada versión de la doctrina Monroe: “América (Latina) para los (norte)americanos”.
La ofensiva cambiará de signo y durará muchos años, hasta que un inesperado episodio renueve los bríos del patio trasero: la Revolución Cubana, de gran significación en los 60 y 70.
Una fugaz contraofensiva traerá una efímera oleada de gobiernos populares: Velasco Alvarado (Perú), Torres (Bolivia), Allende (Chile), Cámpora en Argentina, el naciente Frente Amplio en Uruguay. Serán la antesala de salvajes dictaduras, empecinadas en diezmar a las fuerzas populares e imponer las reformas del Consenso de Washington.
Ese período culmina con la guerra de Malvinas: el derrumbe de la dictadura marca el agotamiento de la ofensiva neoliberal. El retorno de débiles gobiernos constitucionales abre un transitorio equilibrio de fuerzas que en poco tiempo mutará en defensiva, determinada por falencias de esos gobiernos y por la acción de causas externas: la caída de la URSS y la ficción del “fin de la historia”, emblemáticos de esta etapa de auge conservador.
Las dictaduras se retiraron dejando un presente griego: una pesada deuda externa cuya refinanciación “obligará” a los nuevos gobiernos a aplicar el catecismo neoliberal y sus recetas de ajuste. Aparecerán nuevas formas de resistencia, que confluirán en el Foro de Sao Paulo.
La era de los gobiernos populares y progresistas.
El milenio advino con el aire fresco de la revolución bolivariana que, recelada en un inicio por su origen militar, produjo un efecto dominó en una región hastiada de ajustes recesivos.
La proliferación de gobiernos progresistas configuró una verdadera ofensiva estratégica, a lo largo y ancho del continente. En un notable esfuerzo, lograron convivir armónicamente, y sus coincidencias pesaron más que sus matices y diferencias. Las principales: la vocación de integrarse y vincularse en bloque con los poderes globales concentrados globales, reducir la pobreza y la desigualdad y reforzar el rol del Estado, entre otros.
Puiggrós diría: Sudamérica aprovechó la angurria del Tío Sam en Medio Oriente y mientras generaban penurias en Irak, Afganistán y otros países, descuidaron el patio trasero.
No significa que EEUU interrumpió las acciones de hostigamiento: golpes fallidos en Ecuador, Venezuela y Bolivia y otros exitosos como la destitución de Zelaya y Lugo… “ofensivas tácticas dentro de la etapa de defensiva estratégica”, golpear y desgastar para modificar la relación de fuerzas.
La pérdida de Chávez y Kirchner, la retracción de Lula tras delegar el mando en Dilma, fueron duros golpes en un momento ya difícil. También la muerte del siempre lúcido Fidel; él había convencido a Chávez de sumar a las FFAA para preservar la revolución. Cuánta razón tuvo.
El imperio contraataca: se concentró en Argentina, sabedor que una derrota del Frente para la Victoria era estratégica. Una combinación de errores propios y forzados desembocó en esa segunda vuelta que aún nos duele. Siniestra estrategia puesta en marcha apenas arrancó el año 2015 con el episodio Nisman.
El triunfo de Macri abrió las compuertas de una furiosa contraofensiva que sigue con Dilma destituida y luego la traición de Lenin Moreno, que trajo enorme desaliento.
La contraofensiva de la derecha llega a su fin.
En poco tiempo, la región había pasado del luminoso sueño bolivariano de la integración, al sombrío territorio del ajuste, el lawfare y la recuperación de la influencia norteamericana.
Permanecían como símbolos orgullosos de resistencia, la pequeña Bolivia y su milagro social, económico y político y la sufrida Venezuela, cual barco flotando apenas en las aguas turbulentas de la crisis y la conspiración.
Al arrancar 2019, nuestra esperanza era un triunfo popular en Argentina, y que, además, irradiase en la región. Estados Unidos pensó igual: blindó a Macri y lo financió para evitar su derrota. Pero nadie imaginó que el año terminaría en un inédito proceso de convulsión política.
Octubre vino preñado de novedades: la “nueva derecha” de Macri sucumbía en primera vuelta mientras al unísono explotaba la rebelión en Ecuador e, inesperadamente, en Chile, la niña de los ojos de la derecha, el oasis en la región, Piñera dixit. Ambos constituyen piezas centrales de la estrategia norteamericana.
La imagen de Moreno acorralado por el pueblo en las calles trae saludables reminiscencias a una justicia histórica, pero además, el pueblo ecuatoriano, desafiando a la represión, ha dejado tambaleante a ese patético gobierno.
El estallido chileno ha sacudido a la región. Increíble retrato de una sociedad que ante una pequeña chispa (el reclamo por el precio del metro) explotó en una rebelión que cuestiona el modelo económico pero además reclama reformas políticas de fondo, como la de la constitución pinochetista, ante la que se humilla la democracia.
Ni el ejército en las calles, ni el toque de queda, ni los muertos, heridos y detenidos han podido frenar la movilización popular. Sólo con una ventaja cuenta Piñera: la carencia de un liderazgo estratégico de ese pueblo insurrecto.
A este esperanzador despertar de los pueblos, se sumó el “Lula livre”, alimentando esperanzas a la luz del deterioro político que experimenta Bolsonaro.
Sólo quedaban en la incertidumbre los comicios en los dos países más pequeños del área. En uno, Uruguay, el ciclo del Frente Amplio parece amenazado tras una década y media de gobiernos que promovieron un progresismo cultural y una política exterior soberana, aunque ha sido cuidadoso y conservador en lo económico.
Y, por último, el volcán boliviano…
Bolivia rompe la linealidad.
Bolivia arde. La simultaneidad de los procesos señalados nos distrajo de la emboscada que se orquestaba en Bolivia, aprovechando el paso en falso de Evo en 2016.
En plena ofensiva conservadora (con Macri recién asumido, Moreno ya defeccionando y Dilma jaqueada) Evo convocó un referéndum pidiendo apartarse de la constitución y poder ser reelecto. Derrotado por escaso margen (51-49) decidió no acatar el resultado, forzando un fallo de la Corte Suprema de Justicia que lo autorizó a ser candidato.
El plebiscito era toda una advertencia. Exhibía una sociedad partida y la existencia de un sector que, aun reconociendo los logros del gobierno, se mostraba remiso a avalar un nuevo período forzando la institucionalidad.
Paradójico efecto de las políticas redistributivas, la reducción de la pobreza originó, como en Brasil, una clase media urbana y consumista, devenida en actor social crítico. Serán, pese a los beneficios obtenidos, sus contradictores y protagonistas de las protestas “contra el fraude” en las principales ciudades.
La incógnita residía en saber si esos antecedentes afectarían la viabilidad política del novedoso modelo que combinaba transformaciones internas, estabilidad y crecimiento económico sin precedentes, y un inédito respeto internacional.
Pero en alguna parte, el golpe fue pergeñado cuidadosamente. Y sus actores (los medios, los comités cívicos departamentales, la policía, la cúpula de las FF.AA. y el organismo supervisor que “legitimó” las denuncias de fraude: la OEA) utilizados en el momento adecuado.
La derecha, estimulada por el resultado de 2016, no escatimó recursos para evitar que Evo ganara en primera vuelta. La decisión de suspender el escrutinio provisorio fue el pretexto para instalar la sospecha de fraude. Sin dudas un error político del Tribunal Electoral.
Pero la clave del dispositivo golpista fue la voluntad de los sectores medios por movilizarse. Pareciera que el MAS no previó este escenario: estableció una ingenua relación con la OEA; no tenía información sobre las cúpulas policial y militar; careció de respuesta ante la iniciativa opositora. Por último, la renuncia de Evo sorprendió a sus dispersos parlamentarios, facilitando la usurpación de la presidencia.
Bolivia se ha convertido en un territorio inestable y peligroso. Han conseguido desalojar al MAS del gobierno y harán lo imposible por evitar su retorno. Aunque cuesta creer en la viabilidad del fraudulento gobierno de facto, está clara la intención del eje Trump-Bolsonaro de sostenerlo contra viento y marea. Un agresivo enclave en la región, una sombría advertencia para los tiempos que vienen, y probablemente un fusil apuntando contra el gobierno de Fernández. La continuidad o no de la provisión de gas boliviano dará una pauta de ello.
Un escenario de luces y sombras.
El año se irá, dejando un saldo complejo y contradictorio.
Hay situaciones que pueden alterar el equilibrio de fuerzas en el Cono Sur, como el cambio de gobierno en Argentina, pero hay que estar atentos a Chile y a Ecuador.
Pero están los zarpazos del imperio que se resiste a la retirada, aunque más allá de Bolivia, han perdido capacidad de daño como demuestra la desaceleración de la escalada intervencionista en Venezuela. Era justamente el Chile de Piñera quien lideraba la cruzada disciplinadora promoviendo un bloqueo que sólo iba a agregar sufrimiento al castigado pueblo venezolano.
Venezuela (¿ahora también Bolivia?) seguirá siendo parte aguas en la región, a la luz de la estrategia de Trump. La expectativa está puesta en un eje Argentina-México que pase a ser el principal contrapeso a las presiones norteamericanas.
Argentina debe y puede jugar un rol importante en esta etapa, aún condicionada por el estado de tierra arrasada que deja Macri.
Una alianza con México puede contrapesar también la agresión de Bolsonaro. Sabido es que ambos países disputan el liderazgo en Latinoamérica y siempre han buscado el apoyo de Argentina. En tanto, no parece un imperativo abandonar el Grupo de Lima si hay en su seno una acción combinada con México, que haga perder eficacia a la diplomacia bélica de EEUU.
Lo que sí debe ser un objetivo es dinamitar a la OEA recreando la CELAC. Después de su lamentable rol en Bolivia y la amenaza de Almagro de utilizar el nefasto TIAR contra Venezuela, hay que ponerle fin por la vía más inteligente.
Esa nueva política exterior argentina acercará posiciones con el Vaticano. El Papa Francisco ha jugado un rol importante en neutralizar intentos de intervenir militarmente en Venezuela.
Hay que prever que Trump pretende transformar a nuestro continente en campo de la batalla económica contra China y Rusia. Tal puede interpretarse en el trasfondo del golpe contra Evo.
La estratégica hegemónica de Trump siembra conflictos por doquier, incluso el manejo del FMI. El otorgamiento de un préstamo a Argentina, motivado por el apoyo político a Macri a costa de forzar normativas han generado tensión en el organismo, como revela una reciente nota del influyente Financial Times titulada “El fiasco argentino debiera impulsar la reflexión del FMI”.
Sudamérica debiera hoy estar más unida que nunca, porque el mundo se ha vuelto cada vez más hostil, y el panorama “cada vez más frágil e incierto, atizado por las tensiones comerciales y políticas, que minan la confianza y la inversión”, concluye el Financial.
El irascible Trump parece no mensurar adecuadamente sus audaces decisiones.
Imagen de tapa: Grafitti en La Paz (Bolivia) Fuente: https://www.telesurtv.net/multimedia/Arte-Urbano-en-America-Latina-20140722-0003.html