La Bóveda del Fin del Mundo

La Bóveda del Fin del Mundo

La Bóveda del Fin del Mundo

por Verónica Lema

 

En las entrañas de las SS[1], los alemanes llegaron a tener un comando con un fin bastante particular: recolectar recursos fitogenéticos en territorios ocupados, y en especial, apoderarse de toda la colección de la estación experimental Pavlovsk ubicada en Leningrado.

Bajo la dirección de Heinz Brücher[2], teniente, botánico y genetista, el Sammelkommando (bueno pa jugar al scrabble..) a pesar de arrasar las estaciones experimentales agrícolas de Crimea y Ucrania, nunca consiguió arrebatar a Leningrado el tesoro que escondía la estación experimental en sus sótanos. Las SS no eran sin embargo el único enemigo del que se tenía que proteger esta valiosa colección y banco de germoplasma ruso, “Quizás perezcamos en la hoguera, pero nunca renegaremos de nuestras convicciones”, declaró Nikolai Vavilov[3] botánico y genetista ruso, director de la estación experimental Pavlovsk, un hombre de ideas firmes, fiel al socialismo, dedicado a la ciencia, amante de la agricultura y con un ideal que defendió con su trabajo y con su vida como era el de acabar con la plaga letal que arrasaba su país: el hambre. Triste e irónicamente, Vavilov murió de hambre en la cárcel de Saratov perseguido por Lysenko, un científico de ideas lamarckianas (Vavilov tenía puesta la camiseta de Mendel) respaldado por Stalin y que se convertiría en director de biología soviética bajo su mandato.

El panorama en Leningrado a principios de los años 40 con miles de vidas arrasadas por la epidemia atroz del hambre tras más de 900 días de asedio, era desolador:

“En la ciudad, ningún árbol tenía corteza por debajo de la altura que podía alcanzar el hombre de mayor estatura. La habían arrancado para hervirla y aprovechar los nutrientes que pudieran contener, y también hacían con ella un ungüento para aliviar el dolor de estómago. Toda clase de animales —perros y gatos, gorriones y cuervos, ratas y ratones— sirvieron de alimento, y más tarde incluso se consumieron sus excrementos. Se hacía caldo con los bulbos de los tulipanes robados de los terrenos del instituto de Botánica, con agujas de pino, ortigas, coles podridas, piedras cubiertas de liquen, botones de cuerno arrancados de abrigos que antaño habían sido elegantes. A los niños se les daba de comer brillantina para el pelo, vaselina, cola de pegar. De las fábricas cerradas se sustraían las correas de piel de cerdo y la cola de pescado, que luego se hervían para obtener gelatina…”(E.B.[4]).

Aún ante este panorama, los científicos de la estación experimental se prometieron a sí mismos no consumir ni una sola de las especies que formaban parte de la colección, aunque empezaran a picarse sus dientes, a llenarse sus brazos de edemas, a perder el pelo y la fuerza, a consumirse poco a poco. Olga Voskrensenkaia sucumbió en el sótano delante de una gran colección de papas. Similar suerte corrieron A. G. Stchukin, especialista en maní y D. S. Ivanov, especialista en arroz; G. K. Kreier, jefe de laboratorio, L. M. Rodine, guardián de la colección de avena y otros trabajadores murieron de hambre rodeados por miles de paquetes de granos, semillas y tubérculos que les podrían haber salvado la vida a ellos y a sus coterráneos, prefiriendo ser fieles a los ideales por los que habían investigado.

Pero hete aquí que hace unos años surgió una idea re-re copante para sobrevivir a un apocalipsis zombi: hacer una reserva mundial anti-todo factor humano (porque tipoquesungarrón). Lo primero que se pensó es que era importante no depender del recurso energético para mantener bajas temperaturas, factor crucial para conservar las semillas. “¡Pará! -grito uno- ya está, lo hacemos en el Ártico”. Todos aplaudieron menos uno que desde el dofón tiró: “¿y si nos tiran una bomba nuclear, eh?”.

Momento de silencio.

“Que el banco de semillas esté diseñado como un refugio antinuclear” dijo una recordando un capítulo de los Simpsons.

“¡Sííí!” gritaron todos.

“Y si pinta el deshielo global, un volcán furioso o un terremoto de la gran siete ¿qué onda?” dijo un hippie accionista.

Un pelado que ya estaba garabateando un papel dijo: “Miren muchachos, la hacemos en el Ártico, bien, bien, profundo tipo más de cien metros en una montaña, cosa de que esté fresquito y la hacemos además anti todo: radiación nuclear, actividad sísmica, volcánica y claro, impermeable, así no le dentra el agua”.

Todos aplaudieron, descorcharon y tras recuperarse de la resaca pusieron manos a la obra. Así (dicen) que nació el Svalbard Global Seed Vault[5] inaugurado en 2008, más conocida como “Bóveda global de semillas” o “Bóveda del fin del mundo” (que queda más chic) o el “Arca de Noé de las plantas” (porque la Biblia se olvidó de ellas, pobre Noé, la levantada en peso que se habrá comido…).

Situada en un archipiélago noruego cerquita nomá del Polo Norte, la susodicha es manejada por el Global Crop Diversity Trust, una organización dependiente de Naciones Unidas, FAO[6] y el CGIAR[7], donde tienen injerencia fundaciones y países del so-called Primer Mundo que ponen la tarasca y funciona (obviously) como las cajas de seguridad de los bancos. Banco de semillas en el sentido más literal del término, donde los países donantes tienen su “cajita feliz” de la cual son dueños (o eso se supone, mmm…).

Cuestión que todo venía bien (¿?) hasta que pasó eso que todos conocemos: abrís la heladera en patas y te das cuenta que el sopi está mojado, todo mal…y aunque nos queremos hacer los autosuficientes, hay que llamar al técnico. Así le paso a la bóveda de alta seguridad para conservar semillas donde recientemente tuvieron que entrar con los lompas arremangados al ver que el agua había entrado por un temita de deshielo. Maldito factor humano cuando ya nos estábamos riendo de los cuatro jinetes del Apocalipsis[8], porque aparentemente faltaba abrir uno de los sellos bíblicos y un caballo quedó en la espera; si, si: ¡EL CAMBIO CLIMATICO! ese fenómeno que le debe mucho a los modos de explotación extractivistas y voraces al que venimos sometiendo al planeta (aunque Donald Trump no lo crea) y redefine las estrategias de manejo y conservación incluso en la bóveda del fin del mundo. Es por eso que en las taquillas de apuestas acuerdan los burreros que es a ese rocinante híbrido al que hay que apostar todas las fichas en la carrera del “Apocalipsis posta”, porque parece que seguimos siendo muy bíblicos y seguimos comiendo del fruto del árbol prohibido de la ciencia –o conocimiento- del bien y del mal.

 

(Dedicado a Vavilov que murió como preso político, a Olga que spichó de hambre frente a un montón de papas y a los cultivadores andinos que las crearon –o criaron, mejor dicho- y aran día a día la tierra con jamelgos enjutos que no descubrió ningún sello bíblico, pero que bancan “con el sudor de su frente” la conservación in situ, o ‘in chacra’, que creemos es más mejor porque de venirse un corralito, tenemos la tranquera por el mango. Y porque el que avisa no es ladrón, o eso dicen, aclaramos que las fuentes de hurtos varios han sido las siguientes:

https://www.gonzoo.com/starz/story/los-cientificos-que-murieron-de-hambre-rodeados-de-comida-2817/

http://iieh.org/noticias-y-opiniones/noticias/noticias/vavilov-el-hambre-y-las-semillas-de-leningrado)

 

EPILOGO

El texto anterior busca, hilvanando hechos históricos y actuales mediante un lenguaje socarrón y provocativo, despertar la curiosidad del lector no familiarizado con la temática invitándolo a reflexionar sobre varios aspectos. Entre estos últimos podemos mencionar el compromiso que tenemos tanto los científicos como las comunidades locales (campesinas, indígenas, urbanas o no) en la conservación de la naturaleza y la medida en la cual esta última puede ser entendida tanto como recurso, insumo, botín de guerra y bien común de la humanidad, al igual que como un entorno que debe ser criado y forjado para el sostenimiento de la vida de las comunidades que la han posibilitado y posibilitan actualmente en gran medida. Estas dicotomías –y muchas otras- conviven y se manifiestan en lo que se conoce como conservación “ex situ” e “in situ”. La primera refiere a la que se da –fundamentalmente en bancos de germoplasma- fuera del lugar donde prosperan distintas entidades biológicas como por ejemplo las plantas, sean domesticadas o no. La segunda remite a la conservación que tiene lugar en los espacios donde se encuentran poblaciones de plantas que, muchas veces, conviven con comunidades humanas. Esta relación de coexistencia y el vínculo estrecho entre poblaciones y comunidades -sobre todo si tiene gran profundidad temporal- es lo que permite que ambas existan, por lo cual la ausencia de una parte de la relación llevaría a la desaparición o transformación radical de la otra. Muchos motivos se esgrimen entre defensores y detractores de cada una, actualmente se apuesta a ambas enfocándose en los beneficios que cada una provee, sin embargo el sostenimiento de cada una implica –en una gran malla de relaciones que no pueden negarse- nociones distintas sobre propiedad, patrimonio, acceso a la tierra, legislación, acceso a infraestructura, soberanía y seguridad alimentaria y otros asimetrismos varios que el texto anterior sugiere e invita a indagar. Quienes trabajamos con comunidades locales procurando comprender su particular modo de sostener el mundo nos comprometemos académica y políticamente para acompañarlos en que ese mundo que han criado y crían día a día no se derrumbe, ya que gracias a ellos el mismo existe y nosotros también, no por nada ante el fenómeno del cambio climático muchas miradas vuelven a ellos, con mayor o menos humildad, buscando entender a partir de su experiencia como seguir sin desaparecer.

 


[1] Las Schutzstaffel (‘Escuadrillas de defensa’ o ‘Escuadrillas de protección’), más conocidas como las SS, fue una organización militarpolicialpolíticapenitenciaria y de seguridad de la Alemania nazi.

[2] Luego de su desempeño bajo el régimen nazi, Heinz Brücher fue profesor de genética y botánica en Tucumán en 1948, luego se trasladó a Mendoza donde también desempeñó cargos de investigación, falleciendo en dicha provincia en 1991

[3] Nikolai Vavilov es reconocido por sus grandes expediciones de colecta de ejemplares botánicos que abarcaron gran parte de todos los continentes. A partir fundamentalmente de esta tarea delineó los centros de origen de plantas domesticadas, es decir, espacios geográficamente acotados donde se produjo la domesticación temprana de ciertas especies, al igual que los centros de diversificación, los cuales serían espacios donde –pudiendo haberse dado o no la domesticación temprana de una planta- se generaron muchas variedades o razas de la misma. Estos centros, si bien hoy redefinidos en sus límites e implicancias, son cruciales en las políticas de conservación y manejo de biodiversidad teniendo gran injerencia, por ejemplo, en la toma de decisiones sobre el ingreso o no de transgénicos, tal como ocurre con la moratoria que impide el cultivo de los mismos en Perú, un país eminentemente ‘vaviloviano’, como México, por ser centros de origen y diversidad de muchas especies vegetales.

[4] Elise Blackwell (escritora) en su novela “Hambre”.

[5] El Banco Mundial de Semillas de Svalbard (también llamado Bóveda Global de Semillas, en inglés Svalbard Global Seed Vault y en noruego Svalbard Globale Frøkvelv) es una enorme despensa subterránea de semillas de miles de plantas de cultivo de todo el mundo situado en la isla de Spitsbergen, en el archipiélago noruego de Svalbard, y cerca de su capital, Longyearbyen. Es el almacén de semillas más grande del mundo, creado para salvaguardar la biodiversidad de las especies de cultivos que sirven como alimento en caso de una catástrofe mundial.

[6] Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura

[7] El CGIAR es un consorcio de centros de investigación cuya labor es aumentar la seguridad alimentaria, reducir la pobreza rural, mejorar la salud y la nutrición humana y asegurar un manejo sostenible de los recursos naturales.

[8] sic.: http://www.popularmechanics.com/…/melting-permafrost-flood…/


Verónica Lema
Es Licenciada en Antropología y Doctora en Ciencias Naturales por la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata. Investigadora del CONICET, con lugar de trabajo en el Laboratorio de Etnobotánica y Botánica Aplicada y en la División Arqueología de la mencionada facultad donde se desempeña también como docente de la cátedra de Botánica Aplicada. Su campo de investigación abarca aproximaciones arqueológicas, antropológicas y etnobiológicas para la comprensión de las interacciones entre sociedades humanas y su entorno socioambiental en el Noroeste de Argentina.