Sala de Profesores: Crónicas de cuarentena

Sala de Profesores: Crónicas de cuarentena

La continuidad de la educación formal mediada por las herramientas que nos brindan las nuevas tecnologías de la comunicación y el entorno virtual constituye hoy uno de los debates más candentes en el actual contexto.
En esta entrega, Sin Miga toma las voces y miradas de tres docentes jóvenes que a través de una escritura fresca y despojada narran la puesta en cuerpo de la experiencia y el desafío de enseñar en tiempos de pandemia y cuarentena. Escriben Patricio Corvalán, José Cecenarro y Paula Storni.

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EL TEXTO ESTÁ EN EL ARCHIVO ADJUNTO

Por Patricio Corvalán

El día más raro desde que empezó todo esto fue el último día que tuve que ir a la facultad. Aparentemente “ya no había que ir”, pero como se marca tarjeta yo fui igual. Digo aparentemente porque no hubo un comunicado oficial desde la Universidad. El campus estaba vacío; sólo algunos sobrevivientes con caras extrañas en sus escritorios custodiando su alcohol en gel. Aún no sabíamos que teníamos que usar barbijos. En ese momento hubiese sido una ridiculez.

Esa misma noche llegó el mail oficial que, prácticamente, anunciaba que al día siguiente el campus sería una locación para filmar The Walking Dead.
La primera semana se sintió como vacaciones, pero en el fondo sabía que se venía una reconfiguración del paradigma “ir y volver del trabajo”. El capitalismo sigue siendo el capitalismo, lo que cambia es el cómo. En estos días no tengo que ir hasta la facultad, ahora es un “sentarse y conectarse”, “bring me back online” diría Bernard en Westworld.

En este nuevo formato mis alumnos llegan antes que yo al aula, será porque es virtual y ellos llegaron a lo virtual antes que yo. Durante el cursado analógico solía llegar al aula a las catorce y esperar hasta las catorce y cuarenta y cinco, hasta que terminara de llegar el último del grupito de los tardíos. Ahora, a las catorce y un minuto aparezco y ya están los quince conectados charlando entre ellos. Sí, quince, es la privada. Se ve que esa teoría de que “mientras más cerca viva uno de la escuela más tarde llega”, no se aplica cuando pasamos al plano de lo digital.
Hasta que no activo el micrófono ellos no se percatan de que ya estoy “en la sala”. Durante esos segundos se escuchan expresiones como “esa película es una cagada”, “me hubieses dicho, es una pelotudez” o “esa materia es al pedo pero la tengo que cursar igual”. Hasta que hago click en el micrófono, una alumna dice “ahí está el profe” y empieza la clase.

– ¿Cómo va? ¿Qué tal esa cuarentena?
– Bien, acá en la casa.
– Yo salgo a las mañanas, tengo que ir al trabajo.
– Yo saco a pasear a mi perro.

Tengo que admitir que ahora trabajan más los que siguen cursando, porque hay desertores, por supuesto, alumnos/as que no quisieron adherirse a la virtualidad; la virtualidad es sólo para  esparcimiento, aparentemente y eso se milita. ¿Será que es como menos serio? Al sacarle el viaje en colectivo, ¿algo pierde sustento? Bueno, la mitad tiene auto. Igual lo pienso y todos los años hay desertores: los que se dan cuenta que deben una correlativa ya cursando, los que deciden hacerla tranqui el año que viene, los que deben trabajar para pagar la cuota; o sea, el porcentaje sigue siendo el mismo.

ilustración: Patricio Corvalán

Es más agotador, son tres horas que tengo que estar ahí, online (disponible); todo lo tengo que volcar en imágenes, textos, videos, instrucciones, asignar fechas de entrega, muchas devoluciones son escritas y tenés que escribir para avisar que están subidas, grabar algunas clases, subirlas, tipear, explicar los criterios de corrección por escrito, más tipeo, classroom, zoom, meet, blog, mail… Whastapp no, por suerte. Ya el Whatsapp es como que estén en la puerta de mi casa. No, en el portero de abajo, con el sodero que viene los miércoles.

Pero sí, noto que se lo toman en serio, investigan, corrigen, releen, redactan, perfeccionan y piden más devoluciones, exigen respuestas, lo cual requiere más atención de mi parte, un efecto colateral impensado cuando me quejaba de que “no le dan bola al proyecto y al tema lo eligieron ellos”.
Tiendo a asignar las tareas de noche, a veces jueves o domingos a la madrugada. Mis alumnos reciben la notificación de que la tarea fue asignada en ese mismo momento. Antes me preguntaban -¿Profe, que no sale? Hoy la pregunta carece de sentido.

 

¿Educar en cuarentena? Educar siempre

Por José Cecenarro

Cuando comenzó el aislamiento social obligatorio, la docencia se vio (no descubro nada que no se sepa ya) enfrentada a la necesidad de reestructurarse, resignificarse, “creativizarse”, si se me permite el término. En realidad esto es algo que, dentro de lo posible, es lo ideal en cualquier contexto. No encorsetarse, o tratar de hacerlo lo menos posible dentro de la dinámica de cada uno, es un ejercicio saludable para promover prácticas que, desde lo novedoso, sean más atractivas y mejor recibidas.

Pero en los tiempos que corren, el impacto fue súbito y tan profundo como en la película homónima, sólo que la comunidad educativa sacó a relucir superpoderes contrareloj para evitar la ola del tsunami pandémico.

Con más o con menos recursos, con más o con menos herramientas, con más o con menos alcance, todos los que integran algún engranaje del sistema de educación, “se pusieron la 10” y dieron el pase de Maradona a Caniggia en el ’90 para no quedar eliminados de la Copa. Aprendimos todos los vericuetos de la web, nos alfabetizamos digitalmente de un modo abrupto e inesperado, y aún seguimos haciéndolo sin días ni horarios de trabajo. 24/7.

Así las cosas, y reconociendo que el esfuerzo es hercúleo (sobre todo para los docentes), aún siguen percibiéndose en ciertos sectores, dudas y miedos acerca de cómo se está llevando adelante la formación de nuestros estudiantes. Y es agobiante.

Sin obviar (y aceptar) las felicitaciones que pueden llegar a través de un mail por el trabajo realizado, parece persistir cierta vacilación sobre qué enseñar y cómo enseñar en esta realidad, para que la educación “sea efectiva”, a pesar de las aclaraciones que hacen ministros y reales conocedores de la materia en cada aparición o declaración pública.

Existe cierto recelo con esto de acompañar y no cuantificar. Cuesta, cuesta mucho redireccionar la mirada hacia una nueva pedagogía, aunque en lo declarativo queremos tener una educación “de primera”.

Dentro de este pandemónium que no necesito describir y que a veces agota, otras demuele, y en casos que conozco, enferma (sí, enferma por estrés debido a la presión), a veces me olvido de algunas preguntas que realmente me importan y cuyas respuestas busco constantemente (aunque haya un atisbo de convencimiento). Las comparto para que intenten responderlas ustedes mismos: ¿es necesario tratar de que la enseñanza virtual sea lo más parecida a la enseñanza presencial para que la educación funcione? Mejor sería decir: ¿para que eduquemos de manera efectiva? ¿Aprenden mejor los estudiantes si les ponemos una nota? ¿Aprenden mejor los estudiantes si los llenamos de tareas? ¿Aprenden mejor los estudiantes si nos demuestran que han adquirido los contenidos? En definitiva: ¿qué entendemos por “aprender”?

Bueno, cada uno sabrá qué responder. A mí me gusta enseñar, no enseñar contenidos.

Usar los contenidos de una asignatura para enseñar, no es lo mismo que enseñar los contenidos.

De hecho, enseñamos todos los días, todo el día, y no sólo cuando “hacemos docencia”. Cada palabra que elegimos, cada gesto que promovamos, cada análisis que realicemos, cada reacción que elijamos, cada movimiento que hagamos, cada pregunta que formulemos, cada libro que nombremos, cada música que reproduzcamos, cada contenido que utilicemos… cada jugada que estratégicamente ejecutemos, son modos de enseñar.

Tal vez me equivoque. Lo cierto es que la docencia, con más o menos aciertos, demuestra constantemente que no está para perder injustamente la final con Alemania. Es una campeona del mundo.

 

 

No lloren nenes que no es la muerte: la novedad no existe como absoluto

Por Paula Storni

Cuando yo era chica, si una andaba mal en alguna materia en la escuela, nos mandaban a mí o a mis hermanas a la maestra particular. Seguramente siguen existiendo y la especie no se ha extinguido del todo, aunque sí el porcentaje ha bajado notablemente porque ahora los padres pagan a pedagogas o sicólogas que ayudan a los chicos a aprender en general, a “aprender a aprender”. Bueno, en aquellos días de mi niñez y adolescencia, ir a la maestra particular implicaba la entrada al mundo doméstico y privado de la docente en cuestión: las casas olían a alguna comida que se cocinaba, las mascotas andaban dando vuelta alrededor, de vez en cuando pasaba algún pariente del núcleo más cerrado que pedía plata o informaba a dónde salía por un rato. Nosotros, los alumnos, nos quedábamos quietitos, saludábamos a lo sumo y seguíamos haciendo nuestras tareas. Las explicaciones de la maestra se mezclaban con un “ya vengo, vos seguí, voy a ver la pava”, o “perdón que hoy la casa está un desastre hoy, ayer cumplió años mi suegra”. Se fusionaban así aspectos de la vida de nuestra maestra particular con sus saberes y enseñanzas. Esa maestra nos atendía con ropa de casa, a cara lavada, y en un lugar elegido por ellas como el más tranquilo, generalmente la mesa del comedor.

Hoy, muchos años después, las cosas han cambiado pero no tanto. Y el mundo no hace otra cosa que hablar de lo novedosa que resulta esta nueva modalidad de enseñanza formal que es la educación virtual en la que lo privado y lo público se entrelazan en un vínculo complejo. Oh, problema… Periodistas, padres, docentes, pedagogos, sociólogos, antropólogos, sicólogos realizan a diario diagnósticos y dan recetas (tips) que permitan sobrellevar esta tarea que, al parecer, es una misión casi imposible. Mientras tanto, del otro lado, las cosas simplemente suceden. Millones de situaciones pedagógicas se activan a través de las pantallas día a día en el mundo entero. Y sí, nos equivocamos, tenemos anécdotas varias, pero la cosa sigue, funciona, se supera día a día. Aprendiendo a enseñar, aprendiendo a aprender. Lo de siempre, bah.

ilustración: Patricio Corvalán

Es cierto, las herramientas, modalidades, aplicaciones, etc. del mundo virtual exigen de un saber específico para su manejo. Pero, ¿cuándo esto no fue así? ¿Se acuerdan cuando las computadoras entraron a las escuelas? Caos total. ¿Recuerdan cuando internet parecía ser un demonio que dejaría a los docentes sin trabajo porque sustituiría a la sabiduría y la autoridad del docente? Miedo. Desconcierto. Buhhh! Desde hace ya un tiempo importante, veinte años y un poco más, se le viene pidiendo a la escuela que se modernice, adapte, aggiorne y se han escrito miles y miles de artículos, notas y libros sobre esta temática. Ahora bien, frente a un contexto que nos obliga a realizar el tan pedido cambio, llegan los mensajes diarios de los heraldos negros que predicen lo peor como consecuencia. Mientras tanto, la gente pregunta: che ¿cuándo empiezan las clases? Entonces respiro hondo poniendo en juego todo lo aprendido en mis clases de yoga y les digo: Señores, paso a comunicarles que han comenzado hace ya rato y que nunca se han suspendido.

¿Quiénes éramos los docentes antes de la pandemia y la cuarentena en el imaginario social? ¿Una especie de robots, autómatas que ejecutaban su tarea casi de manera mecánica? ¿Individuos sin sentimientos, problemas, vida propia? Pues nooo. Esa es la imagen que se pone en juego y se actualiza cuando se intenta pensar en los docentes ante este nuevo desafío (hemos tenido tantos otros…). Claro, de repente se descubre que 1- el docente tiene casa, familia, cocina, 2- tiene días buenos y días malos, 3- el docente no era sólo docente, 4- a veces duerme, no se peina y tiene hambre… En conclusión, que ese ser tiene una vida y guauuuu, sorpresa, es una per-so-na! Sí señores, una persona. Es decir, ese es el mundo “privado” al que accedemos de sus vidas pero ¿acaso eso significa la pérdida de la privacidad? De ninguna manera, lo afirmo.

Hace unos días, en una entrevista en c5n, la antropóloga Rita Segato afirmaba contundentemente que la distancia física implica siempre una distancia social porque en los encuentros virtuales no siempre se da una comunicación real (me pregunto si en los encuentros cara a cara sí) y esto obedece a que no hay una materialidad real en lo virtual. Acuerdo con Segato en muchas cuestiones pero no en este caso. Creo que los encuentros virtuales tienen efectivamente una materialidad muy fuerte, muy marcada, mediada por las tecnologías, lo cual no las ubica en una especie de limbo inmaterial, irreal o de fantasía. Lo que allí sucede son intercambios comunicativos empapados de realidad, de comprensiones y malentendidos, al igual que con la maestra en el aula o la maestra particular, aun cuando a la primera no la veamos en crocs o en pijamas.

Como lo vengo pensando, no resulta útil en estos días de incertidumbres seguir reproduciendo discursos naturalizadores de verdades a medias, de mitomanías que poco explican acerca de lo que sucede en la realidad. Hago mía para el cierre, una frase de Florencia Saintout: Gente, “el futuro llegó hace rato”.

 


Patricio Corvalán
Diseñador industrial recibido en la Universidad Nacional de Córdoba e ilustrador. Cursó, becado, una Maestría en Diseño en Estados Unidos. Actualmente es docente en la carrera de Diseño Industrial en el nivel universitario y terciario. Cada 2 años viaja a Panamá a dar cursos de modelado en 3D. 
José Gabriel Cecenarro
Profesor en Letras (UNT), Docente de Nivel Primario y Secundario en el Área de Lengua, Vocalista en REBEL (banda de metalcore/hardcore de San Miguel de Tucumán) y escritor de ducha.
Paula Storni
Prof. en Letras (UNT), docente en los niveles secundario, terciario y universitario en las Áreas de Lengua, Cultura y Comunicación. Ha publicado diversos artículos en revistas especializadas de Educación y Comunicación dedicadas al estudio de juventudes. Integra el staff de Sin Miga, Revista Cultural tucumana.

Imagen de tapa: Patricio Corvalán.