EL MISMO AMOR, LA MISMA FURIA
A propósito del 17 de octubre, Día de la Lealtad Peronista, Horacio Elsinger vuelve sobre la fecha y examina su significado en y desde el presente. A la luz de un recorrido que parte del 45 y llega a la actualidad aborda las tensiones y diferencias entre sectores populares y antipopulares en tanto luchas simbólicas que se concretan en la disputa por la visibilidad en el espacio público.
EL MISMO AMOR, LA MISMA FURIA
por Horacio Elsinger
La clase obrera va al paraíso
El próximo 17 de octubre se cumplen 75 años del histórico día en que las masas obreras emergieron del subsuelo de nuestra nación para exigir la libertad del coronel Perón y cambiar para siempre el escenario político y social del país. Desde prisión, el abatido coronel le había escrito a Eva unos días antes: “Te encargo le digas a Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo y nos vamos a vivir a Chubut los dos juntos”. Sin embargo, con cincuenta años cumplidos mientras Perón pensaba su retiro, las masas trabajadoras decidían otro destino para el coronel, desmintiendo así el rol de gran “titiritero” que sus enemigos le atribuirían. En efecto, la joven y pujante clase trabajadora argentina le abrió las puertas de la prisión y juntos entraron en la historia.
Pidiendo la libertad de Perón, en Tucumán las movilizaciones populares comenzaron dos jornadas antes, entre el 15 y 16 de octubre. En realidad, después de discutir si correspondía que se apoyara a un militar, la CGT había llamado a una huelga general para el 18 de octubre. Pero la clase trabajadora no se ató a las decisiones de la dirigencia y espontáneamente en la ciudad de Buenos Aires y otros lugares del país se volcó a las calles el día miércoles 17.
La conducta de los obreros azucareros tenía, como en el resto del país, una clara razón de ser. En 1944 con el apoyo de la Secretaría de Trabajo de la Nación conducida por Juan Domingo Perón, en nuestra provincia se había creado la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA), uno de los sindicatos más poderosos y combativos de nuestro país.
Hoy, setenta y cinco años después, el 17 de octubre de 1945 ha quedado demasiado lejos en la experiencia de las nuevas generaciones. Se trata de un acontecimiento perteneciente a una configuración político-social e histórica muy distante, como el Cordobazo de 1969 o el Tucumanazo de 1970, al que es necesario recuperar a través de la memoria, la investigación y el análisis. Debemos tener en cuenta que a aquellos jóvenes que participaron en el Tucumanazo, el 17 de octubre ya les parecía algo muy remoto, casi en la “prehistoria”, y ¡habían pasado sólo 25 años!
Mirando a la distancia aquel acontecimiento, se destacan la presencia protagónica de los trabajadores y la figura de Perón elevándose en el oleaje de la multitud. Pero el movimiento que se inicia el 17 de octubre no estaba compuesto sólo por la clase obrera ya que confluyeron en él diversos sectores políticos y sociales: empresarios, militares, sacerdotes, sectores de clase media; en fin, hombres y mujeres que provenían del radicalismo, el nacionalismo, el comunismo, el anarquismo, el socialismo y hasta el conservadurismo. Pero fue la presencia dominante de los proletarios en el movimiento, lo que permitió que teóricos como Ernesto Laclau, afirmaran que el peronismo constituyó una subjetividad fundamentalmente obrera. Una “cultura obrera” integrada por gobernadores, legisladores y reinas de la belleza provenientes de la clase trabajadora, la cual parecía tocar el cielo con el aguinaldo, las vacaciones pagas y una cadena de hoteles perteneciente a los sindicatos, para solaz de sus afiliados.
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Un mundo que se desvanece
Tres cuartos de siglo después, aquella cultura proletaria ha desaparecido o está en vías de extinción. Dos factores han incidido para generar este nuevo escenario; por un lado, el proceso de desindustrialización llevado adelante por gobiernos pro oligárquicos en el país, sobre todo a partir del golpe de Estado de 1976, proceso agudizado al día de hoy por los desastres del gobierno de Mauricio Macri y la presente pandemia que, a duras penas, el gobierno de Alberto Fernández trata de revertir. Por otro parte, el impacto de nuevas tecnologías que han modificado las condiciones de producción reduciendo la mano de obra proletaria. Como consecuencia de ello la clase obrera se ha visto menguada cuantitativamente, a la vez que ha disminuido su peso político; aunque eso no signifique que haya perdido del todo su protagonismo, como algunos se apresuran a diagnosticar.
En Tucumán tenemos un ejemplo dramático ya que en el lapso de tiempo que va de la introducción de la cosechadora integral de caña de azúcar a mediados de los ’70 hasta el presente, ha desaparecido un importante sujeto social, el “bracero”. En efecto aquél obrero que cortaba la caña a machete, tras la mecanización de este procedimiento, prácticamente ha sido borrado del paisaje tucumano[1]. A su vez, el obrero de fábrica, aquél que trabaja dentro del ingenio, ha visto reducida sensiblemente su presencia debido a la digitalización de algunos procesos y en consecuencia la clase trabajadora azucarera, alrededor de la cual giraba toda la vida socio cultural de los pueblos de nuestro interior, ha perdido significativamente protagonismo político.
En consonancia con el proceso de transformaciones sociales y tecnológicas experimentadas por el país y el mundo en las últimas décadas y que la actual pandemia ha profundizado haciéndolo más visible, el Partido Justicialista convocó a realizar movilizaciones masivas en el espacio digital para próximo sábado 17 de octubre. Una señal de los tiempos que antes describíamos. La era de la producción fordista, es decir, de la concentración de personas trabajando juntas en un determinado espacio (fábricas, escuelas, cines, oficinas, redacciones) ha cedido a nuevas formas de trabajo y comunicación y es muy probable que, a caballo de los cambios tecnológicos, muchos de los hábitos culturales adoptados durante la pandemia persistan en el tiempo, una vez que ésta se haya retirado.
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La disputa por el espacio público
El próximo 17 de octubre, en atención a los cuidados que demanda la pandemia, no habrá concentración masiva en un espacio público como la hubo en el origen, en esa ya mítica Plaza de Mayo en cuya fuente las huestes obreras se refrescaron mientras esperaban la liberación del coronel. Aquél 17 de octubre, la irrupción en la escena pública de la clase trabajadora creó un ritual y, al mismo tiempo, un procedimiento político para dirimir conflictos con las fuerzas de la oposición y la “rosca” oligárquica. A partir de entonces cada vez que Perón confrontaba, o era confrontado por el bloque de poder en la Argentina y sus fuerzas políticas afines, éste convocaba al movimiento obrero a la Plaza de Mayo. Desde los balcones de la Casa Rosada, Perón hablaba a la multitud que, jubilosa, lo escuchaba. Desde allí pronunció sus discursos más flamígeros como el “del cinco por uno” o el de la mención al “alambre de enfardar” luego de que el 15 de abril de 1953, jóvenes militantes radicales hicieran explotar dos bombas en un acto de la CGT, cobrándose la vida de seis asistentes.
Por lo general, la poderosa presencia de los trabajadores en el espacio público tenía un efecto disuasivo sobre los opositores. Así, la concentración popular masiva era eficaz ya que les permitía “pulsear” sin que “la sangre llegara al río”, con excepción de aquellos meses previos al golpe del ‘55 con el confuso episodio de la quema de iglesias y locales de la oposición y tras el bombardeo a la Casa Rosada que dejara el horroroso saldo de 300 civiles asesinados. Sin embargo, desde 1945 a 1955 el dominio del espacio público estuvo en manos del peronismo y la oposición no intentó disputarle ese terreno[2]. Para dirimir sus diferencias con el peronismo ésta prefería apelar a las fuerzas armadas, tal como sucedería con los golpes de Estado de 1955 y 1976 con sus dramáticas secuelas de persecución y aniquilamiento.
Tendrían que transcurrir muchos años para que las fuerzas del bloque antiperonista se animaran a disputarle la calle al movimiento obrero organizado y demás fuerzas populares. Sucedió en 2008, durante el conflicto del gobierno kirchnerista con “el campo”. Tras la firma del decreto 125 de retenciones móviles a la soja, el 11 de marzo de aquél año se sucedieron cabildeos que terminaron desembocando en un salvaje lockout de los propietarios rurales y de los pools de siembra. Al calor de la discusión sobre las retenciones a la renta agraria, una vez más se delinearon en la escena del país los dos bloques políticos y sociales que históricamente se habían enfrentado desde la irrupción del peronismo. De un lado, el sector agroexportador y los grandes grupos económicos que manejan los medios de comunicación, acompañados por las clases medias, liberales y antiperonistas, (sea en su variante de derecha, sea en su variante de izquierda); del otro, el gobierno nacional, el movimiento obrero organizado, distintas organizaciones populares y los sectores medios inscriptos en una tradición nacional-democrática y que actúan tanto por dentro como por fuera del peronismo. Metido en la pulseada, el gobierno kirchnerista apeló a la tradicional concentración de masas como una manifestación de poder a fin de disuadir al adversario y cohesionar así a la propia tropa. Algo necesario sin duda, pero que se reveló insuficiente para derrotar al adversario.
La gran sorpresa para las fuerzas populares fue la multitudinaria concentración que realizaron el 17 de junio de 2008 los simpatizantes del campo en la CABA, Rosario de Santa Fe, Córdoba o Gualeguaychú[3] . El hecho sorprendió a todos, incluso a sus protagonistas, y colocó al gobierno a la defensiva. Resulta clave recordar este acontecimiento porque constituye el momento en el que, con el apoyo de los grandes medios y el capital concentrado, el bloque pro oligárquico comienza a disputarle la calle a las fuerzas populares asumiendo una forma de acción política novedosa en sus filas y que ha persistido los últimos doce años. A través de concentraciones y un lockout salvaje que bloqueó las rutas y desabasteció a la población, logró colocar al gobierno y a la sociedad en una situación límite, infligiéndole en el Senado una dura derrota al kirchnerismo. Para ello, la derecha argentina no necesitó ganar ninguna elección ni apelar a las fuerzas armadas ya que a través de la acción directa, la movilización de una parte de la población y la introducción de una cuña en las fuerzas oficialistas[4] se constituyó como polo de poder colocando al gobierno al borde del colapso.
El conflicto con el campo supuso la reconfiguración de un bloque conservador pro imperialista en el que jugaron un papel decisivo los medios de comunicación y el capital concentrado junto a una base de clase media-media y alta, esta vez dispuesta a disputarle la calle al peronismo.
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Argentina, tierra arrasada
Setenta y cinco años después, el país que dio origen al 17 de octubre de 1945 hoy no existe más. Actualmente Argentina es tierra arrasada por las políticas del gobierno de Macri que hundieron la economía en una profunda recesión y endeudaron al país en más de 100 mil millones de dólares. A eso hay que agregarle el inesperado azote de una pandemia de incierto desenlace que ha agravado todos los males.
En condiciones tremendamente adversas, el gobierno peronista de Alberto Fernández intenta revertir la nefasta herencia de su predecesor colocando al Estado nacional como garante de la salud pública e implementando políticas de contención de los sectores más vulnerables como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), a su vez destinadas a reactivar el mercado interno. Al mismo tiempo y contra todos los pronósticos agoreros de la oposición, el actual gobierno logró un acuerdo con los acreedores extranjeros de la deuda, el cual, si bien no resuelve todos los problemas, permite proyectar un horizonte de despegue en cuanto la pandemia nos ofrezca una tregua. Por otra parte, a través de un decreto, Fernández declaró servicios públicos esenciales a la telefonía celular, a internet y a la TV paga y tiene para su aprobación en el Congreso un impuesto a las grandes fortunas. Todas estas medidas de corte popular han despertado la indignación de los grandes medios y del capital concentrado que han profundizado su embestida contra el gobierno de Alberto Fernández. A decir verdad, la declaración de guerra por parte de la “rosca oligárquica” ocurrió cuando, a pocos días del inicio de la cuarentena a fines de marzo, la empresa Techint anunció que despediría a 1.450 trabajadores. En alusión a Paolo Rocca, dueño de esa empresa, el presidente expresó: “algunos miserables olvidan a quienes trabajan para ellos y los despiden en las crisis”. A partir de ese momento los grandes medios abandonaron su disimulo y pasaron al ataque directo contra el gobierno fomentando un discurso “anti cuarentena”. Efectivamente, hasta el momento han apelado a todos los recursos, movilizaciones opositoras (que recuerdan a The Walking Dead); operaciones para producir corridas con el dólar; apoyo a las sublevaciones policiales en el Gran Buenos Aire o presión sobre la Suprema Corte de Justicia[5]. Aunque saben que eso no es fácil, su objetivo es provocar un colapso obligando a dimitir al gobierno. Más realista es tratar de canalizar el descontento de vastos sectores de la población dejándolo en minoría en el Parlamento en las elecciones de término medio, en el año que se avecina.
No obstante todas las adversidades, en los diez meses transcurridos desde que Alberto Fernández asumiera la presidencia, su gobierno ha tenido aciertos como los anteriormente señalados, aunque también ha cometido errores de tipo comunicacional y políticos de los cuales, quizás el más evidente sea la falta de timing para la toma de decisiones. En efecto, dejó pasar su mejor momento a fines de marzo cuando las encuestas registraban más de un 80% de apoyo de la población para impulsar la reforma judicial, el impuesto a las grandes fortunas o la estatización de Vicentín, siendo este ejemplo el más paradigmático pues anunció la medida sin una campaña previa de esclarecimiento y sin generar el marco adecuado ya que en el momento en que el presidente hizo los anuncios, a su lado deberían haber estado presentes productores agrarios e integrantes de la CGT. Lo más grave es que luego se dio marcha atrás, lo cual reveló falta de convicción en la importancia estratégica de la decisión anunciada. Es claro que la medida no era fácil y significaba enfrentarse a enemigos poderosos en circunstancias de extrema vulnerabilidad, aunque también es cierto que la razón y legalidad lo amparaban y que difícilmente se vuelva a presentar una oportunidad que posibilite al Estado su participación en el agro negocio, fundamental para superar la restricción externa, es decir, la falta de dólares. Asimismo, la votación en contra de Venezuela junto al Grupo de Lima, un apéndice al servicio de los intereses de EE.UU, significa un retroceso que crea tensiones en el frente interno y no necesariamente garantiza un acuerdo digno con el FMI. Tanto la marcha atrás en la estatización de Vicentín como el voto en contra de Venezuela son señales de debilidad que lo único que aseguran es que el día de mañana, las exigencias del imperio sean aún mayores.
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El desafío
En el contexto de este difícil marco de situación y ante las embestidas del bloque pro imperialista, al interior de la militancia en los sectores populares ha venido discutiéndose la idea de recuperar la calle que, ante la ausencia del movimiento peronista y sus aliados, hoy es ocupada por las fuerzas opositoras. Sin embargo, ha prevalecido la atinada idea de respetar las medidas de resguardo que impone la pandemia y el próximo 17 de Octubre se convoca a un acto de carácter virtual. Es que , como durante el conflicto con el campo, tal vez la convocatoria a una manifestación masiva de apoyo al gobierno en el espacio público generaría una secuencia de concentraciones en contra y a favor siendo poco probable que lograse dirimir el conflicto debido a la relativa paridad de las fuerzas que hoy se enfrentan.
Para el gobierno de Alberto Fernández, el desafío es desarticular el bloque que se ha reactivado en su contra y al mismo tiempo fortalecer y consolidar su propio frente. Lo esencial siguen siendo las políticas que el gobierno pueda implementar para crear un nuevo eje de discusión y al mismo tiempo generar fisuras en los sectores opositores.
El apoyo masivo que logró Perón el 17 de octubre de 1945 se produjo porque el coronel, desde la Secretaría de Trabajo de la Nación a través de una serie de medidas en defensa de los trabajadores y el país, había puesto en marcha una revolución nacional y así, los trabajadores salieron a defender el programa nacional y popular que Perón encarnaba. De igual modo, lo que permitió al gobierno de Cristina Kirchner salir de la situación casi terminal en la que lo había dejado la derrota por la resolución 125 en 2008 y el posterior revés electoral de Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires en 2009, es haber avanzado en la aplicación de medidas que le permitieron recuperar el favor de las grandes mayorías (AUH) desarticulando al mismo tiempo al bloque opositor.
El país del 17 de octubre de 1945 ya no es el mismo, pero las banderas que legara Perón siguen siendo más necesarias que nunca: Soberanía Política, Independencia Económica y Justicia Social.
[1] Felizmente Gerardo Vallejo ha dejado testimonio de ese mundo en su documental de 1974, El camino hacia la muerte del viejo Reales.
[2] Con excepción de la multitudinaria procesión de Corpus Christi del 11 de junio de 1955 que, bajo la máscara de un acto piadoso, reunió a las fuerzas antiperonistas cinco días antes del bombardeo a la Casa Rosada.
[3] Unas 300.000 personas solo en Rosario de Santa Fé.
[4] Para ello había sumado a legisladores del Frente para la Victoria, como al propio vice -presidente, el radical Julio Cleto Cobos.
[5] A fin de que mantenga en sus lugares a jueces trasladados anticonstitucionalmente a Comodoro Py, mediante un decreto del ex Presidente Mauricio Macri.
Imagen de tapa: Sandro PEREIRA, Apasionado. Aguada s/papel impreso. 24 x 18 cm. 2018