Un doloroso esfuerzo de empatía: Bazán Frías: Elogio del crimen
Un doloroso esfuerzo de empatía: Bazán Frías: Elogio del crimen
por Paula Storni
“Yo tengo pasión por la delincuencia”
Javier, protagonista del film
Probablemente, muchos de los espectadores que van a ver “Bazán Frías: Elogio del crimen”, esperan la historia ficcionalizada del llamado el Robin Hood tucumano y no todos ellos poseen el dato de que el film pertenece al género documental. Esta primera cuestión, operativa al menos, se convierte en una entrada posible al mundo de la película ganadora en la competencia argentina del Festival Tucumán Cine Gerardo Vallejo, finalizado hace unos pocos días en nuestra provincia.
El documental dirigido por Lucas García y Juan Mascaró fue filmado en el Penal de Villa Urquiza y tiene como protagonistas al equipo de actores y directores de actuación de un producto que nunca vemos: una versión de la vida de Bazán Frías. Porque la película, si bien relata algunos datos de la biografía del antihéroe tucumano, no tiene como finalidad primera contarnos esa historia, si no otra, más cercana, menos mítica y con toda la carga de realidad que se puede esperar. Es por esta razón que el nombre que encabeza el título del documental, termina siendo tan sólo una llave que abre las puertas de otro universo, desconocido para muchos de nosotros. El nombre entonces, pasa a ser eso, sólo un nombre. Podría ser otro cualquiera, quizás el de algunos de los presos que protagonizan la historia: Víctor “Tufy” Romero, Héctor Espeche o Rodrigo “Capullo” Carrazán.
Sin embargo, el nombre de Bazán Frías resulta fundamental en otro sentido que no pertenece ya al plano de la historia (con minúscula) sino al orden de lo político. La biografía de Andrés Bazán Frías, posee en efecto, un interés no tanto por las vicisitudes y los matices interesantes del mítico ladrón que robaba para los pobres. La fuerza del nombre radica aquí en su potencial para conducirnos hacia otras reflexiones que trascienden lo argumental y terminan interpelándonos acerca de problemáticas tales como el delito como práctica, el castigo y la vigilancia como formas de control social supuestamente efectivas, la realidad de las cárceles, las condiciones de vida de los internos y nuestras miradas sobre todas estas cuestiones. Por eso, al finalizar el film, reina el silencio. Por la misma razón, a diferencia de otras películas en competencia, ésta no recibe aplausos mientras en la pantalla se ven pasar las listas interminables de nombres. Nos vamos de la sala llenos de interrogantes, no de respuestas. Y, como afirma Lucas, uno de sus directores en una charla de café que se vuelve interminable, “la película es un rompecabezas al que le faltan piezas” (hasta de manera literal) y si la incomodidad se hace carne luego de ver la película, pues bien, misión cumplida para los directores identificados con el llamado cine político. En el film la voz en off de Alejandra que relata sus vivencias y reflexiones del proceso de filmación o la cárcel, en principio pensada como mero escenario para la historia, funcionan como una guía en el intento del espectador de, al menos, reunir las piezas y hacerlas encajar.
¿Elogio del crimen?
El subtítulo del nombre del documental es un intertexto de un escrito de Carlos Marx redactado entre 1860 y 1862 en el que el autor reflexiona acerca del delito como otra forma más de producción y las relaciones entre éste y la lógica de demanda del capitalismo. Entre otras ideas, en este texto Marx señala que, dentro de un sistema social, el delincuente no sólo produce delito sino que en cierto modo sostiene toda la estructura social en cuanto da sentido a otros tipos de producción (la del abogado, la del profesor que forma al abogado, la de la policía, los jueces, las cárceles y también la de los artistas (pensemos tan sólo en la copiosa producción literaria acerca del tema). En efecto, dentro del campo artístico, “Bazán Frías: elogio del crimen” podría ser leída también como una de esas mercancías producidas a partir de la existencia de la delincuencia.
Sin embargo, y volviendo al diálogo con el texto de Marx, el mismo plantea la necesidad de una reflexión acerca de los vínculos existentes entre el delito y la estructura social para superar muchos de los prejuicios, miedos y estereotipos construidos sobre la práctica delictiva. Tarea ardua que, de una u otra manera, nos hará caer en la incomodidad (que al decir de Lucas García, es una consecuencia directa de” abordar el delito desde nuestra condición de clase”) y, con mucha suerte, en un ejercicio de comprensión empática. Resulta difícil para el espectador no conmoverse y pensar en los protagonistas del documental. En esos cuerpos de los hombres que dan vida a la historia de un delincuente desde adentro, desde la experiencia vivida, que inevitablemente los/nos lleva a evocar las mismas condiciones de violencia crueldad, injusticia y marginación que a diario se suceden en las cárceles de nuestro sistema penitenciario y que ellos llevan marcadas en esos cuerpos.
Si bien la película viene participando en el circuito de festivales de cine a nivel nacional e internacional, la preocupación central de los responsables del film es ahora la de entrar en lo que ellos llaman el circuito popular: las cárceles, las villas, los barrios, cooperativas, escuelas, etc., en coherencia con la clara motivación política de los directores comprometidos con las políticas de inclusión social y ampliación de derechos.
Nota de la (co)autora: Este escrito surge de un intento de entrevista devenido en charla con Lucas García, uno de los directores del film. Las ideas aquí esbozadas (en una síntesis que por supuesto es subjetiva) surgen de esa conversación. No se incluyen aquí todos los datos vinculados con el proceso total de producción del film (que pueden encontrarse rápidamente en una búsqueda en la web) en el afán de hacer centro en la cuestión social que dispara el documental.
Imagen de tapa: Carolina Gramajo, para Cine Bandido.