Diciembre caliente y democracia semicolonial
Diciembre caliente y democracia semicolonial
Rastros y Rostros de la Democracia Argentina. Parte 1
Por Daniel Enrique Yépez
Un Concepto Introductorio
Manuel Ugarte, en 1916 nos acercaba a un concepto de semicolonia cuando afirmaba: “No es imprescindible anexar militarmente un país para usufructuar su savia. Los núcleos poderosos sólo necesitan a veces tocar botones invisibles, abrir y cerrar llaves secretas, para determinar, a distancia, sucesos fundamentales que anemian o coartan la prosperidad de los pequeños núcleos. La infiltración mental, económica o diplomática puede deslizarse suavemente sin ser advertida por aquellos a quienes debe perjudicar, porque los factores de desnacionalización no son ya, como antes, el misionero y el soldado; sino las exportaciones, los empréstitos, las vías de comunicación, las tarifas aduaneras, las genuflexiones diplomáticas, las lecturas, las noticias y hasta los espectáculos”. (…) “Si las cosas espirituales son el perfume de la vida, las cosas terrenales son el viento. Las primeras pueden impregnar a las segundas, pero tienen que dejarse conducir por ellas…”.
Interesante caracterización, citada por Norberto Galasso en su libro Manuel Ugarte: de la Liberación Nacional al Socialismo, EUDEBA, Buenos Aires, 2015, p. 4, generada a partir de los grandes debates gestados por el marxismo clásico y otras corrientes políticas a principios del siglo XX, sobre las formas de dominación del imperialismo y la cuestión nacional en el mundo periférico. Término al cual Lenin le prestó especial atención en sus Tesis de Oriente, cuando aludió a la contradicción fundamental de los países dependientes. Los cuales, como proveedores de materias primas, después de la segunda revolución industrial, sobrevivían genéricamente asumiendo dos tipologías: coloniales y semi-coloniales. Esta peculiaridad los alejaba de la clásica y euro-céntrica contradicción fundamental entre “burguesía y proletariado”, la cual -en las tierras calientes, decía Marx- se transformaba en lucha por la liberación nacional y social entre “naciones oprimidas e imperialismo”.
Los Rostros de la Democracia en la Semi-colonia Criolla
A partir de Ugarte, la afirmación de don Arturo, vigente en este presente aciago, desnuda una constante oprobiosa en la diacronía histórica de la última centuria: los diferentes rostros que la “democracia” y el republicanismo periférico asumieron en nuestro país, como soporte del régimen de alternancia entre gobiernos “civiles” y “militares” ilegítimos. Sistema político implantado por las minorías oligárquicas y la partidocracia decadente, con el fin de preservar el orden semi-colonial.
La dura controversia democracia o dictadura oculta la irresuelta contradicción estructural que aqueja al pueblo argentino: la posibilidad de que las mayorías populares gobiernen abriendo una senda emancipadora, o que las elites latifundistas sigan detentando el poder, como lo hicieron desde 1811. Los golpes cívico-militares de 1930, 1955, 1962, 1966 y 1976 recurrieron al terrorismo de estado para derrocarlas e impedir -o sino condicionar- cualquier intento popular de retorno al poder. Sometidos a los intereses imperiales anglo-sajones y al decadente euro-centrismo occidental y cristiano, los centuriones golpistas y sus amanuenses políticos y confesionales empollaron -como huevos de serpientes-, resecas formas de “democracia” que dejaron como legado.
Democracias castradas por las bayonetas que, con el radicalismo histórico proscripto y perseguido, durante la primera década infame los casos de Justo y Ortíz fueron emblemáticos. Otros similares los gestó la contrarrevolución fusiladora del ’55, que bombardeando población indefensa e imponiendo la perversa proscripción del peronismo, amordazó la vana ilusión frondizista de un desarrollismo vernáculo y la pusilánime gestión radical de Illia.
Las grandes movilizaciones provinciales, previas y posteriores al Cordobazo, parieron la segunda alianza plebeya del siglo. Si bien los procesos de resistencia y rebelión popular derrumbaron la dictadura, no pudieron impedir la proscripción de su jefe histórico. Durante el turbulento paréntesis democrático de tres años (1973-1976), el pueblo nuevamente se enfrentó al bloque oligárquico, rompió la mordaza castrense y -con elecciones libres- terminó su exilio, restituyéndolo como presidente en Septiembre de 1973.
Breve primavera política que expresó otro tipo de democracia en este lado del mundo. Nutrida por un formidable proceso de alza de masas, encarnó la soberanía popular efectiva y los anhelos de los olvidados de la patria. Revitalizando la heroica tradición de las insurrecciones yrigoyenistas y la epopeya del 17 de Octubre, encontró plena razón de ser como sistema de gobierno, legitimando las luchas por la liberación nacional y la segunda emancipación. Embistiendo la tradición liberal-conservadora que la concibió como un fin en sí mismo, se transformó en una herramienta político-ideológica para que el subsuelo de la Patria se rebelara contra sus seculares opresores, poniendo en marcha nuevamente la rueda de la historia. Al recuperar la república para el pueblo como en el ’16 y en el ‘46, el sueño bolivariano de que los indoamericanos sean “alfareros de su propia historia” clamaba por su materialidad, concordando con la sentencia del Padre de la Patria: “seamos libres, lo demás no importa nada…”. Ambos convocaban a continuar la senda hacia el estado de felicidad general que -desde 1492- sigue pendiente en nuestra tierra.
Momento histórico excepcional, producto de una década revolucionaria en el mundo (los sesentas), que puso al rojo vivo la paradoja del imperialismo. Mientras su costado más sanguinario descargaba su enorme poderío tecnológico, económico y militar sobre Indochina, mayor debilidad manifestaba en otras áreas periféricas del tercer mundo. La soga que estrangulaba los países sometidos se aflojó y una ola revolucionaria que comenzó en Cuba, quebró la Alianza para el Progreso. Importantes sectores de las FFAA latinoamericanas se sumaron a este proceso, siendo Velazco Alvarado, en Perú; Omar Torrijos, en Panamá; Juan José Torres, en Bolivia; Arturo Prats, en Chile y el retorno de Perón, los casos más relevantes. El fantasma libertario que recorría el mundo periférico también conmovió el martirizado continente negro, rompiendo su bucólica modorra colonialista. La victoriosa revolución liderada por Ben Bella en Argelia y el sacrificio de Lumumba en el Congo Belga, fueron sus arquetipos, enmarcados por la lúcida prosa de Franz Fanon. Jean Paul Sartre prologaría la primera edición francesa de Los Condenados de la Tierra, en 1961.
En el vientre del monstruo, vastos sectores juveniles insatisfechos e intelectuales hartos del “american way of life”, en concordancia con el movimiento hippie se rebelaban contra la guerra de Vietnam. Enarbolando el flower power, que sugería hacer el amor y no la guerra, confluían con Malcolm X y los Black Panters en la lucha contra la discriminación racial y los derechos civiles. Este soplo de aire fresco que recorría el desdentado occidente imperialista, metaforizado en canción por Dylan, culminaría masivamente en Woodstock y en las barricadas parisinas del Mayo francés.
En estas latitudes se mixturó con las rebeliones anti-dictatoriales y con una democracia al servicio del interés nacional. El mundo bipolar atravesado por la guerra fría y la tercera posición, como opción estratégica para la supervivencia de los pueblos marginales, contextualizaba el debate sobre el significado del orden republicano en los países dependientes.
La segunda alianza plebeya del siglo, sellada a sangre y fuego en las barricadas del Cordobazo, abrió un inédito proceso de nacionalización político-ideológica de las clases medias y de ruptura con su pasado liberal y antiperonista. Precedente necesario para reconocer la progresividad histórica de los movimientos nacional-populares en América Latina y poner en estado de debate las tareas pendientes de la revolución nacional. No solo se hablaba de democracia, sino de temas como liberación o dependencia, reforma o revolución, liberación nacional o social, socialismo nacional o internacional, entre otros. Eran los grandes ejes de un interminable y fructífero debate.
El nivel de conciencia colectiva, compromiso político y formación ideológica generado en sindicatos, universidades, partidos políticos, espacios culturales, literarios, estéticos; como así también en movimientos sociales, barriales, epistolares y educacionales fue de enorme trascendencia y jamás alcanzado en nuestra historia. La utopía militante era el punto de reflexión y acción no sólo para interpretar el mundo, sino para transformarlo, siguiendo al hechicero de Tréveris. Era la fragua donde podría forjarse un nuevo destino, porque desde lo profundo de su corazón verde y mestizo brotaba incontenible el realismo mágico, la teoría de la dependencia, la pedagogía del oprimido, la teología de la liberación, la utopía científica autóctona y la posibilidad de que Indoamérica se pensara a sí misma, escribiendo su propia historia.
La dictadura del ’76 cargada de odio y venganza, lanzó la consigna persecución y exterminio, no para erradicar la “subversión” como se propalaba desde la prensa canalla. Esa es receta para incautos. El sentido estratégico de esta horripilante expresión de terrorismo de estado, coordinada por el Plan Cóndor, encerraba un doble propósito:
a) en lo inmediato, ahogar en sangre y descabezar la efervescencia popular, utópica y militante que abrasaba el continente y el tercer mundo, poniendo en peligro la civilización occidental, capitalista y cristiana;
b) con la generación revolucionaria exterminada, los grandes movimientos de masas desarticulados y el pueblo paralizado por el terror, nuevas formas de democracias putativas se podrían imponer para preservar el orden semi-colonial en peligro.
El terrible efecto de los años de plomo no sólo dejó el trágico saldo de 30.000 compatriotas inmolados en los campos clandestinos de exterminio, sino que se hizo sentir decisivamente sobre la conciencia colectiva de un electorado temeroso, vaciado de utopías, sin una generación que operaba como masa crítica y amnésica respecto a la utopía revolucionaria reciente. Si a este cuadro le agregamos un peronismo huérfano, con sus mejores dirigentes y cuadros exilados, perseguidos o desparecidos y con una fórmula presidencial ultra-conservadora; que optó por la dependencia, renunciando a la liberación (recordemos el lapsus público de Bittel en el acto de cierre de campaña), la suerte estaba echada. La derrota electoral fue el trágico telón del genocidio y cruda expresión de un movimiento fragmentado y sin conducción estratégica; marcando sugestivamente -y al mismo tiempo- los límites históricos del nacionalismo burgués, policlasista y con jefatura bonapartista, en una semi-colonia periférica.
Conclusiones para Debatir
Aunque el triunfo electoral de Alfonsín significó una anhelada reparación histórica para el pueblo argentino, no es menos cierto que nació fuertemente condicionado por la descomunal deuda externa heredada de la política económica de la dictadura, por un lado; y por la cofradía militar reaccionaria, respaldada por el incólume poder oligárquico (recordar Semana Santa), por otro. Por lo mismo, nunca pudo concretarse el pasaje de esa dictadura sangrienta hacia un gobierno democrático, capaz de retomar las banderas históricas de soberanía popular y liberación nacional, sino que se vivió una frustrante transición hacia las democracias de mercado. El resultado previsible fue una democracia formal, de neto corte liberal parlamentario y contenido socialdemócrata, debidamente estrangulada por los poderes foráneos.
Si bien reivindicó los derechos humanos y enjuició a las juntas, su líder cometió un error cardinal al concebirla como un fin en sí mismo, creyendo que con “la democracia se come, se educa, se cura…”. Ingenua enunciación que no podía ocultar el contenido anti-sindical y anti-obrero de su gobierno, sintetizado en la figura de Mucci y el Plan Austral. Parecía que los enemigos estratégicos no eran los Idus de Marzo, ni el FMI, menos los responsables de la dolosa deuda externa, sino los sindicatos y trabajadores peronistas. Los 14 paros nacionales que convocó la CGT respondiendo a esta política dejan en evidencia esta situación.
En una dimensión cualitativa más profunda, la década de los ochentas expresó, en primer lugar, una nueva ruptura de la alianza plebeya gestada heroicamente en el ’69, dando paso a la soledad política, retroceso ideológico y resignación moral de una pequeña burguesía temerosa -y soberbia al mismo tiempo-, que virando hacia posturas conservadoras, renegó de tiempos turbulentos y transformadores. Al conformarse solamente con recuperar una “democracia” sin trabajadores y fuertemente condicionada por el intocado partido militar, la ominosa sombra del mercado (que sustituía los uniformes) y el incuestionable “Washington Consensus”, no hacía más que anticipar la segunda renuncia -después de un siglo-, de un presidente constitucional a su cargo. El primero había sido Juárez Celman en 1890. El segundo fue Alfonsín en 1989, después de darse cuenta melancólicamente que el camino no era estar lejos de los trabajadores y cerca del FMI, sino convocarlos para enfrentarlo.
Recién cuando los fuegos rebeldes del 2001 abrasaron las calles de la orgullosa ciudad puerto, obreros y estudiantes volverían a encontrarse para sellar dolorosamente, con sangre, sudor y lágrimas, la tercera alianza plebeya en el nuevo siglo, arrojando al basurero de la historia al menemismo y delaruismo. La moraleja es clara: cada vez que los oprimidos de nuestro pueblo conformaron un bloque histórico-político indestructible de lucha y movilización, los gobiernos reaccionarios y las dictaduras fueron derrotadas. Es la fórmula que en este presente aciago debemos recrear urgente, para enfrentar a los actuales sepultureros de la Patria.
Para cerrar, otra lección política que como enseñanza nos dejan los oprimidos cuando salen a la calle es que: cada vez que la “democracia” y la “república” estuvieron precedidas por tiempos conservadores, contrarrevoluciones, golpes y dictaduras, los resultados electorales fueron gravosos para el pueblo argentino. Por oposición, cuando estuvieron precedidas por grandes movilizaciones populares, luchas nacionales y antiimperialistas como en 1916, 1945, 1973 y 2001, las urnas pusieron en marcha la rueda de la historia.
Imagen de Tapa: Leonel A. MARCHESI, Me ama, Evita me ama. Acrílico y objeto sobre tela. 1,10 x 0,72 m. 2004.