LA CULTURA COMO SENTIDO

LA CULTURA COMO SENTIDO

Aprender a vivir juntos… o morir juntos. En el corazón de esta disyuntiva se despliega el sentido de la cultura humana. Comprenderlo ayuda a orientar las políticas de gestión cultural, sean independientes o bien provengan del Estado. Más allá de la calidad de los bienes culturales que se pongan en juego, en este breve ensayo la artista visual Carlota Beltrame explica el sentido último de la cultura en tanto preservadora del sentido de vivir en comunidad.

 

LA CULTURA COMO SENTIDO

Por Carlota Beltrame

 

 

Civilizatorio y barbarie

De la cultura sabemos varias cosas: que es un concepto que entraña connotaciones muy complejas; que excede ampliamente la mera producción, distribución y consumo de artefactos humanos concebidos con un grado notable de sofisticación simbólica y que, como tantos territorios en donde se manifiesta lo social, se trata de otra de las parcelas en las que se disputa la autorrepresentación colectiva. Todo esto es cierto. Nada de esto es suficiente para entenderla, mucho menos para definirla

Salgámonos por un momento de lo que, suponemos, es su exclusiva área de influencia y acerquémonos al pensamiento revolucionario de Sigmund Freud[1] cuyas investigaciones nos ayudaron a comprender que no existen estados puros, así como tampoco existen sentimientos incontaminados. Su “principio del placer”, esto es, la vivencia que acompaña a la reducción de tensiones externas mediante la búsqueda de un equilibrio que garantice el bienestar, encuentra su límite en otro concepto freudiano, la “pulsión de muerte”, contradicción según la cual el sujeto humano no siempre reacciona buscando su felicidad. Así, paradójicamente, no sólo individuos sino comunidades enteras, más inducidas por sus pulsiones tanáticas que por el principio de placer, son capaces de realizar acciones colectivas que las alejan de su propio bienestar. –“¿No has reparado nunca que entre el pensar y el hacer existe la palabra ‘civilización’?”- le dice el escritor Fernando Vallejo a su amante, un encantador pero irascible joven asesino en “La virgen de los sicarios”[2]. Aquí, “civilización” refiere a otro concepto freudiano: el “principio de realidad” que se apoya en el mundo exterior y en la experiencia personal, buscando el equilibrio o la distensión por caminos distintos a los de la inmediata complacencia hedonista pues éstas pueden llegar a diluir las frágiles barreras simbólicas sobre las que se soporta la lógica de la convivencia entre los seres humanos. Regreso en este punto al tema de la cultura porque, frente a las permanentes tensiones externas, es el medio que los humanos hemos encontrado para restituir el ansiado equilibrio en forma de proyectos que, al suspender la violencia y la venganza, es decir, al suspender la barbarie, deben entenderse como civilizatorios.

El reconocido gestor cultural catalán Toni Puig, señala que el rol de la cultura es crear y sostener “ciudadanía”, lo cual no es errado, pero a mi juicio en el mundo actual resulta insuficiente pues presupone al estatus de ciudadano en el marco de un Estado moderno, fuerte y consolidado. Sin embargo, en el contexto del capitalismo financiero global, un “tardocolonialismo” basado en el endeudamiento cuando no en el sometimiento territorial, debilita las naciones que quedan anuladas en términos de soberanía forzándolas a procesos migratorios masivos casi hasta su desaparición[3]. Entonces, la cultura avanza por sobre su estrecho vínculo con la creación de productos de mayor o menor excelencia estética y sofisticación simbólica, dejando atrás su ya extemporáneo objetivo de construcción de ciudadanía para vincularse de lleno con proyectos colectivos que busquen recuperar la amalgama social.

 

Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa

La estética es sólo una parte de la cultura, tanto como la religión sólo puede abarcar un aspecto de la ética. Quiero de decir, la excelencia artística de los productos que una política cultural pone en juego, no siempre es una prioridad cuando el objetivo es crear las condiciones para la construcción de un proyecto civilizatorio, que siempre es cultural, pero que excede el mundo del arte. Un ejemplo célebre es el de Nelson Mandela quien, percibiendo el poder del deporte para convocar el entusiasmo colectivo, más allá del ya superado concepto de “raza”, logró el milagro de unir identificaciones comunitarias alrededor del rugby cuando, en 1995, Sudáfrica ganó el campeonato mundial de ese deporte que había tenido lugar en su país. Otro caso menos difundido es Legnashirt /camilegna[4] del artista español Alonso Gil que consiste en un tabloide de dos páginas con noticias sobre la situación sociopolítica y económica del pueblo saharaui así como versos de sus poetas que se imprimen en el delantero y la espalda de remeras a la venta en tiendas de indumentaria. Este proyecto se halla en el marco programas culturales[5] que se sostienen en torno a la consolidación identitaria del pueblo saharaui en el Norte del continente africano, con el fin de visibilizar y reforzar las luchas por su derecho a la autonomía.

Agustín GONZALEZ GOYTIA, Batalla. Acrílico, tinta, marcador al agua y latex sobre gabardina. 170 x 200 cm. 2015

Permítanme en este punto apoyarme en el concepto de “estética del deterioro” de la argentina Marta Traba[6] que me arriesgo a vincular con el de “modernidad líquida “de Zygmunt Bauman pues, en el caso de la primera, desde el contexto del liberalismo y de la guerra fría, y desde la caída de la URSS y el neoliberalismo en el caso del segundo, observo que ambos desnudan una modernidad que Traba vincula con el concepto de “deterioro” en tanto que Bauman la denomina “líquida”. En sus opiniones, esta modernidad ha generado cambios profundos en la condición humana a través de la disolución del orden conocido ya que todo lo que entendíamos como estable ha sido reemplazado por el flujo cada vez más acelerado del capital, la devaluación del trabajo, la desintegración de los vínculos comunitarios, de su capacidad de acción colectiva o de sus esperanzas de emancipación. Con sus matices, tanto Traba como Bauman consideraron estos aspectos como subproductos de un capitalismo cada vez más flexible que se nutre de los modos de gratificación instantánea que produce el consumo. Así, esta perspectiva cortoplacista, junto con la fluidez, la flexibilidad, la movilidad, la ligereza, la transitoriedad, el individualismo, la autorreferencialidad, lo fácilmente deteriorable y reemplazable, favorecen y propician criterios de gestión cultural basados en la reproducción de meras mercancías que circulan como bienes culturales los cuales, lamentablemente, son celebrados e incorporados acríticamente por los propios consumidores. Por eso resulta insoslayable que en el diseño de estas políticas se asuma y se incorpore a sus verdaderos protagonistas, es decir, a los integrantes de la comunidad en la que se busca proyectar identificaciones y valores que se consideren virtuosos, signos cuya profundidad debamos interpretar y no meras señales a las que obedecer.

Como se ve, esta discusión excede la de las cualidades estéticas de los productos que se ponen en juego en materia de políticas culturales públicas. No se trata de abonar el infértil debate sobre si una velada en el Colón o un recital folclórico al aire libre; sobre el proyecto de la Generación del Centenario[7] o el de la ciudad de Famaillá[8], ambos en la provincia de Tucumán, sino de avanzar por sobre discusiones que entrañan intereses de clase para construir proyectos comunales de cierta estabilidad, que produzcan identificaciones genuinas y/o apropiaciones constructivas pero que, por sobre todas las cosas, sean inclusivos.

 

Consensos y disensos

La cultura es un fenómeno inmanente a la condición humana. Nunca no tiene lugar. Opuestamente, la gestión cultural en el marco de políticas públicas puede o no brindarse así como, dependiendo de quien la administre, puede presentar diferentes características. En las sociedades hegemónicas organizadas son identificables las políticas de administración de la cultura que llamamos “de consenso”, porque refieren a gestiones que, por pertenecer al Estado, necesariamente deben abarcar un rango amplio de manifestaciones, géneros y formatos. Sin embargo, en las mismas sociedades suelen desarrollarse iniciativas de gestión cultural independientes denominadas “de disenso” porque se generan alrededor ideologías estético-políticas de minorías y localizadas no sólo en la periferia urbana, sino en la del sistema. Su ventaja es que son capaces de detectar formas culturales emergentes a las que el Estado, por concentrarse en lo global, no puede llegar. En efecto, estos proyectos de autogestión, mayoritariamente colectivos y en general conducidos por los propios artistas, pueden leerse como respuestas antagónicas a los síntomas culturales residuales y/o dominantes de una escena. Así, los intereses sobre “lo global” legitimados y visibilizados hasta el hartazgo se transformarán, empleándose de acuerdo a visiones más concentradas y puntuales con el fin de construir nuevos discursos mediante estrategias de resignificación de los repertorios impuestos desde el centro.

Ahora bien, las tensiones entre ambas modalidades apuntan a la construcción de públicos diferentes, por eso creo pertinente aclarar a qué llamamos “público”. Se trata de una palabra en cuyo origen latino se alude a lo “perteneciente al pueblo de una comunidad, Nación o Estado”, razón por la que vinculamos lo público con la mismísima democracia de la que, por antonomasia, el pueblo es su sujeto político. Por su parte, en 1958, Hannah Arendt definió a la comunidad política democrática como una “esfera pública” a su vez usada como “espacio de aparición” de lo social, en el que, como ya expresé, se evidencian las diputas de representación de lo colectivo, pero en el que propongo destacar a la cultura en tanto “fenómeno de fenómenos” porque, en este espacio de conflictos también se abre la posibilidad de que la gestión cultural pública pueda desbaratar el sistema de divisiones y límites que determina qué grupos sociales serán visibilizados y cuáles otros serán, a veces violentamente, condenados a las sombras.

Pero volvamos a la cuestión de los consensos y los disensos en materia de políticas culturales. Paradójicamente existe una dimensión autoritaria de las democracias caracterizada por estrategias de uso de conceptos que consideramos democráticos pero que son usadas para facilitar la coerción estatal. Pongamos por caso la necesidad de aceptación generalizada que anima las políticas públicas culturales en las instituciones de los Estados (entidades patrocinadoras como el Fondo Nacional de las Artes, museos, academias etc.) las cuales, bajo el argumento del necesario consenso, niegan lo emergente por complejo o minoritario, animan identificaciones y valores impuestos por el mercado o nombran gestores, directores, jurados, profesores etc. no pertinentes para el área de la cultura en la que deben desempeñarse. Estas formas solapadas de coerción son muy frecuentes y sólo pueden ser conjuradas cuando es el propio Estado el que convoca a las iniciativas de gestión cultural independientes como una manera de involucrarse con emergencias simbólicas que de otra manera ni siquiera podría detectar. Un ejemplo interesante fue la iniciativa patrocinada por el Ente Cultural Tucumán en 2009 a través de la cual, con el asesoramiento de Gustavo López[9] y de Washington Cucurto[10] y en el marco de la Asociación Civil ”Crecer Juntos”, se creó en Villa “Trulalá”[11] una editorial cartonera llamada “El cruce cartonero” en la que se reeditaron novelas del escritor tucumano Eduardo Perrone y libros de recetas, cuentos para niños y canciones de las mujeres del barrio.

 

La cultura como lugar para el Otro

Sabemos bien que tanto los Estados como las democracias se hallan en crisis. Como nunca, los dramáticos procesos migratorios están cambiando la fisonomía de las naciones y los derechos sobre el propio cuerpo construyen y visibilizan nuevas identificaciones sexuales. También sabemos que los procesos sociales, antes que nada se producen dentro del lenguaje, (o de los lenguajes, si pensamos en las diversas formas que adopta el arte). Así, a través de sus muchas manifestaciones la cultura tiene por fin habilitar discursos que nos ayuden a reconocer nuevas intuiciones del mundo, nuevas maneras de reconocernos y de estar juntos interpretando, reinterpretando y deconstruyendo nuestros legados históricos para desempeñar así, un papel inclaudicable en la profundización y expansión de la democracia, hasta ahora, el proyecto civilizatorio humano por excelencia. La cultura nos permite asumir la cualidad contingente de la existencia humana, otorgándole sentido más acá de lo metafísico, al ser capaz de convertirla en una oportunidad para el encuentro con el Otro.

 

 

 

[1] Sigmund Freud, junto a Karl Marx y a Friedrich Nietzsche, integra la “Escuela de la sospecha”, así denominada por el filósofo francés Paul Ricoeur (1913-2005) con el fin de aunar a tres pensadores que, a finales del S XIX, impugnaron al paradigma binario platónico según el cual todo propende hacia otro mundo de esencias las cuales, por serlo, eran la encarnación final de lo unívoco. En su conferencia Nietzsche, Marx Freud (1964) , Foucault sugiere que a esta tríada de pensadores puede agregarse a Charles Darwin.

[2] La virgen de los sicarios (1999), película colombiana dirigida por Barbet Schroeder con Germán Jaramillo, Anderson Ballesteros, César Gaviria y Juan David Restrepo, cuyo argumento habla del regreso del escritor Fernando Vallejo quien, tras una ausencia de treinta años vuelve a Medellín (Colombia), ciudad donde creció. No queda gran cosa: sus padres están muertos, una parte de la ciudad ha sido destruida, los carteles manejan la exportación de cocaína y siembran el terror mediante bandas de sicarios. En un burdel conoce y entabla una relación amorosa con Alexis, un jovencito de dieciséis años que integra una banda de asesinos a sueldo.

[3] Son ejemplos Siria, Libia, Somalia, Afganistán, Honduras, El Salvador, Nicaragua y más recientemente Brasil.

[4] Legna, palabra en hasannía que entre otras acepciones, quiere decir poesía.

[5] Me refiero puntualmente a ARTifariti, del cual el artista Aloinso Gil es uno de sus curadores.

[6] La argentina Marta Traba (1930-1983) fue la primera historiadora que se propuso pensar una teoría del arte latinoamericano. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Buenos Aires y durante sus años estudiantiles trabajó en la revista Ver y Estimar, dirigida por el crítico de arte Jorge Romero Brest, director del mítico Instituto Di Tella. Completó su formación en Europa, hasta que luego de la Revolución Cubana se afincó en Colombia, abrazando la causa latinoamericana, como muchos intelectuales de su época.

[7] En referencia al centenario de la Independencia Argentina (1816 – 1916), se conoce con el nombre de “Generación del Centenario”, a un grupo de intelectuales tucumanos cuya obra se centró en la conformación del Tucumán moderno, creando entre muchas otras instituciones a la hoy llamada Universidad Nacional de Tucumán.

[8] Me refiero a la fisonomía urbana adquirida por la ciudad de Famaillá a partir de la intendencia de Enrique Orellana y que desata largas discusiones sobre su valor estético y sobre las implicancias ético políticas de la creación de paseos ornados con esculturas inscriptas en el marco del fenómeno socioestético que se conoce como kitsch.

[9] Creador y editor de VOX. Arte+Literatura

[10] Escritor, creador y editor de la reconocida editorial “Eloísa cartonera”, premio Prins Claus 2012

[11] Barrio Esteban Echeverría.


Literatura citada

  • ARENDT, Hannah (1996). La condición humana. Paidós. Barcelona-Buenos Aires.
  • BAUMAN, Zygmund (1999). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica. Bs. As.
  • DEUTSCHE, Rosalyn. Público. Conferencia en el curso de Ideas recibidas. Un vocabulario para la cultura artística contemporánea, dictado en el Museo d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA) el 19 de diciembre de 2007.
  • FOUCAULT, Michel. (2009) Nietzsche, Freud y Marx. La Página S.A. Buenos Aires.
  • FREUD, Sigmund. Más allá del principio de placer. En Obras completas (tomo XVIII). Buenos Aires.
  • PUIG, Toni (2009) Se acabó la diversión. Ideas y gestión para la cultura que crea y sostiene ciudadanía. Paidós. Buenos Aires-Barcelona.
  • RANCIÈRE, Jacques (2002) La división de lo sensible. Estética y política. CASA. Salamanca
  • TRABA, Marta (2005) Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas 1950-1970. Siglo XXI. Buenos Aires.

Carlota Beltrame
Artista visual tucumana, Doctora en Artes, docente e investigadora universitaria. Ha realizado tareas de gestión cultural independientes patrocinada por instituciones locales, nacionales y del exterior. Becaria en la Facultad de Artes de San Carlos (Valencia, España 1993), en el Taller de Barracas por la Fundación Antorchas (1994-1996) y por la DAAD en la Kunstakademie Düsseldorf (Alemania, 1996-97) entre otras instituciones. Escribió numerosos textos de análisis sobre su escena artística entre los que se destaca su libro “Manual Tucumán de arte contemporáneo” con el que actualmente se estudia el arte moderno y contemporáneo de su provincia. Recibió numerosos subsidios del FNA y ha trabajado con artistas y personalidades como Guillermo Kuitca, Claudia Fontes, Juan Acha, Américo Castilla, Mauro Herlitzka, Gabriela Salgado, Guillermo Gómez-Peña, Kevin Power, Washington Cucurto, Gustavo López, Ticio Escobar, Tania Bruguera, Aldo Ternavasio o Sigurdur Gudmundson. Sus obras se encuentran en numerosas colecciones, entre las que se destingue la del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Primer Premio del Salón Nacional de Artes Visuales 2018.

Imagen de tapa: Agustín GONZALEZ GOYTIA, Panorámica. Látex y acrílico sobre lienzo. 240 x 900 cm. 2017