CUARENTENA EN LOS VALLES

CUARENTENA EN LOS VALLES

“No existen hechos. Sólo interpretaciones”, sentenció Nietzsche. Por eso Sin Miga hoy ofrece dos perspectivas sobre los recientes hechos acaecidos en el valle del Tafí. Aunque con diferencias, tanto la Dra. Griselda Barale como la Comunidad Indígena Diaguita “El Mollar” vienen a hablarnos no sólo de los conflictos desatados alrededor del corte de ruta que tuvo lugar durante el contexto de la pandemia, sino que también vienen a enseñarnos algo de la historia de las gentes que hoy pueblan el valle, así como de la organización interna de sus pueblos originarios. Imágenes de “Tierra baldía” acompañan estos ensayos. Se trata de fragmentos de una performance realizada por dos herederos directos de aquellos ancestros nativos: los artistas Adríán Sosa y Walter Tolaba. Para aprender, disfrutar y tomar postura.

 

 

TIEMPOS DE CUARENTENA

Profundización de la conflictividad en pueblos originarios del valle de Tafí en Tucumán.

 

Nosotros

Ser comunidad indígena en estos tiempos no deja de constituir una cierta rareza en un Estado “moderno”, aunque tal vez no tan “desarrollado” como muchos quisieran ver a nuestro país.

Las luchas por el derecho al reconocimiento como pueblos originarios preexistentes a la conformación del Estado Argentino dieron su fruto en los noventa con la reforma constitucional (1994) y, posteriormente, en la provincia que habitamos: Tucumán (2006). Falta mucho para acercarnos a una relación de derechos equitativa, aunque sin embargo en las últimas décadas indudablemente se han logrado algunos avances importantes. Nuestro país adhirió a convenios internacionales y creó leyes que apuntarían a la construcción de un derecho atento a la peculiaridad de este sujeto colectivo porque para el Estado Argentino, reconocer la preexistencia étnica trae aparejado reconocer y valorar la diversidad como una fortaleza en la construcción de horizontes posibles.

Adrián SOSA y Walter TOLABA, Tierra baldía. Performance (detalle). 2017. Fotografía: Jorge Elías Pérez. Lugar: Le Pasaje, Espacio cultural.

Como pueblo diaguita de El Mollar obtuvimos nuestra Personería Jurídica en el año 2006, producto de un proceso en el cual, por medio del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (en adelante INAI), expusimos ante el Estado la historia que nos distingue (en particular de la de la Argentina, al pre-existirla) Nos presentamos como un conjunto poblacional que se reconoce diaguita y también al territorio que tradicionalmente ocupa, entendiendo como “territorio” al concepto que no sólo comprende el aspecto material, sino también el espiritual, que surge del vínculo con la Pacha Mama.

Nuestro pueblo es muy antiguo y nuestro territorio contiene y es contenido por nuestros ancestros que se revelan en cada una de las tinajas halladas en la tierra que habitamos y que expresan un mundo pleno de sentidos en el que la chacana se entrelaza con los elementos: el aire (el viento), el agua (la lluvia), la tierra (nosotros mismos). Es el mundo diaguita que se representa en el cóndor, en el suri, el sapo (ampatu) y el uturungo (felino). En nuestro valle aún se conservan los nombres cacán de algunos cerros; el del que nos cobija, es el Panaqhao al cual posteriormente se conocerá como Ñuñorco, su nombre quichua. Somos el pueblo de este cerro; nos reconocemos como tafíes dentro de la Nación Diaguita, hermanos de otros pueblos diaguitas como los amaichas, los quilmes o los acalianes.

La Comunidad Indígena Diaguita “El Mollar”, tal como nos identificamos formalmente, se halla conformada por varias centenas de familias, a muchas de las cuales les costó asumirse públicamente como indígenas, pero lentamente han podido recuperar esta identidad. Es que la otredad instalada como herramienta de dominio no es, sin dudas, fácil de de-construir; significa desmitificar la discriminación y mandatos como los de pobreza e ignorancia.

Asumir la identidad diaguita, significa bregar por seguir siendo quienes siempre hemos sido, más allá de imposiciones religiosas, culturales y políticas. Nuestros abuelos y abuelas forjaron un presente que no reniega del pasado y que asume con orgullo las luchas por una vida más digna, exponiéndonos en los desafíos y guardándonos en tiempos de genocidios. Varias décadas atrás lideraron los movimientos indígenas tempranos de nuestra región y participaron de los Parlamentos Indígenas que se realizaron en distintos puntos de nuestro país. Ellos y ellas fueron y son protagonistas poco conocidos de la historia tucumana y de los valles calchaquíes.

La Comunidad se rige por las decisiones que se toman por consenso en una articulación entre un Consejo de Ancianos, uno de Jóvenes y uno de Administración. Actualmente, la autoridad máxima que nos representa ante terceros es el cacique Enrique Cruz, un hermano de nuestro pueblo, nativo y profundo conocedor de nuestro territorio. El de Cacique es un cargo que, de acuerdo a nuestro Estatuto, se elige cada cuatro años en por medio de una asamblea. Junto a otras comunidades indígenas de la región, fuimos creadores de la Unión de los Pueblos de la Nación Diaguita de Tucumán, institución de 2º grado con personería jurídica también otorgada por el INAI.

 

Tiempos de Cuarentena: conflicto en los Valles

La pandemia del COVID-19 abrió una crisis sin precedentes en todo el planeta pero como siempre, son los sectores más empobrecidos del país (de los países) los que más la sufren.

Como pueblo originario de una provincia del noroeste de Argentina, no nos ha ido mucho mejor. Es cierto que aquí, en El Mollar, en el Valle de Tafí, aún vivimos mejor que en la periferia de las grandes ciudades de Tucumán ya que aún contamos con algo de tierra para cultivar, para criar algunos animales y estamos acostumbrados a hornear nuestro pan y a apelar a nuestras hierbas para curarnos. Nuestros hijos cuentan con espacio para jugar y nuestros ancianos, que raramente están solas o solos, para recibir el sol que tanta falta hace.

Adrián SOSA y Walter TOLABA, Tierra baldía. Performance (detalle). 2017. Fotografía: Jorge Elías Pérez. Lugar: Le Pasaje, Espacio cultural.

La cuarentena, dictada por Decreto Nacional, nos exigió a “quedarnos en casa” para evitar o minimizar el impacto del virus. Así también se lo estableció a nivel provincial y municipal y se promulgaron medidas con estrictas reglas, que se proponen resguardarnos a fin de impedir que una localidad chica como la nuestra se exponga a los contagios. En eso se trabajó (trabajamos[1]) en forma conjunta con el Municipio de Tafí del Valle y la Comuna Rural, varias de ellas pertenecientes a las Comunidades Indígenas del valle de Tafí. Se evaluaron los necesarios protocolos para la definición de las medidas más adecuadas, atendiendo a la compleja situación de nuestro valle pues se trata de un territorio con fuerte presencia de pueblos originarios, criollos que no se reconocen indígenas y muchas personas que no son nativas pero que lo habitan desde hace mucho tiempo. A ello que hay que sumarle una importante cantidad de veraneantes que fueron construyendo segundas viviendas en distintos puntos del valle.

El desafío era cómo albergar y dotar de seguridad, tanto civil como sanitaria, a toda esta población en un lugar con un policlínico que recién se está armando y un hospital con escasas camas y con una limitada dotación de profesionales médicos. Quedó en claro que durante la cuarentena sólo podrían quedarse en el valle de Tafí aquellas personas oriundas de la zona, además de quienes residieran aquí en forma definitiva, es decir, cuyo documento acreditase domicilio en Tafí[2].

Sin embargo, ese mismo día se inició uno de los conflictos más serios en nuestra región, y, tal vez en la provincia. En efecto, sin mediar acuerdo alguno con los distintos sectores de la sociedad, una hermana comunera de El Mollar, ex cacique de nuestra Comunidad, la señora Margarita H. Mamaní promovió ese jueves un corte en la ruta provincial Nº 307, Km 48, a la entrada a los Valles Calchaquíes. Así, la señora Mamaní se arrogó la potestad y el derecho de “proteger” a todos y todas por propia decisión, sin tener, además, más idoneidad ni facultades que cualquier otro civil en nuestro país para asumir semejante responsabilidad. La señora Mamaní no sólo incumplió veladamente el DNU 297/2020 instalándose por casi dos meses en plena ruta, sino que violó uno de los principios rectores de los pueblos originarios como es el de la consulta y el consentimiento previo, libre e informado. Efectivamente, la medida de “cortar” la ruta no fue consultada y, menos aún acordada con las cinco comunidades indígenas que habitamos el valle de Tafí, así como tampoco con las otras dos que lo hacen en el valle de Yocavil (Santa María)[3], las cuales se vieron directamente afectadas por aquél impedimento.

Desde hace ya más de cuatro años que venimos denunciando ante al INAI la irregular situación de la ex cacica de nuestra Comunidad, quien usurpa nuestra Personería Jurídica y toma decisiones sobre nuestro territorio, habiéndose desligado pública y formalmente de su filiación étnica diaguita, luego de haber “jugado” un tiempo a representar al Pueblo Lule de Tucumán ante el Consejo de Participación Indígena. Como agravante, Mamaní pretendió cambiar la filiación étnica de nuestra comunidad en una que no era la diaguita[4]. Con ese propósito esgrimió argumentos tan dificultosos que desde el Estado nacional no pudieron aceptarle, no sólo la modificación del nombre que proponía para nuestra Comunidad, sino el inaceptable cambio de su asignación étnica. Este intento fue rechazado categórica, formal y públicamente pues no estamos dispuestos a aceptar que se nos aleje de nuestra historia, de nuestra cosmovisión, de nuestros modos de hacer las cosas, de ver la vida y de concebir nuestra comunidad. Hemos notificado al INAI acerca de nuestra rotunda oposición a esa propuesta, así como a su pretensión de introducir una modificación a nuestro Estatuto, en un intento de que el cacicazgo se transformara en un cargo vitalicio. Así es que desde el año 2014 nuestra comunidad indígena diaguita quedó acéfala hasta 2018.

Adrián SOSA y Walter TOLABA, Tierra baldía. Performance (detalle). 2017. Fotografía: Jorge Elías Pérez. Lugar: Le Pasaje, Espacio cultural.

Ahora, en esta coyuntura tan difícil y compleja para toda la humanidad que afronta un desafío inimaginado poco tiempo atrás, hemos vuelto a demandar que el INAI atienda nuestros reclamos y, en particular, las reiteradas denuncias de abuso de poder que Margarita Mamaní impone en nuestro territorio, tal como ha quedado en claro durante esta cuarentena. En efecto, con total impunidad y en connivencia con organismos del Estado provincial, la señora Mamaní manejó arbitraria y autoritariamente el acceso a los valles, desde la ruta 307[5]. Hemos alertado al Estado y, en particular, al INAI sobre el incremento de la intimidación, de una fuerte presión sobre los lugareños por parte de aquella persona, que sigue incitando a la violencia desde los medios de comunicación y desde las redes aun en la condición de arresto domiciliario en la que se halla actualmente; ofendiendo y declamando públicamente difamaciones y agravios contra quienes no la apoyamos.

Si bien la situación que exponemos en este artículo refiere a una problemática que se retrotrae varios años, la situación de pandemia y la cuarentena dictaminada consecuentemente contribuyeron a hacerla más visible. En el conglomerado de noticias que se pueden ver, leer y escuchar en los medios de comunicación locales sería importante que se presentara información veraz, basada en hechos fehacientemente investigados, pues la conflictividad en los territorios es sumamente compleja ya que implica una serie de intereses encontrados e involucra diversos actores (y no sólo aquellos a los que despreciativamente, denominan “facciones”), en el seno de una comunidad indígena, como la de El Mollar. Por otra parte, no podemos dejar de lado el enorme apetito inmobiliario que se fue desplegando en la última década en nuestro Valle y que venimos tratando de frenar en un arduo trabajo conjunto con otras comunidades del valle de Tafí.

La pregunta es: ¿a quién o a quienes sirve esta creciente conflictividad en una región tan apreciada por su clima, su paisaje y riquezas naturales? Pensémoslo.

En lo que a nuestra Comunidad respecta, seguiremos asumiéndonos diaguitas pues consideramos que la identidad personal y comunitaria como “etnia” se construye en las trayectorias vitales de personas y comunidades. Puede fortalecerse, debilitarse, puede expresarse o solamente sentirse en la subjetividad pero, definitivamente, no es algo que pueda cambiarse por decreto y, menos aún, ser excusa o herramienta de intereses no-comunitarios.

Nuestro pueblo es soberano y no cesaremos en la lucha en defensa de nuestro territorio. Queremos dejar expreso que, como siempre, estamos en contra de cualquier acto de violencia, pero no callaremos. En un marco de respeto mutuo buscaremos el diálogo apelando a construir las condiciones para que el Buen Vivir sea posible para cada habitante de este suelo antiguo que hoy compartimos.

 

El Mollar, 13 de mayo de 2020.

 

Comunidad Indígena Diaguita “El Mollar”

Personería Jurídica Nº 024/2006 RE.NA.C.I., I.N.A.I.

NOTA: el CIDEM deja explícito que se hace en un todo responsable por los contenidos vertidos en este texto.

 

[1] Con nosotros han trabajado la Comunidad Indígena de Casas Viejas y la Comunidad Indígena del Pueblo Diaguita del valle de Tafí.

[2] Esa determinación puede verse en la Ordenanza Municipal 880/2020 promulgada el día 19 de marzo pasado.

[3] Las comunidades del valle de Tafí son: Comunidad Indígena de Casas Viejas, Comunidad Indígena del Pueblo Diaguita del valle de Tafí, Comunidad Indígena de La Angostura, Comunidad Diaguita Kalchaki del Ayllu El Rincón y la nuestra, Comunidad Indígena Diaguita El Mollar. Hay al menos dos comunidades más en formación con todos sus papeles en espera para la evaluación del INAI: en el valle de Yocavil, la Comunidad Indígena de Amaicha del Valle y la Comunidad India Quilmes.

[4] Nuestras aseveraciones sobre la situación descripta en este artículo están respaldadas por la pertinente documentación. Una parte importante de ésta consta en el expediente de nuestra Comunidad en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI); otra forma parte de denuncias judiciales, tanto de nuestra Comunidad como de otras personas e instituciones. Finalmente, hay testimonios, grabaciones, filmaciones y capturas de pantalla que forman parte de un cuerpo de datos judicializado.

[5] Figura entre los testimonios recabados por la Fiscalía de Monteros, dando lugar a su arresto domiciliario. Entre las más de 150 denuncias formales consta la obstaculización del paso a personas con Permiso de Circulación Nacional correspondiente; la obstaculización y/o impedimento de paso de funcionarios públicos y de personas con tratamientos de salud de urgencia, vulnerando el acceso a necesidades básicas de salud o educación; restricciones horarias para la realización de tareas que se deben realizar fuera del valle como por ejemplo en la capital de la provincia o Tafí; actos de discriminación xenófoba, de coerción, cohecho y violencia; y, fundamentalmente, incumplimiento de las normativas vigentes.

 


 

COVID-19: se cierra la entrada al valle de Tafí

por Griselda Barale

 

Tengo la fortuna de estar pasando la cuarentena en Tafí del Valle. Llegamos mi esposo y yo antes de que comenzara y ya no nos fuimos. Digo “fortuna” porque más allá de la belleza del valle, aquí no se registró ningún caso de coronavirus. Tafinistos y tafinistas han respetado la cuarentena mientras la entrada al valle era controlada por Margarita Mamaní en coordinación, según nuestra experiencia, con la Municipalidad lo cual se manifiestó en los siguientes detalles que no son menores: 1) No hubo en Tafí del Valle desabastecimiento alguno de insumos indispensables, esto es alimentos, combustibles, bocas para retirar dinero, lugares donde pagar cuentas, medicamentos y, cuando alguno de estos últimos se hallaban en falta, en 24 hs. las farmacias los tenían disponibles; 2) atención hospitalaria; 3) la oficina del PAMI siempre atenta a todos sus afiliados, etc. Por otro lado cuando por razones médicas necesitamos bajar a San Miguel contamos con el permiso para ir y volver en el día sin complicaciones, ni coimas, ni recomendaciones especiales.

Adrián SOSA y Walter TOLABA, Tierra baldía. Performance (detalle). 2017. Fotografía: Jorge Elías Pérez. Lugar: Le Pasaje, Espacio cultural.

Es verdad que, al no ser residentes, muchos de los que son propietarios -como nosotros- no han podido venir a pasar la Pascua, ni otros fines de semana, ni pudieron visitarnos familiares o amigos a los que aquí permanecimos; pero tampoco pudieron hacerlo los porteños con casas en la costa o los cordobeses con casas en las sierras. En las redes sociales esta situación desató cataratas de palabras injuriosas, acusaciones veladas (y no tan veladas), de que Margarita y su gente estaba en coordinación con ladrones que “vaciaban” las casas de los veraneantes, aunque luego se comprobara que los robos no habían sido más que los habituales. No faltaron, por cierto, disputas entre grupos y líderes de los Pueblos Originarios.

Cuando desalojaron a Margarita y a su gente del puesto de control entre los insultos no faltó la expresión “india de…” que denota terrible desprecio y discriminación y, lo que es peor, no faltó la represión con balas de goma contra personas totalmente desarmadas, según consta en video tomado en el lugar. Pero lo más patente y patético fue la soberbia y la prepotencia con que fueron tratados quienes se pusieron el valle al hombro para controlar durante 42 días las entradas y salidas al mismo. Quizá el corte fue inconstitucional, pero si en lugar de tan oprobiosos sucesos, acercándose a Margarita Mamaní , el gobierno y los organismos de control le hubieran agradecido la responsabilidad asumida, relevándola de la misma, hoy estaríamos contando otra historia, una historia de agradecimiento, respeto y solidaridad por trabajar con el fin de aislar al valle del terrible virus.

A lo largo del país otros vecinos hicieron lo que en Tafí hizo Margarita, por ejemplo los de una pequeña villa al oeste de Río IV llamada Las Albahacas, por la que también se accede a otra villa llamada El Chacay; también los vecinos de Pinamar impidieron el paso del turismo y hay tantas otras localidades que hicieron lo mismo. Sin embargo, a diferencia de lo que pasó en el valle de Tafí, allí las personas no han sido insultadas, ni acusadas, ni están presas, quizá porque se interpretó que cumplían con el mandato presidencial de “cuidar” la cuarentena.

Después de estos lamentables sucesos me he preguntado una y otra vez qué hubiera ´pasado si en lugar de Margarita Mamaní, los descendientes de los dueños de las estancias taficeñas hubieran hecho lo que ella hizo, la justicia y los dueños de residencias veraniegas ¿cómo lo hubieran tomado? Como mínimo me permito dudar: ¿los hubieran reprimido?, ¿o los hubieran considerado guardianes del valle?

Pero, ¿quiénes son estos tafinistos y tafinistas que se arrojaron el derecho de cerrar el paso?[1]

Adrián SOSA y Walter TOLABA, Tierra baldía. Performance (detalle). 2017. Fotografía: Jorge Elías Pérez. Lugar: Le Pasaje, Espacio cultural.

Ser tafinisto/a, -no taficeño/a -como se llama a los de la llanura, a los habitantes de Tafí Viejo-, significa haber nacido y crecido en los valles del Tafí, sin que ello suponga que todos son descendientes directos de los pueblos originarios, pero sí que en la construcción de la identidad “tafinistos/as” el pasado, de más de 2000 años se lleva, si no en la sangre, en el orgullo de pertenecer a estas montañas y valles. Dice Bárbara Manasse: “Se identifican como tucumanos y tucumanas, como argentinos y argentinas… pero también se sienten diferentes” (Manasse en Noli 2017). Sin embargo no es éste el discurso que circula, sino que el origen de la villa y de sus habitantes, los “lugareños” como son nombrados, se remiten a cuatro estancias, Los Cuartos, Las Carreras, La Banda y El Churqui. Arqueólogos, geógrafos, historiadores o escritores amantes del extenso valle de Tafí, dan cuenta de otros y remotos orígenes y, para su mejor comprensión, muestran que sus habitantes han atravesado cinco períodos: Tafí indígena, Tafí hispano criollo, Tafí jesuita, Tafí de estancias y azúcar, Tafí de turismo residencial. Cada momento cuenta historias que “siguen interpelando a la población del presente, no como vestigios sino como marcas identitarias recreadas por las distintas generaciones” (Estela Noli 2017, Introducción). Veamos:

El Tafí indígena: según descubrimientos arqueológicos recientes hace más de 7.500 años la gente habitaba los cerros del extremo noroeste del valle; las familias que vivían a 3.000 metros de altura ya habían explorado muy bien el territorio y lo habían asumido como propio.

“Los datos actuales nos permiten inferir, entonces, la existencia de familias que habrían habitado, en principio, espacios serranos de altura como los del infiernillo al noroeste del valle de Tafí. Su vida se ve plasmada en un basto territorio…” (Manasse, en Noli 2017). El valle, sus quebradas y cerros se fueron poblando antes de finalizar el primer milenio de la Era Cristiana; centenares de corrales, casas de piedras y otros refieren un nuevo modo de vida y “nuevos tiempos” ya en el segundo milenio de la Era Cristiana. Son los tiempos de las “piedras largas” o “huancas” (conocidos como “menhires”), los cuales, a pesar de la brutalidad de la que fueron objeto por los diferentes gobiernos, su profundo sentido y misterio aún habita en el corazón de tafinistos y tafinistas. Agrega Menasse: “Hoy podemos aseverar, por lo pronto, que el valle, en su acepción más abarcativa y afín a las percepciones actuales de la población tafinista, fue (y sigue siendo) lugar de los pueblos diaguitas”. Y más adelante: “Pero hay algo que es claro: el valle de Tafí se encontraba poblado al momento de la invasión española. En número de miles, las familias diaguitas habitaban todo el valle, algunas vinculadas de algún modo con el imperio inca y, luego, unos años después… lo intentarán con el avance español.” (Noli 2017).

Los españoles: la primera vez que ingresan los españoles al territorio – hoy tucumano -, fue en 1543 cuando pasaron por el valle de Tafí para luego bajar a la llanura. De esa entrada, los españoles mencionan indicios de sus gentes como viviendas, enceres de trabajo, cultivo, etc., pero también que no vieron a nadie; se supone, a partir de lo que lo españoles registraron, que los habitantes del valle estaban informados acerca de la llegada de esos hombres a caballo conducidos por guías incas y, al igual que habían hecho los vecinos de Yocavil, decidieron no dejarse ver. En menos de una década de aquel primer paso europeo por el valle, su gente pasó a constituirse como mano de obra compulsiva ya que la primera encomienda que implica a los tafíes data de 1552 y es precisamente en los documentos de entonces, donde los pobladores del valle son nombrados “tafíes”.

Los Jesuitas: en Tucumán la presencia de los jesuitas se consolida a partir de 1609 y en Tafí las posesiones de la orden son nombradas como corrales o como estancias. Su actividad fue especialmente ganadera, y después de su expulsión se contabilizaron 12.000 cabezas de ganado vacuno y, según cuentan, la comunidad indígena prefería trabajar para ellos antes que para los encomenderos. (Noli 2017).

Estancias y azúcar: Babot y Hocsman (Citadas por Patricia Arenas en Noli 2017), señalan que en el momento en que se remataron las propiedades de los jesuitas se configuró el mercado de tierras en Tafí. La organización de las estancias como unidades productivas y económicas condicionó las relaciones sociales “…mostrando una marcada línea que separa a las familias propietarias de la población local (…) (que) asociada de forma desigual con las estancias, han sido los principales actores de las demandas por el territorio. Hoy se suma a estas demandas la Comunidad Indígena Diaguita del Valle de Tafí.” (Arenas en Noli 2017). Al finalizar el siglo XIX había 6 estancias.

Adrián SOSA y Walter TOLABA, Tierra baldía. Performance (detalle). 2017. Fotografía: Jorge Elías Pérez. Lugar: Le Pasaje, Espacio cultural.

Sin entrar en detalles que no corresponden a los fines de este trabajo, podemos decir y, siempre siguiendo el libro que venimos citando, que los dueños de las estancias y los dueños de los surcos e ingenios azucareros eran las mismas familias, todas emparentadas las cuales, posteriormente, también detentarían el poder político.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX , los tafinistos y tafinistas, no sólo trabajaban en las estancias, sino que también bajaban a trabajar a la zafra haciendo una tremenda travesía que atravesaba ríos y selva. Sin extenderme en esto cito a Alicia Mónica Monroy que cuenta historias de esos viajes junto a otros de su niñez, por demás elocuentes.

“La caravana venía por el monte con la mula chasqueña que cargaba la harina, el azúcar, la yerba (…) El sendero era angosto y resbaloso (…) La Juanita su padre y otras familias que los acompañaban repechaban en las pobres y cansadas bestias. (…) Ese día había llovido torrencialmente y el río había juntado todas las aguas (…) Entre tranco y tranco salvaron los senderos abismales y las bestias jadeantes se enfrentaron al río. (…) -¡¡Metete!! Le gritó el padre a la hija (Juanita) luego de vadearlo él. (…) -¡No Tata, va muy mucho…! (…) ¡Metete, aflojale la rienda y taloniá ese animal!! (…) El animal no pudo mantener su resistencia y entró. (…) Una pisada falsa y un empellón de oleaje que arrastraba piedras tumbó al caballo y a la Juanita. Las turbias aguas envolvieron el cuerpo de la infeliz muchacha y el de su flete.” (“El Río” Monroy 2012).

Por supuesto la historia sigue. Hay más, mucho más ya que el cierre de ingenios y la dictadura golpearon duramente a tafinistos y tafinistas; pero baste lo que aquí refiero para mostrar que Tafí del Valle y su gente no surge de cuatro estancias del siglo XIX, sino de siglos y siglos de habitar valles y montañas, de sufrir apropiaciones de tierra y símbolos, de ser conscientes de la belleza casi mágica de sus paisajes y de su cielo. Entonces y sólo entonces es posible juzgar como legítima la acción de la tafinista Margarita Mamaní de cerrar la entrada al valle para resguardarlo del virus.

 

[1] En todo este breve trabajo tomamos como referencia el magnífico libro coordinado por Estela Noli sobre Tafí del Valle que consignamos en la bibliografía.

 

 Bibliografía

  • Estela Noli, (coordinadora) Historia del Municipio de Tafí del Valle, Colección Historia de los Municipios de Tucumán, Siglos XIX y XX. Ente Provincial Bicentenario Tucumán 2016, Gobierno de Tucumán, 2017.
  • Alicia Mónica Monroy, Historia de mi Pueblo, Edición del Autor, Tafí del Valle 2012.

 

Griselda Barale
Licenciada y Doctora en Filosofía por la UNT, docente en la carrera de Filosofía de la Facultad de FF y LL de esa universidad, directora del “Centro Interdisciplinario de Estudios sociales, culturales y filosóficos”, ha dirigido también programas y proyectos de investigación, así como tesis doctorales y de magister. Ha impartido cursos y charlas en diversas universidades del extranjero y publicado numerosos libros como “El kitsch estilo estético y/o modelo sociológico” (2004) o “El patrimonio olvidado” (2006).

 


Imagen de tapa: Adrián SOSA y Walter TOLABA, Tierra baldía. Performance (detalle). 2017. Fotografía: Jorge Elías Pérez. Lugar: Le Pasaje, Espacio cultural.


Adrián Sosa
Nació en 1994 en Monteros (Tucumán). Es Lic. en Artes Plásticas por la UNT, artista visual y docente. Realizó la Diplomatura en Gestión Cultural de la Universidad San Pablo-T, además de cursos y talleres con artistas como Agustín González Goytía, Verónica Meloni, entre otros. Participó de las residencias “El Pasaje” (Tucumán, 2017), “Casa de Piedra” (2020 Catamarca) y está seleccionado para la residencia “Bandera de agua II”, en Entre Ríos. Participó de las ferias MAC, Mercado de Arte y Galería “Le Pasage”. Con la curaduría de Belén Romero Gunset, en 2018 expuso en “Las Preguntas del Paisaje”, muestra colectiva en Espacio Tucumán de la Representación del Gobierno de Tucumán en la CABA.
Walter Tolaba
Nació en 1987 en Santa María (Catamarca). Es artista visual, estudiante avanzado de la carrera Licenciatura en Artes Plásticas de la UNT. Integrante del colectivo de artistas visuales Santamariano “Enfoque local”. En el campo de la producción artística participó de numerosas exposiciones individuales y colectivas y, entre otros premios obtenidos se destaca la Mención especial del Jurado en la categoría Instalación y Medios Audiovisuales de la 107 º edición del Salón Nacional de Artes Visuales (2018). Asistió al Taller “ENCRUCIJADA. Estrategias culturales como parte de la práctica artística”, dictado por la artista Claudia Fontes.

(Tierra baldía en https://vimeo.com/294269516)