¿RESPONSABILIDAD? Comunicar la crisis, en crisis.

¿RESPONSABILIDAD? Comunicar la crisis, en crisis.

¿RESPONSABILIDAD?

Comunicar la crisis, en crisis.

por Gabriel Torossi

 

Hoy asistimos, entre tanto desafío, a una problemática de gran complejidad: intentar definir el polisémico campo de la comunicación. Teorizar sobre las comunicaciones y analizarlas representan arduas tareas ya que los paradigmas, métodos, sendas y ciénagas del campo comunicativo parecen quedar “cortos” o “truncos” en los tiempos que corren.

Las teorías de la comunicación de vasta trayectoria académica en el campo de las ciencias sociales realizaron grandes aportes que nos marcaron caminos y abrieron ventanas para comprender y examinar los factores que integran un proceso comunicativo, principalmente los mediatizados.

Los debates eternos entre modernidades y posmodernidades, ahora se entrecruzan con el nuevo concepto de “posverdad”. La lógica del tiempo y del compromiso con lo “social” de las y los comunicadores en la práctica de sus profesiones, se vieron y se ven atravesadas por las lógicas contextuales de la inmediatez, generando discusiones y nuevas formas de investigación de las causas y de las consecuencias de la circulación de múltiples mensajes. En efecto, si algo le faltaba al campo de la comunicación, que está en constante efervescencia hace ya un par de décadas, es ser parte artífice y clave de la pandemia y de las políticas de cuarentena en casi todos los Estados nación del mundo. Sin duda, los desafíos de las vivencias de estos tiempos nos conducen indefectiblemente a hablar de las complejidades del ejercicio de la comunicación en una crisis sanitaria y económica mundial nunca antes vista, desde muchos aspectos. Hoy los spots, las campañas y los discursos gubernamentales, no son pensados sin antes establecer estrategias de comunicación. Los medios de comunicación clásicos y las redes sociales, en todas las plataformas constantemente ponen en evidencia estas políticas.

Este escrito intenta visibilizar las múltiples aristas y factores que podrían estar ocupando el desafío de comunicar en tiempos de una pandemia, donde las “ciencias” y las herramientas y técnicas de la comunicación están visibilizadas y enjuiciadas de modo casi permanente.

 

Pensar la praxis

Reflexionar sobre la tarea de las comunicadoras y los comunicadores, por lo general nos lleva a ubicarnos en la esfera de la producción y ejecución de notas, videos, entrevistas, noticias, etc. Este acento en la producción de mensajes puede entenderse en el marco de las formaciones que nos atraviesan y/o de las lógicas de las instituciones en las cuales trabajamos.

En nuestro medio, no resulta un dato menor que la carrera de la Tecnicatura y Licenciatura en Ciencias de la Comunicación sea dictada desde hace más de una década en la Facultad de Filosofía y Letras (UNT), y en varias instituciones de gestión privada, contribuyendo de esta forma a todas las “ramas” y profesiones “afines” que hacen al ejercicio transversal y multidisciplinario de la comunicación. Sin embargo, para los estudios de la comunicación que tienen bastante aceitados los procesos y los mecanismos de la producción y de la ejecución de las herramientas que se brindan en las distintas formaciones académicas, la recepción de los contenidos y los estudios de recepción, hoy plantean un gran abanico de preguntas y complejidades, que hoy no parecen tener respuestas inmediatas.

Toda práctica de recepción de un mensaje, en un texto, en un video o en cualquier “producto comunicacional” se ve articulado con una lógica de consumo.

Responsablemente o no, uno o una, elige qué consumir. Ahora bien, lo consumido ¿se erige y se construye en la responsabilidad? ¿Quedan posiciones éticas en las prácticas de las “ramas y herramientas” de la comunicación, en la publicidad y en el periodismo? ¿Cómo comunicar entendiendo la existencia y la supervivencia de la otredad, cuando el otro u otra puede ser el peligro mismo del contagio, del virus, o lamentablemente, el que piensa distinto?

Estas preguntas y muchas otras más son las que surgen al momento de leer, consumir y “vivir” los cientos y miles de mensajes que circulan sobre los temas que la pandemia y la política pusieron en agenda, no sólo desde el lugar de consumidor, sino también en el de productor de estos contenidos. “Científicos de la universidad tal o cual afirman que…” expresa cotidianamente el titular de algún portal digital de noticias. Hoy sabemos que estas distorsiones amenazan con convertirse en otra epidemia y combatirla y denunciarla es uno de los mayores retos que tenemos por delante, tanto en el ámbito público como privado. Es imperioso desarrollar estrategias para separar la paja del trigo, dialogando y construyendo consensos basados en la evidencia. Así lo afirma Nora Bär, periodista de ciencia, en el prólogo de “Pensar con otros. Una guía de supervivencia en tiempos de la posverdad”. No es casual el salto profundo en las palabras y en el tema porque la relación con este tipo de experiencias, lecturas y consumos podría ser la primera muestra de la cual poder partir para reconstruir discursos, no entendiendo estas muestras como enemigas, como errores que nunca hay que cometer o desde la posición ética de no reproducir este tipo de noticias o de información que carece de rigor científico, sino contemplando todas las estrategias ahí vertidas y construidas para su “eficiente viralización”.

Quienes tratamos de ejercer la comunicación desde un posicionamiento crítico, avalando criterios de la ciencia, militando el respeto por la vida, contemplando todas las otredades y en una situación sanitaria sumamente delicada, nos enfrentamos vertiginosamente con discursos carentes de todo tipo de racionalidad y de desprecio al respeto del bien común. Me refiero a los discursos que ponen en duda “las medidas de prevención contra el coronavirus”, “vacunas”, “políticas públicas sanitarias”, “estigmatización de lxs otrxs”, “punitivismo exacerbado y gatillo fácil”, etcétera.

Así pues, los comunicadores ¿nos tomamos el tiempo para pensar si lo que producimos llega a significarse en los mismos tiempos y de las mismas formas que estos mensajes estigmatizadores y desprestigiantes?

Son muchas las respuestas que se pueden proponer y los debates que pueden surgir, pero es menester aclarar que estas prácticas se “alimentan” en los tiempos de la posverdad, de la inmediatez de la circulación de los diversos mensajes, de las operaciones mediáticas y de la precarización laboral de los trabajadores de la comunicación. Efectivamente, la posverdad dificulta la aproximación al conocimiento construido en el consenso científico, acrecentando y creando confusiones, noticias falsas, mentiras y ocultamientos. Consumir notas, noticias periodísticas, tweets, imágenes, posicionamientos, comunicados y debates que, en cuestión de segundos agigantan la dificultad de profundizar en la realidad objetiva de los acontecimientos.

Pareciera no haber tiempo ni espacio para la comprobación de las evidencias de lo que estamos leyendo, consumiendo y decodificando pues la velocidad de transferencia de la información es muy alta, y siempre está allí, en las palmas de nuestras manos. Así, construimos consensos que muchas veces no existen y que no se concretan, y de los cuales quizás, sólo la industria cultural hace eco de eso. La hipermediatización y la hipercomunicación de la “cosa pública”, de la política y de los discursos políticos resumidos en caracteres que pueden estar alejados de las distintas realidades, estarían contribuyendo a la alimentación de las dicotomías simplistas y a discusiones eternas en donde los acuerdos no tienen lugar alguno.

Quizás el consenso no llegue en un futuro cercano. Ésta es una variable a tener en cuenta. Los interrogantes antes mencionados resultan claves para dilucidar si es necesario seguir hablando de grietas o de unidades que sólo tienen un objetivo electoral y partidario, y que, al cabo de las contiendas electorales, vuelven a perderse en las memorias colectivas.

Pensemos, en una tarea de tan solo unos segundos: ¿en qué punto nuestros productos, nuestros mensajes y nuestros escritos, ayudan y alimentan esa idea de “grieta” que tanto criticamos desde algunos posicionamientos ideológicos y políticos? Me sigo sorprendiendo cuando lo pienso y me pregunto: ¿por qué las carteras de salud eligen hacer muestra diaria y hasta casi por horas, eligiendo dispositivos comunicacionales como conferencias abiertas de prensa, para dar a conocer partes diarios de las situaciones epidemiológicas cuando, los audios de whatsapp y las noticias falsas son mucho más asimiladas, internalizadas y reproducidas? ¿Fallan las instituciones, las herramientas elegidas, los comunicadores o las políticas de la comunicación? ¿En qué punto falla la política? ¿La política gobierna la comunicación o la comunicación la política? Si la respuesta a esta última pregunta llegase a materializarse en cualquiera de las dos formas, ¿qué lugar ocupan los comunicadores, los periodistas, los trabajadores de prensa? Para tratar de responder estas cuestiones debemos tener en cuenta que no todo no puede ser leído desde las éticas de las profesiones. Las realidades materiales siempre terminan siendo más grandes.

 

Posicionamientos

Las últimas décadas vienen siendo protagonistas de grandes posicionamientos en la comunicación. Muchos periodistas tuvieron o sintieron que debían posicionarse en los grandes debates de la agenda pública y política, en temas tales como la campaña del aborto legal, seguro y gratuito, el gatillo fácil, la “justicia por mano propia”, entre otros. Más que posicionamientos, me animo a hablar de los “blanqueos” o explicaciones de los lugares desde donde se habla o se emite un mensaje social. Las redes colaboran con el desdibujamiento de esos límites que en los años 80 y 90 sólo eran evidenciados por las instituciones, mediáticas o no, que comunicaban. En cambio, hoy en día, son nuestros perfiles, nuestros nombres o nuestros Nicks quienes hablan. Ha dejado de existir aquél modelo lineal en el que los emisores de los mensajes tenían un “control casi unidireccional” de lo que emitían y producían para “dar en “el blanco perfecto y claramente estipulado”.

Internet con su “disolución de las masividades” acrecentó la horizontalidad de algunos procesos y momentos comunicacionales. Varios agrupamientos y colectivos políticos encontraron en el espacio digital el lugar ideal para la “materialización” de luchas y reclamos. Con este ejemplo abro el debate en el campo de quienes ejercemos la comunicación, porque, ¿cuál es el aporte en nuestras rutinas laborales y profesionales para escuchar, indagar y dar lugar a esas comunidades, grupos o actores que componen todas las realidades?

Pensar en las responsabilidades a la hora de emitir noticias o escribir mensajes es también mirarnos hacia adentro en el quehacer de nuestras profesiones. Propongo un acto de sinceramiento para que de la tarea de distinguir entre hechos y opiniones, se imponga sobre el deseo de querer expresas desde donde uno o una habla. Esto implica asumir que nuestros actos y mensajes también están sumergidos en la negación de otras verdades, asumiendo que, por el solo hecho de ejercer la comunicación o el periodismo, nuestra postura es la única portadora objetividad.

Consecuentemente, es un problema menospreciar creencias y opiniones de los demás, produciendo shows con noticias falsas y “operaciones” que son moneda corriente en los momentos de crisis, en donde también los colectivos sociales necesitan “creer en algo”. Es aquí donde deben darse nuestros debates y nuestros aportes, para que las convicciones no se basen en noticias falsas sino en el ejercicio crítico de asumir que existen múltiples realidades atravesadas por numerosos discursos, y que estos pueden convivir en los consensos que la política intenta crear para poder hacer de este momento de pandemia y aislamiento lo más digno y llevaderos posible.

 

 


Gabriel Torossi
Estudiante avanzado de Ciencias de la Comunicación, carrera que se dicta en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT., ayudante de Cátedra de Cultura y Comunicación e Historia de la Comunicación , trabajador de Prensa y Comunicación Institucional en la Municipalidad San Miguel de Tucumán y columnista de “Radio Ciudad”.

Imagen de tapa: ilustración de César Carrizo.