LA PANDEMIA
El stop en el devenir de la vida pública que significa la cuarentena conduce indefectiblemente a la incertidumbre y la transformación de todas nuestras prácticas sociales y no siempre de manera positiva. El aislamiento social ha puesto en evidencia de manera más cruda las diferencias de género y la necesidad de construir desde el Estado una agenda que atienda a las desigualdades que resultan de esta problemática aún no resuelta a pesar de los logros y avances de los feminismos. Ana Falú reflexiona en este ensayo acerca de la emergencia de asumir una actitud de alerta solidaria (en cursiva) y responsable en materia de violencias y de todas las acciones reproducidas sobre las matrices de los discursos del patriarcado.
LA PANDEMIA
Incertidumbres, violencias, cuidados y género[1]
Por Ana Falú
Marzo, 27 de 2020
El consenso social humanitario es absoluto: ante la pandemia lo central es la gente. Sin embargo, “la gente” resulta una categoría neutra, insuficiente para pensar en la diversidad de las personas que la conforman. Por esta razón, esta neutralidad que venimos interpelando demanda pensar políticas en clave feminista para poner en el centro de la agenda de emergencia a la desigualdad y a las mujeres y así poder comprender que esta pandemia no golpea a tod@s por igual. Es que en tiempos de epidemia y de incertidumbre, las violencias contra las mujeres baten récords pues muchas se hallan encerradas con sus maltratadores teniendo como agravante el hecho de que con frecuencia son integrantes de la primera línea de atención sanitaria.
Dos condiciones son necesarias para este análisis: la primera es el reconocimiento del impacto desigual y la importancia de reconocer esa desigualdad en el centro de las agendas y acciones de emergencia; la segunda es el examen de esta desigualdad en sus distintas identidades y vivencias y en éstas, a las mujeres y las intersecciones que las atraviesan. Consecuentemente, es imperante exigir que las acciones y políticas de la emergencia contemplen sus problemáticas.
En CISCSA[2] estamos convencidas acerca de la necesidad de potenciar la solidaridad, lo colectivo y las redes comunitarias porque enfrentamos un fenómeno que se expresa con más virulencia en las ciudades y más aún en los grandes aglomerados, allí donde formamos parte de las tramas urbanas con sus desigualdades obscenas, allí donde somos parte del tejido social y diverso. Transitar esta emergencia pavorosa del COVID-19 nos interpela como sociedad local y global.
Nos hallamos ante ciudades fragmentadas y desiguales en las que los territorios de extensión de pobreza se presentan como un mundo paralelo, con sus condiciones de hábitat deterioradas, sus carencias de servicios, de equipamientos y de accesibilidad, exponiendo a la población a mayor vulnerabilidad frente a la pandemia. Porque para quedarse en casa, hay que tener una casa y para lavarse las manos frecuentemente, es necesario tener acceso al agua potable.
En su artículo “El capitalismo tiene sus límites”, Judith Butler[3] se refiere a la desigualdad y, preocupada por el aislamiento obligatorio, plantea que el virus no discrimina, pero sí lo hacen los humanos como resultado de “los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo”. -por mi parte, considero pertinente incluir en esta lista al patriarcado-. Butler afirma que el virus se mueve y ataca demostrando que toda la comunidad humana es igualmente frágil. Sin embargo, no toda la sociedad recibe igual interés por lo que no sorprende que las mujeres y disidencias no reciban igual atención y asistamos así a una nueva reproducción de poderes en este nuevo contexto de emergencia sanitaria global. En efecto, no todas las personas experimentan de igual manera el encierro de la cuarentena a la que nos que obliga la pandemia.
El aislamiento social agrava las situaciones de violencia generando desigualdades en los riesgos que viven mujeres y niñas/os en entornos cerrados. Sabemos que las violencias machistas son más frecuentes puertas adentro, potenciándose en situaciones de crisis. En estos momentos más que nunca es necesario estar alertas y cuidarnos en el vecindario, en el barrio, en el seno de cada familia. La ciudad silenciosa nos permite escuchar con mayor nitidez los sonidos extraños, los golpes y los gritos. Entonces, es importante promover la alerta solidaria, la “tolerancia cero” a las violencias contra las mujeres, contra la infancia y contra los adultos mayores. Cuidarnos es comenzar por cuidar nuestros primeros territorios que son nuestros propios cuerpos pero, para “cuidar nuestros cuerpos”, es necesaria la condena y la alerta colectiva ante la vulneración de derechos, ante las feroces violencias que llegan al feminicidio, la expresión más extrema del patriarcado y la dueñidad. En paralelo, no debemos plegarnos a la actitud de control autoritario, de la vigilancia presta a denunciar al vecino que tose, al que saca a pasear al perro más allá de lo prudente, a ese control ciudadano construido más sobre el concepto de vigilancia y castigo, que sobre los verdaderamente violentos.
El virus ataca a tod@s, sin embargo son las mujeres las que asumen a su cargo el cuidado de otr@s. Enfermeras, maestras, trabajadoras domésticas, farmacéuticas, jefas de hogares monoparentales, gestoras de comedores barriales, siempre atentas a las necesidades colectivas y a cargo de sus hogares, del cuidado de las familias, de la infancia, de los adultos mayores o de personas con discapacidad. Postergándose a sí mismas por cuidar de los demás, estas mujeres cuidadoras, se encuentran a su vez en situaciones de enorme desigualdad ya que trabajan más horas ganando salarios siempre menores, al tiempo que son invisibilizadas y devaluadas, mientras continúan hacinadas en espacios degradados o en las periferias urbanas olvidadas. En efecto, al interior del colectivo de mujeres no somos todas iguales ya que no sólo hay diferencias económicas y sociales, sino etarias, étnicas, raciales y físicas, todas las cuales constituirán nuevos impactos diferenciales en el marco de la pandemia. Por esta razón es importante que en la toma de medidas y acciones para enfrentarla, no confundamos la interseccionalidad con una interpretación de la diversidad que subsuma al género en un larga lista de potenciales rasgos de discriminación que terminen por difuminar la especificidad de las desigualdades entre hombres y mujeres (Sánchez de Madariaga, 2020). Dado que la mayoría de las mujeres obtiene sus ingresos en el mercado informal, entre las intersecciones que nos atraviesan, la económica juega un rol decisivo. Si no trabajan no comen. Imaginemos por un momento la situación de hogares con niños/as con hambre, con adolescentes aburridos, demandantes y violentos. Familias bajo la responsabilidad única de mujeres, hogares monoparentales que se acrecientan en todas las comunidades, lo hacen aún más bajo situación de pobreza.
Además, cuando lo consiguen, en la mayoría de los hogares ensamblados las mujeres son las que sostienen el equilibrio de los vínculos, así como el cuidado y las tareas domésticas. En el encierro, se multiplican las situaciones de tensión permanente. Entonces, ¿de qué manera incluir en las campañas de prevención contra la pandemia, el concepto de corresponsabilidad, ayudando a generar respeto, apreciando el trabajo doméstico y poniendo en valor la cooperación? Tengan o no hijos/as, las mujeres son las cuidadoras por excelencia y paradójicamente, son ellas las que, desde sus resistencias individuales y colectivas, han sido y son también los agentes del cambio. Su tenacidad y resiliencia en los momentos de crisis las empodera transformando las relaciones de dominio ancestralmente establecidas. Así, sólo corriendo riesgos y transgrediendo mandatos las mujeres han podido construido sus derechos en medio de décadas de neoliberalismo, de neocolonialismo, de autoritarismo, de patriarcado, de iglesias comportándose como partidos políticos, centradas en demonizar las conquistas y los derechos ganados por el feminismo. Perversas combinaciones.
Frente a todas estas afirmaciones, cabe preguntarnos, ¿qué nos espera en la postpandemia? ¿Cómo reorganizar esas vidas que, casi en caída libre, han perdido su curso? La fórmula dominante parece ser el regreso de un Estado fortalecido con mayores aportes para la inclusión social en clave de género. Asimismo ante la crisis económica se avizoran distintas miradas. Alicia Bárcena, Secretaria de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) reflexiona sobre el modelo de desarrollo que resultará de esta crisis señalando que “si continúa el capitalismo, muy bien, pero que sea un capitalismo diferente, un capitalismo mucho más inclusivo, mucho más sostenible”.
La CEPAL había estimado que en 2020 América Latina crecería un 1.3%. Sin embargo con la crisis del coronavirus, hoy se calcula una caída del 1.8%, quizás aún mayor. Entonces, ¿cuánta repercusión tendrán los más de 10 puntos porcentuales en los cuáles puede incrementarse el desempleo en el colectivo de las mujeres, que ya es el más pobre?
Diferentes miradas contribuyen a reflexionar permitiendo el surgimiento de un consenso: es clave hoy poner en el centro de las agendas de los gobiernos a
la inclusión social y de género, para paliar la pandemia que hoy nos azota, con políticas que tengan un sentido de justicia social tal, que no deje a nadie en la exclusión.
[1] Versión revisada del mismo texto oublicado por la Fundación Heinrich Böll. nhttps://cl.boell.org/es
[2] CISCSA es una ONG fundada en 1985 enfocada en el derecho a la ciudad desde una mirada de género.
[3] Butler, Judith, publicado en Verso Books, 30 de marzo de 2020.
Imagen de tapa: Evi TÁRTARI, Horizonte. Fotografía digital full color. Medidas variables. 2012