La Hermandad (Martín Falci, 2019)

La Hermandad (Martín Falci, 2019)

Chupetines en el barro y el secuestro de Messi

(para entender, hay que verla)

Por Patricia Salazar

 

“Tenés siete años para aprovechar al máximo lo que te da el colegio. ¿Los vas a aprovechar?”, le pregunta un alumno de los últimos años del Gymnasium a un nene de quinto grado, mientras lo abraza fuertemente. Con lágrimas en los ojos, temblando de emoción y con voz trémula, el nene contesta “Sí”. Es una de las escenas finales de La Hermandad, la fascinante película del joven cineasta tucumano Martín Falci, estrenada el sábado pasado en el marco del Festival Tucumán Cine 2019, en un teatro Caviglia totalmente colmado y expectante.

Captura de Pantalla de LA HERMANDAD. Gentileza Martín Falci.

La ópera prima de Falci es una descripción intensa y reveladora del mítico Campamento que los alumnos del Gymnasium de la UNT organizan todos los años a modo de bautismo de los niños de 5º grado, aquellos que están al borde de abandonar el territorio inocente – en general-, de la infancia, para entrar en el complejo y a veces oscuro mundo de la adolescencia. En esos diez días que dura el campamento, los chicos, “tutoriados” por alumnos mayores, realizan todo tipo de actividades deportivas y lúdicas al aire libre, duermen en carpas, hacen fogones, reflexionan, cantan consignas, se pelean, comen capelletinis con salsa, desarrollan una cierta adicción a los chupetines, profieren toneladas de improperios en tucumano básico o cuentan chistes escatológicos, y todo, sin la presencia de ningún adulto. Desde ahí, La Hermandad es un relato iniciático, de separación de los niños de sus padres y maestros, y de convivencia cotidiana con sus casi “hermanos mayores”, esos adolescentes al borde de la adultez que asumen los roles de cuidadores o “jefes” durante los diez días del Campamento.

La película de MF es además, y sobre todo, una reflexión profunda sobre la construcción de la identidad masculina, primero, y sobre el ejercicio del poder, en segundo término. Las escenas en que los tutores ordenan a los niños revolcarse en el barro y competir entre ellos hasta que gane el más fuerte, son casi militares, con una gran carga de agresión, a pesar de la orden dada por los tutores de no ejercer violencia en ningún caso, a raíz de la muerte de un alumno del colegio durante un terrible altercado con alumnos de otros colegios, en los días previos al Campamento. Sin embargo, los mismos jóvenes que establecen ese código no son capaces de cumplirlo. En un momento, los tutores dan golpes a los chicos con un flotador, y aunque quizás esto podría verse como algo “divertido”, finalmente resulta bastante violento. Los niños no parecen felices de participar en algunas contiendas sino que más bien las padecen. Pero esas escenas que repelen al espectador, son inmediatamente seguidas por el tierno relato de los pequeños luchadores del barro ante sus pares, fascinados por los combates para los que no fueron elegidos o a los que se negaron a participar, quizás por temor. El plano de un niño que permanece solo y algo enfermo, sentado en su carpa, es acaso la evidencia de que no todos disfrutan con estas lides de exacerbación de la masculinidad, tradiciones históricas que son un sello de los colegios universitarios, ya que tanto el Gymnasium, como el Instituto Técnico – y también la Escuela Sarmiento, con mayoría de alumnas mujeres, por lo que es un caso diferente- poseen el rito anual del Campamento y el juego del Zorro, una competencia adrenalínica que mantiene a los niños en vilo todas las noches.

Captura de Pantalla de LA HERMANDAD. Gentileza Martín Falci.

Esa ambigüedad del film es lo que lo vuelve atractivo: no toma partido, no baja línea, no pontifica ni denuncia. Simplemente, Falci filma, muestra, describe, cuenta lo que ha visto. Que no exista en la película la voz en off, pecado mortal de muchos documentales antropológicos, es uno de los enormes aciertos de La Hermandad. Como también lo es la fotografía, impecable, de planos generales muy bellos que incluyen el paisaje, la multitud de carpas azules y los niños corriendo detrás del Zorro, o de planos cortos, con los rostros hermosamente infantiles de los “protagonistas”, diez niños seleccionados por el director previamente, mediante una especie de casting no convencional. Excelente la decisión de Falci de que los niños no fueran informados que las cámaras y la acción se centrarían sobre ellos. Eso hizo posible que la espontaneidad de los chicos, su desenfado al hablar y moverse dentro del plano, le dieran frescura y constantes toques de humor al film.

La bella música original de Pedro Onetto acentúa los climas que las imágenes proponen y le da un tono nostálgico al relato, quizás el tono que el director quiso para su racconto personal. Porque Falci experimentó en su niñez las mismas cosas que los pequeños protagonistas: un Martín Falci niño está presente en los rostros de los diez niños elegidos para personificarlo.

Captura de Pantalla de LA HERMANDAD. Gentileza Martín Falci.

En una época de feminismo intenso y revolucionario en el mundo y especialmente en Argentina, a raíz principalmente de las luchas por el aborto legal iniciadas el año pasado, es un tanto extraño que surja una película que, justamente, fotografía la construcción de la identidad masculina desde la infancia, basada en juegos violentos y prácticas de dominación del otro. Pero nada es casual, ni aquí ni allá ni en ninguna parte. Cuando la película termina, leemos en la pantalla que ése fue el último campamento sólo de varones, porque al año siguiente el Gymnasium Universitario incorporó alumnas mujeres, después de un arduo debate en que el colegio demostró no ser tan “experimental” ni tan progresista como se suponía (así se denominan las escuelas secundarias de la Universidad Nacional de Tucumán: escuelas experimentales, o sea, lo que originalmente fueron, y no precisamente hasta el infinito y más allá), ya que la mayor parte de los alumnos, más muchos padres y parte de los docentes, se resistían a que la institución abriera sus puertas a las niñas tucumanas. “El último campamento sólo de varones”. Una frase un poco melancólica que incluye un final, el cierre de un ciclo, el paso a lo nuevo y distinto. Tal vez esa resistencia a la integración de niñas era más el miedo al opuesto y diferente que el intento de conservar las tradiciones. La Hermandad termina así: despidiendo, de alguna manera, a esas maneras tan propias del patriarcado de criar a sus hijos. No sabemos cómo es ahora el Campamento anual del Gymnasium. Y ni siquiera necesitamos saberlo. Seguramente ha cambiado…. Pero qué bueno que el colegio se haya vuelto inclusivo. Qué bueno que ahora haya niñas y jovencitas caminando y charlando en sus patios, junto a los varones. Y qué bueno que Martín Falci haya hecho esta película y nosotros la hayamos visto, sintiéndonos, por momentos, indignados, y por otros, conmovidos, viendo a los nenes de 5º grado abrazarse entre llantos con sus tutores y cuidadores, por lo vivido en esos diez días llenos de contradicciones constantes y aprendizajes veloces.

Después de la revolución feminista, nada debe volver a ser lo mismo. Después de La Hermandad, los modos del patriarcado enquistado en los colegios universitarios de Tucumán tiene que empezar a caer. Porque de nada sirve el arte si no hay una posterior transformación de la realidad. Hacía falta una mirada como ésta. Una que, sin palabras pero con potentes imágenes, diga lo que debía ser dicho desde hace mucho tiempo.

 

 

Patricia Salazar
Cantante, militante, aprendiente.

Imagen de tapa: Captura de Pantalla de LA HERMANDAD. Gentileza Martín Falci.