Racismos

Racismos

El equipo de trabajo de SinMiga deseaba posicionarse frente al actual debate suscitado acerca del racismo. Por eso, Paula Storni y Carlota Beltrame hoy presentan reflexiones muy distintas en estilo, pero muy cercanas a la vez al hablar de “racismos”, en plural, reconsiderando desde los complejos entrecruzamientos culturales locales una problemática que, lamentablemente, no ha perdido actualidad alguna.

 

 

Provincializar el racismo [1]

por Paula Storni

 

El sentido común nos lleva a creer que en el mundo hay seres humanos blancos, mestizos, negros, indios. No los hay. Nosotros vemos como blancos o negros a individuos que en realidad no lo son […] En el transcurso de nuestra vida social adquirimos un lenguaje que clasifica cosas y personas. Y cuando vemos cosas y personas deseamos que encajen en esas palabras. Si logramos que encajen es porque no pensamos en el procedimiento.

Alejandro Grimson, Los límites de la cultura[2]

 

Hace ya tiempo, en una entrevista para el diario Clarín de 2013 titulada “El racismo es un problema serio en nuestro país”[3] Alejandro Grimson ponía sobre el tapete una dificultad de la que, pareciera, aún falta mucho por debatir y aprender. En este texto el autor se refería especialmente a la discriminación que los migrantes de países vecinos sufren en nuestro país y denunciaba entonces la existencia de una falsa moral que permite al mismo la movilización por el racismo de los afroamericanos en Estados Unidos y la indiferencia frente a las desigualdades en los tratamientos de “lo otro” en nuestras tierras. El antropólogo asociaba esta contradicción aquello de identificarnos naturalmente con lo europeo y en ese entonces señalaba que, a diferencia de otros países, si bien el racismo en nuestro país era un problema serio, no llegaba a los extremos de violencia o persecución sistemática de otras latitudes. Pero claro, en este caso puntual Grimson se refería a la discriminación de nuestros hermanos bolivianos, paraguayos, peruanos y no a las formas discriminatorias racistas locales, podría decirse: del pobre, del negro, del villero (“el villa” en nuestros usos), del indio aunque reconocía que los gentilicios (“bolita”, “paragua”, etc.) son utilizados a menudo para hacer referencia y marcar distinciones con “esos que no son como uno”, en términos de clase, nivel económico o color de piel. En este sentido y para llamar a las cosas por su nombre, en un medio local, Bruno Bazán escribió recientemente una nota en la que reubica y relocaliza la problemática del racismo en nuestra realidad más cotidiana cuando se discrimina lo que el autor denomina al “marrón”, es decir, al no-blanco.

Estas notas distanciadas temporalmente resultan interesantes para reflexionar acerca de los hechos ocurridos hace unos pocos días. EE.UU.: el 25 de mayo, George Floyd un ciudadano afroamericano es asesinado en Minnesota por la policía estadounidense. Unos días antes, el 22 de mayo más precisamente, el cuerpo de Luis Armando Espinoza, obrero rural tucumano es encontrado tras una semana de desaparición. Había sido asesinado por un miembro de la policía tucumana. Si bien los medios se hicieron voceros de ambos hechos, el tratamiento y las reacciones locales fueron desiguales. La respuesta frente a la muerte de Floyd mostró posiciones de mayor indignación y solidaridad que aquellas frente a la muerte de Espinoza. Al mismo tiempo, en las redes sociales ciertos sectores más progresistas visibilizaron y denunciaron los desiguales efectos frente a la injusticia de ambos hechos.

 

El racismo o los racismos: ¿somos todos iguales?

Muchos de los formados en alguna línea de las Ciencias Sociales sabemos hoy que la problemática del racismo sobre la que hemos realizado lecturas y análisis varios, parten en su mayoría de la categoría “racismo” asociada a prácticas de discriminación de blancos hacia otras comunidades no blancas. No me refiero aquí de manera exclusiva las prácticas discriminatorias más concretas sino a la categoría teórica misma, al modo en que hemos aprendido los estudiosos y académicos acerca del racismo y también al modo en que lo hemos enseñado. En la escuela incluso históricamente, los ejemplos utilizados son, hasta ahora, los mismos, desde hace ya tiempo: la esclavitud (norteamericana especialmente), el Holocausto o la Conquista de América. Es decir que, lo que tradicionalmente hemos aprendido como una forma universal del racismo, es sólo una modalidad posible, por lo general vinculada a lo europeo, y que adquiere sentidos localizados y significaciones situadas históricamente. Desde nuestra formación occidental hemos internalizado una concepción de racismo que responde sólo parcialmente a la compleja realidad discriminatoria en nuestra historia. Según Teun Van Dijk la diferencia entre las formas del racismo europeo y las latinoamericanas se vincula al hecho de que en el primer caso se trata de una diferencia de los pueblos hacia los inmigrantes mientras que en América Latina el problema se hace más complejo por los procesos de mestizaje y entonces “ no es una cuestión de blancos contra negros e indígenas sino un sistema en que la dominación se ejerce por una jerarquía de color, de clase y de cultura” aunque, por supuesto, las formas que toma la problemática se tornan diferentes en cada país de nuestro continente.

Gabriel CHAILE, El mejor retrato. Acuarela sobre hoja arrancada del libro “El principito”. 25 x 15 cm. 2007

Si decidimos seguir haciendo uso de la categoría racismo a falta de otra, deberemos, al menos, pensar el término en plural: los racismos. El plural conduce indefectiblemente a la aceptación de que los sentidos localizados a las que nos referíamos antes existen efectivamente. Esta afirmación no debe hacer suponer como consecuencia única que el racismo estadounidense no es igual al racismo argentino sino que también el racismo en Buenos Aires y en Tucumán no es homogéneo, como tampoco los son las modalidades del mismo en San Miguel de Tucumán o en Tafí Viejo, para dar sólo un ejemplo. De lo que se trata en última instancia es de desprender la cuestión del racismo del concepto de raza y como un problema de jerarquización entre las mismas. Es urgente asumir esta categoría en tanto prácticas de abuso, poder y dominación ejercidos desde ciertas comunidades hegemónicas hacia otras no hegemónicas.

Cabe aclarar que el plural, “los racismos, no debe tan sólo entenderse como una cuestión de aceptación de lo local en términos territoriales o geográficos. La metáfora de la “provincialización” puede conducir a este malentendido. El problema se torna más complejo en cuanto abordamos la multiplicidad de entrecruzamientos posibles que pueden darse en la realidad. Entra en juego aquí la cuestión histórica y lo que Grimson llama la radicalidad contextual: el aquí y el ahora de una coyuntura que “activa” en un momento determinado ciertas formas de racismo diferentes a otras producidas por los mismos grupos en otros contextos. Del mismo modo podemos preguntarnos por qué una misma acción repetida lamentablemente hace ya tiempo en la historia como lo es la violencia policial hacia los sectores sociales más vulnerables puede generar fuertes reacciones de repudio en un momento y no en otro, ¿Qué formas de identificaciones o sentidos de pertenencia de entrecruzan en cada coyuntura? La comprensión de estos cruces, ¿no llevaría a una mayor y mejor comprensión de cómo operan los saberes prácticos o los sentidos comunes en casos de racismos? ¿Ésta comprensión, no permitiría desanclar lo sedimentado para volver a construir explicaciones que sean útiles para transformaciones sustantivas de nuestras sociedades intolerantes a la diversidad cultural?

Por último, se hace necesario incorporar en nuestro sentido común la idea de que los microrracismos o las formas de racismo más cotidiano no son más inocentes que las manifestaciones más visibles y aparentemente más crudas del racismo como el llamado “racismo político” (como si las formas del racismo más invisible no fueran políticas, en algún sentido). Por el contrario, interrogar a otro acerca de su procedencia por la fachada étnica (color de piel, modo de hablar, vestimenta, aspecto, etc.), tratar a alguien como menos inteligente, catalogar de sospechoso o amenazante a otro, no compartir espacios comunes con otros, etc., resultan conductas que moldean, sostienen y hacen reproducir las formas de racismo más visiblemente violentas. Las muertes de Floyd y Espinoza no hubieran sido posibles sin estas formas cotidianas de discriminación. No sólo los asesinó la policía. Seguramente estas víctimas como tantas otras vivían de manera casi naturalizada manifestaciones cotidianas de desprecio, temor o asco hacia ellos en sus entornos sociales más amplios.

Lo que se evidencia en estos casos es la supuesta superioridad de un grupo dominante sobre otros. Esta aparece asociada a formas de distinción entre aquello que se supone legítimo y aquello que no. Lo que parece estar en juego de manera constante es la lucha por la conservación de lo que se supone propio por derecho, esto es, la posesión de ciertos recursos: espacios públicos, trabajo, vivienda, salud, etc.

 

Las desiguales reacciones

Probablemente resulte más fácil elaborar hipótesis que expliquen aquellas formas del racismo provenientes de sectores de derecha, en una suerte de coherencia ideológica, igualmente injustificada, por supuesto. Lo llamativo aparece cuando se visibilizan formas de discriminación o racismo más o menos encubiertas desde sectores que afirman respetar la diversidad y la igualdad de derechos de todos los ciudadanos cualquiera sea su origen, identidad racial, social, sexual, edad, identidad de clase, género, etc. En estos casos, la noción de configuración cultural resulta operativa para, al menos, producir hipótesis acerca del funcionamiento de estas dinámicas contradictorias. Una configuración cultural es ante todo, un universo heterogéneo y conflictivo donde las diferencias se encuentran sedimentadas y organizadas de alguna manera. Implica siempre una trama simbólica común en la que las categorías clasificatorias (negro, norteño, interior, centro, villa) son compartidas aunque los sentidos que les otorgamos a las mismas no son compartidos del mismo modo. A diferencia del modo en que solemos pensar las culturas, como una sumatoria de rasgos compartidos de manera homogénea, las configuraciones al ser dinámicas y heterogéneas dan lugar a cruces y articulaciones diversas y complejas. Esta complejidad de su funcionamiento permite explicar la existencia de feministas, “zurdos”, progresistas o “peronchos” racistas. El racismo así entendido es una cuestión que trasciende la raza y la clase social hoy y atraviesa los sentidos comunes de los sectores aparentemente más democráticos y defensores de los derechos de alguna comunidad específica y no de otra.

 

Un cierre que abre

La reflexión que aquí presentada invita a seguir interrogándonos sobre las categorías que usamos en intentos de explicación sobre el funcionamiento del mundo social contemporáneo. De ninguna manera obstruye nuevas lecturas y preguntas, aunque sí invita a repensar críticamente todo el aparato teórico sobre el que se estructuran nuestras formaciones. Considero que sólo desde este ejercicio de deconstrucción podremos pensar en nuevas herramientas conceptuales que permitan nuevas educaciones, nuevas formaciones y nuevos aprendizajes en nuestras formas de estar con los otros.

 

 

[1] En el título se hace referencia a la obra “Provincializar Europa” de Dipesh Chakravarty, historiador indio fundador de la línea de los llamados estudios subalternos. En ella propone que algunas ideas que han surgido en Europa como democracia, libertad, igualdad o derechos, son concebidas como universales cuando en realidad son tan locales y situadas como cualquier otra (o al menos deberían ser concebidas de esta forma) Incluiría en esta línea la categoría racismo o raza, como se ve luego en el desarrollo del artículo.

[2] Grimson, Alejandro (2011): Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad. Siglo XXI. Bs. As.

[3] https://www.clarin.com/historia/alejandro-grimson-entrevista_0_B1RteArjPQx.html

 


RACISMOS DE PUEBLO

por Carlota Beltrame

Southern trees bear a strange fruit
Blood on the leaves and blood at the root
(…)
Here is a strange and bitter crop.

Abel Meeropol

 

Criada en un pueblo del norte argentino como soy, durante toda mi infancia escuché comentarios racistas sobre los “matacos”, sobre los “turcos” o sobre los collas. Con su pulcritud, minimalismo y sobriedad nórdicas, mi casa gringa, en la que durante las horas de relax sólo se escuchaba música académica, se hallaba como suspendida en un mundo variopinto, lleno de olores, colores, sabores y sonidos estridentes y contrastantes al que se resistía a integrarse. Algo sin embargo nos hizo sentir empatía hacia don Hilario, el qom[4] harapiento que hacía las veces de jardinero en esa casa añorada, hacia el simpatiquísimo sirio dueño de un supermercado al frente o hacia el paupérrimo pobladío boliviano de la frontera que, como tantos, visitábamos con frecuencia para comprar productos “importados” (¡oh!). Ni qué decir del eterno intendente peronista que terminó por ponerle el nombre de nuestra estricta pero solidaria madre, a una calle polvorienta de aquél pueblo, ahora devenido ciudad.

Sandro PEREIRA, Alcancía. Yeso policromado. 1997

Hace unos pocos años, volví a ver aquél estreno del “Cine Teatro Tartagal” que tanto me había impactado y que ahora me parece un bodrio ingenuo. “¿Sabes quién viene a cenar?”[5], se llamaba la película. El nombre ya connota un prejuicio inocultable pues hace presuponer que un “fenómeno” cenará con nosotros. Pero lo peor era la reacción ante aquella pregunta, y que yo advertía entre muchos adultos. – “El negro espantoso”-, respondían entre risitas. Demasiado tarde porque, enamoradiza como era, ya me había rendido ante Sidney Poitier y me parecía de ensueño el furtivo beso con la chica blanca que el chofer de un taxi espiaba por el espejo retrovisor. Mis hermanos tendrán sus propias impresiones que contar, pero lo cierto es que los tres amamos el recuerdo de nuestro pediatra porteño en cuyo consultorio se agolpaban las mujeres wichís o las gitanas para llevarle sus hijitos panzones y que no tuvo reparos en adoptar a uno de esos niños con quien jugamos gran parte de nuestra infancia. Sin embargo, hoy corroboro que (y por eso mismo) el fenómeno de la racialización existe conforme los cuerpos son más y más lejanos, y en tanto son distantes, más se los desprecia y explota; tal el efecto de la concepción de “raza” que, naturalmente, sirve de excusas para la dominación porque las sociedades, por liberales que se sientan, siempre se las arreglan para explotar y descargar su violencia sobre algún grupo humano que las integre. A pesar de ello, el personaje afroamericano de “¿Sabes quién viene a cenar?”, sorteando la distancia que surge de su color de piel, se aproxima al espectador merced a la pertenencia a una clase social que le ha permitido llegar a ser médico en un país como EE.UU., y no al respeto por su humanidad, cualquiera fuese su condición. Hoy comprendo que ocurría lo mismo con el hijo de aquél recordado pediatra, nuestro amigo wichí, a quien nuestras madres habían calculado la edad viéndolo jugar conmigo.

Mucho más cerca de mi familia incluso (por no decir dentro) en tiempos no muy lejanos escuché decir que los únicos judíos de los que tengo noticias en Tartagal, tenían la virtud de no haber hecho sentir nunca a nadie su condición de tales. Tardé nos minutos en advertir, que la mujer que así reflexionaba no había pensado que ella y el pueblo todo, sí les habían impuesto su obcecado catolicismo sin vuelo, en cada fiesta patronal, en cada Semana del Señor del Milagro. Más cabalmente comprendí el aislamiento en la práctica casi secreta de su identidad religiosa, cuando ya en Tucumán tuve referencias de un miembro de esa familia que aquí estudiaba, y que se reconocía fascinado de poder asistir a una sinagoga y de ¡por fin! poder concelebrar sus ritos entre sus pares.

Rita Segato dice que la raza tiene menos que ver con el color de la piel que con el lugar en donde el ojo público nos coloca. Por eso, más que con la forma en que nos autopercibimos, la raza se relaciona con la manera en la que nos perciben los otros. Así, por mucho que, en razón de nuestra “blancura” nos arroguemos el derecho al desprecio por el lugar que nos da de comer porque está lleno de indios, de ignorantes, de pobres, de migrantes, de criollos o de negros; con un poquito de perspicacia descubriremos que siempre somos el indio, el ignorante, el pobre, el migrante, el criollo o el negro de alguien que, a su vez, se autopercibe en un lugar más elevado porque aquél ojo público, le ha otorgado ese “derecho” (estoy pensado en el exabrupto acerca de la familia “blanca, hermosa y pura” de un ex mandatario con el que, en 2016, una presentadora humilló y ofendió a sus televidentes, en especial a aquellos cuyas escenas familiares no se encuentran dentro de la heteronormatividad instituida)[6].

Al cuerpo del Otro amenazante se le confiere también una naturaleza-otra para justificar nuestra primitiva voluntad segregatoria, o bien se le exige maquillarse como a un “igual”, a fin de aceptar que sólo a partir de esta violencia impuesta, seremos capaces de incluirlo entre los “nuestros”. Necesitamos asignar esta operación perversa porque la Otredad supone la conciencia de algo que no poseemos y consecuentemente, nos obliga a conceder que son defectuosos nuestros preconceptos de identidad heredados, los cuales, en tanto propios, consideramos indiscutibles e inmutables. No hay sin embargo una sola idea de lo Otro, sino al menos dos, aunque en mi opinión, existe además una tercera. Veamos:

Por un lado el “Otro absoluto” que encarna la fascinación que sentimos por personajes “blancos, hermosos, puros” y por eso mismo exitosos, generalmente debido a alguna de las obscenas malformaciones del mundo capitalista; gentes del glamour que nos eclipsan con su polvo de estrellas y a los que envidiamos, pero no tememos porque su diferencia se confunde con el deseo. En la antípoda, el “Otro que duele”, en el que depositamos la fantasía de sujetos culturalmente opuestos de acuerdo con parámetros claramente detectables que éstos encarnan para nuestra incomodidad. Algo nos enrostra su diferencia con una fuerza tal, que nos hace sentir profundamente amenazados debido a un esquema maniqueo en el que lo distinto es anulado por la ignorancia y la incomprensión. Por último nos encontramos con una Otredad cuya diferencia se anula porque logramos imponerle nuestras pautas culturales, no menos prejuiciosas por cierto, a fin de hacernos creer a nosotros mismos que somos capaces de conocer y compartir algo de su identidad. Tal como como con John Prentice, el médico negro de “¿Sabes quién viene a cenar?”, como con nuestro amigo de la infancia o como con aquella familia judía de mi pueblo.

Finalmente, y ya que hablamos de discriminación, comparto acepciones de la palabra “pueblo”:

  1. Población más pequeña y con menor número de habitantes que una ciudad dedicada especialmente a actividades relacionadas con el sector primario.
  2. Conjunto de personas que vive en una población, región o país determinados.
  3. Palabra de la que se deriva “popular”, no como cultura (la cultura es una sola), sino como intuición de la vida y del mundo (o de la vida en el mundo).
  4. Paraíso perdido a causa de lo cual hace mucho sabemos que siempre viviremos en el destierro y que nunca más estaremos completamente en casa.

 

 

[4] O wichí, o lumnana, nunca lo sabré.

[5] Bajo la traducción “Adivina quién viene a cenar”, esta película puede verse espantosamente doblada al español y en una versión de baja calidad en https://www.youtube.com/watch?v=1zvf5JJ-Tbk

[6] Me refiero a la frase de Pamela David en su programa “Desayuno americano” del día 19 de noviembre de 2016 https://www.youtube.com/watch?v=lJ883ses8fE


Bibliografía

BORGES, Jorge Luis. Arte poética. Seis conferencias. (2001) Crítica Ed. Barcelona.

SEGATO, Laura Rita. (2007) La nación y sus otros: raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de políticas de la identidad (1ª edición). Prometeo Libros. Bs. As.

https://www.lexico.com/es/definicion/pueblo


Paula Storni
Profesora en Letras por la UNT. Es docente en la Carrera de Ciencias de la Comunicación y en los niveles medios y superior no universitario de formación docente. Su formación de posgrado se ubica en el área de las Ciencias Sociales. Ha publicado artículos en revistas especializadas en el campo de la educación y el estudio de las culturas juveniles. Colabora como editora en EDUNT (Editorial de la UNT). Integra el staff de la revista desde 2018 y colabora con textos de su autoría, edición de artículos y ensayos y compilación de relatos para la sección VERSO A VERSO.
Carlota Beltrame
Artista visual, docente universitaria, investigadora y a veces también realiza tareas de gestión cultural independiente. Vive y trabaja en San Miguel de Tucumán.

Imagen de tapa: María Sol FERNÁNDEZ, Piel. Cartuchera de metal, papel, restos de lápiz color rosa claro. 18,5 x 5,3 cm. 2016. Fotografía: José María Jaime


Sol Fernández
Es una joven artista en el último año de la carrera de Licenciatura en Artes Plástica (FAUNT) en donde se especializó en grabado. También se especializó en técnicas de la pintura bajo la dirección de H. Aníbal Fernández y de dibujo, bajo la de Florencia Ortiz Mayor. Ha realizado diseños e ilustraciones entre las que se destacan las del libro “Sí, somos plomeras” del programa Ellas Hacen-Tucumán (2015).
Sandro Pereira
Una de las figuras indiscutidas de la escena artística tucumana. Ha recibido numerosas becas entre las que se destacan “Encuentros de producción y análisis para jóvenes artistas dl NOA” (1998-1999) organizados por el Taller C y patrocinado por la Fundación Antorchas; TRAMA. Encuentros de confrontación y cooperación entre artistas (2002) organizado por el Taller C y patrocinado por la Fundación Antorchas, el FNA y RAIN (Países Bajos) o la Beca Kuitca (2003-2005). Han escrito sobre su trabajo críticos como Kevin Power o Graciela Kartofel. Sus obras pueden verse en numerosas colecciones privadas.
Gabriel Chaile
Nació en Tucumán en 1985. Estudió la Licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad Nacional de Tucumán. En el año 2009 participó del primer programa de artistas de la Universidad Torcuato Di Tella. Desde entonces realiza exposiciones colectivas e individuales a nivel regional, nacional e internacional. Actualmente vive y trabaja en Buenos Aires.