EL ALFABETO DE LA RUINA: NOTAS QUIETAS PARA UNA FORMA INQUIETA

EL ALFABETO DE LA RUINA: NOTAS QUIETAS PARA UNA FORMA INQUIETA

Martín Aguierrez, el autor que hoy presentamos, acaba de obtener el Premio a la mejor tesis doctoral escrita en español, otorgado por El Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana (IILI) de la Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos. Su trabajo fue seleccionado entre numerosas propuestas de tesis defendidas exitosamente en los años 2018 y 2019 y provenientes de distintas universidades de América Latina, Estados Unidos y otras partes del mundo.

Como parte de la política de difusión de la producción cultural tucumana, Sin Miga invitó al escritor/investigador a hacer una mirada retrospectiva de sus producciones de investigación más importantes y, desde la generosidad que lo caracteriza, nos dejó este valioso ensayo. No dejen de disfrutarlo.

 

  

EL ALFABETO DE LA RUINA: NOTAS QUIETAS PARA UNA FORMA INQUIETA

Martín Aguierrez

 

El monumento se desmorona. Crujir de las paredes seguido de un temblor en la tierra que sobresalta. Sin embargo, persiste; se mantiene en pie y, con la terquedad de las cosas que deciden sobrevivir, una casa se aferra al tiempo. Siempre me impactó esa fotografía del mexicano Juan Rulfo titulada “Casa en ruinas en la hacienda de Actipan”. En ella, la casa pierde su función de axis mundi[1] para mostrar el esqueleto del edificio. En esa foto, Rulfo capta con su cámara Rolleiflex la tensión que propone la ruina: ese proceso extendido en el tiempo del derrumbe. El ojo detrás de la foto también percibe una niebla que se expande y se infiltra entre los despojos. Una ambigüedad se juega en el acto de mirar la imagen: la niebla (que es polvo o humo) potencia el proceso de derrumbe y proyecta los escombros de la ruina hacia otro territorio, otro tiempo, con la fuerza del viento que sopla en múltiples direcciones.

El ojo de Rulfo me resulta sugerente para presentar un trayecto de formación y de investigación complejo, intricado, de idas y vueltas en el tiempo, en el espacio y en los imaginarios culturales y políticos de la literatura[2]. En ese trayecto lo que se repite es la modulación incesante de la ruina. Este ensayo es una búsqueda, una tentativa de darle forma a lo inestable, a la dinámica inquieta del pensamiento.

 

Washington Cucurto y el esqueleto profano de los libros

En el año 2014 concluí una indagación sobre la narrativa y la poesía del escritor argentino Washington Cucurto/Santiago Vega (Quilmes, 1973). Los derroteros de esa investigación me llevaron a palpar la realidad argentina poscrisis del 2001 en las hendiduras del cartón. La crisis política y económica acentuó las desigualdades y provocó la emergencia de Eloísa Cartonera, proyecto editorial y social impulsado por Cucurto, Fernanda Laguna y Javier Barilaro. El abordaje de la literatura en esa investigación se concentró en el vínculo entre el autor y sus lectores mediante el objeto libro, atrapado en la tensión cartón-mercado. Postulé un desplazamiento autoral y editorial desde el margen al centro de la escena literaria argentina. La narrativa y la poesía de Cucurto transitan por una materialidad del libro que oscila entre la ruina de los cartones (recogidos por cartoneros desde el basural y sobre los que Cucurto y otros cuerpos atravesados por la crisis sobrescriben, pintan) y la monumentalidad del mercado (su producción escrituraria da un salto en 2006 cuando alcanza un impulso editorial de relevancia con Emecé). En el medio, Cucurto monta una maquinaria representacional en la que la provocación y el plagio se juegan como operaciones discursivas de alto impacto. Zona de pasajes: la crisis desnuda el esqueleto de los libros y los pone a circular de nuevo en un tiempo donde ellos no importan porque el hambre se ha vuelta más pesado; mientras tanto, se consolida la contracara del proyecto cartonero; desde el centro del mercado el quilmeño intenta perdurar en la memoria de los lectores, su rostro (su cuerpo) se replica en las tapas de los libros publicados en Emecé y fortalece una entrevista de sí mismo y de su vida familiar en las siluetas de su producción poética.

Marcela ALONSO, La cosechera. Fotografía digital capturada la noche antes de su cierre definitivo. 2004

El conjunto de postulados surgidos de esta pequeña investigación se agrupó en un libro que lleva como título Palimpsesto profano: la escritura de Washington Cucurto (IIELA, 2016). La imagen del palimpsesto sostiene la argumentación de la propuesta. Procedimiento de reutilización por antonomasia, el palimpsesto expone los vínculos entre escritura y economía. Se borra, se raspa la letra preexistente en una superficie para volver a escribir algo nuevo. En ese gesto, los resabios textuales de una escritura anterior sobreviven en los intersticios de la nueva. El efecto es el de la incomodidad de lo doble: una disputa entre los trazos se juega sobre el soporte; forcejeos de una economía de supervivencia que evidencia la crisis infiltrándose sobre el papel, sobre los cuerpos que escriben y sobre los que leen. En el cartón, la caja con el nombre Terrabusi disputa cuerpo a cuerpo con los sujetos en crisis que la pintan, la renombran y la convierten en libros. Del lado del mercado, la letra de Cucurto pleitea con las imposiciones del editor, litigia con las demandas multinacionales para que el texto gane más lectores.

No sabía que en el palimpsesto profano se gestaba una niebla, resonaba una melodía disonante de lo por-venir.

 

Francisco de Ávila: el sonido y la ruina

  1. El Doctor Francisco de Ávila, hijo expósito, mestizo educado en la ciudad del Cusco, recibe el nombramiento oficial como juez visitador de idolatrías el 10 de diciembre de 1610 de la mano del virrey Marqués de Montesclaros. Dicho nombramiento es consecuencia de un hecho crucial: el reinicio de las campañas de extirpación idolátrica en los Andes centrales. Descubierta la apostasía de los indios en su Doctrina, decide emprender un viaje a Lima (desde Huarochirí donde ejerciera como cura doctrinero) para exponer su descubrimiento a las autoridades. Se presenta ante el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero, el virrey Marqués de Montesclaros, el fraile Pedro Rodríguez y el jesuita Juan de Sebastián hacia fines de 1609 y exhibe más de seiscientos ídolos y tres hechiceros en la plaza principal de la Ciudad de los Reyes. Expone y da evidencia ante los ojos de la Corona y la Iglesia. El acto público y espectacular culmina con un sermón en lengua quechua a cargo de Ávila, la quema de las huacas frente a los indios y el corte de cabello de un indio hechicero como gesto aleccionador.

En simultáneo, la escritura y la lectura acompañan en todo momento. Antes y después de su viaje a Lima, Francisco de Ávila escribirá, mandará a escribir, copiará, mandará a copiar, leerá y volverá a leer libros, manuscritos, tratados, en latín, castellano, quechua. En simultáneo construirá una de las bibliotecas privadas más importantes de Lima con 3061 libros impresos. Curioso afán el del coleccionista: son más los libros que los ídolos que quema en la plaza. Libros y huacas. Los primeros apilados en los anaqueles de una biblioteca; los segundos exhibidos y quemados en la plaza pública. Lee y requisa con los ojos ambos objetos, sólo que a los libros decide esconderlos y a las huacas exponerlas.

En anaqueles secretos alojará una serie de manuscritos sin publicar en los que quedan atrapadas sus huellas, sus marcas, su firma, sus comentarios. Son algunos de esos manuscritos los que se volvieron carozo de mi curiosidad. El manuscrito como alter ego del cartón: una materialidad textual que condensa en su interior las tensiones de una modernidad colonial configurándose en el entresiglo XVI-XVII y que dividió el mundo en centro y periferia. Territorio de bordes indecisos, de simultaneidad de tiempos que vuelven a poner en escena una casa en ruinas. En algún punto, la ruina cartonera devino máquina del tiempo para pensar otras temporalidades, otros espacios, otros lectores y autores sumidos en procesos de crisis.

Roberto CÓRDOBA, San Martín y 25 de mayo. Fotografía analógica full color. Década de los años 70. Colección: Darío Albornoz.

En efecto, en diciembre de 2019 defendí la tesis doctoral “Extirpación de escrituras e idolatrías en los Andes centrales: Francisco de Ávila (1573-1647)”. La presencia del extirpador de idolatrías como lector es central en la investigación. Ávila interviene en los márgenes de manuscritos propios y ajenos y proyecta su rol de extirpador en el acto de leer y escribir. El acto de leer y escribir tiene su correlato en una práctica de la dominación. Se apropia de textos escritos por agencias indígenas y escribe en los márgenes, copia o manda copiar (a indios a su cargo) textos administrativos, jurídicos, religiosos o históricos escritos en el siglo pasado (XVI); además escribe sus propios manuscritos, algunos dejándolos inconclusos, otros utilizándolos para ascender jerárquicamente en una sociedad colonial estratificada. La tesis potencia la riqueza de las notas marginales que los manuscritos ofrecen (como huellas de un lector inscripto en el texto) para ahondar en el trayecto vital, eclesiástico y político de Francisco de Ávila. Esas notas acurrucadas en los márgenes de las hojas se ponen en diálogo con el único libro publicado por el extirpador: Tratado de los Evangelios (1648), compendio de sermones en quechua y español. Zona de fronteras: con las ruinas manuscritas el lector extirpador construye un monumento similar al de su biblioteca; de la casa en ruinas a la catedral luminosa: los pilares de esa catedral se han montado sobre textos que no le pertenecen y el nombre refulgente de Ávila autor en la portada del libro es lo que lo salvará del olvido.

El polvo o el humo de la casa en derrumbe alimenta las vigas de la catedral futura. Lo interesante del proceso de investigación fue auscultar el sonido de la ruina en el edificio firme levantado por Ávila. Los escombros manuscritos resuenan en la textualidad de su Tratado; la violencia del extirpador se sutura en las costuras de un sermonario destinado a la conversión desde la palabra hablada. Sin embargo, la herida continúa abierta; supura y se expande con la fuerza del viento que sopla en múltiples direcciones.

 

Leer para no morir

Como la casa de Actipan, el alfabeto de la ruina conjuga la amenaza. El peligro es una latencia que hace de la destrucción algo inminente. Las vigas se van a caer, nos van a aplastar, puede que nos maten en cualquier momento. Para los espectadores de la foto de Rulfo, algo es inminente. La casa palpita su decadencia en nuestros ojos y nos contagia la crisis en el simple acto de mirar. La ruina es un devenir que concentra en su interior una dinámica de pasajes, materializa un presente en crisis, vehiculiza los sedimentos de un pasado arruinado y prefigura en sus rendijas lo que vendrá.

Y lo que llega es la muerte cifrada como recordatorio en los escombros de la ruina. Cucurto y Ávila leen y atesoran aquello que está en tránsito de perecer, leen en medio de la ruina o la miran de frente para desafiar la muerte. Y en ese ejercicio incómodo habitan la contradicción y la tensión; sus cuerpos lectores anidan la crisis: conservan pero destruyen, escriben con la mano pero borran con el codo, recogen voces/cuerpos marginales pero acentúan el nombre propio y el propio cuerpo, extirpan un mundo pero con sus restos arman un híbrido que lo contiene y lo eterniza; devastan con violencia un edificio en ruinas y con las piedras surgidas de la demolición abonan el devenir. Ese “sí pero no” que golpea en las últimas líneas de Pedro Páramo y traspasan este ensayo como un temblor: “Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”[3].

El lector que escribe estas líneas también lee para no morir. Su trayecto de escritura es un camino zigzagueante, movido por la contradicción. Se enfrenta a textos en ruinas que otros leyeron para complotar contra lo inerte, lo que no se mueve, lo yacente. Como Ávila, como Cucurto, cae en la trampa y se da cuenta que escribir es el gesto imposible de fijar el movimiento. Sabe que no lo logrará y, sin embargo, persiste.

 

 

 

[1] Sigo aquí a Gaston Bachelard quien sostiene en La poética del espacio (1965, Fondo de Cultura Económica: México D.F.) que la casa es nuestro primer universo, un microcosmos que articula el primer eje del mundo (axis mundo) con el que nos topamos apenas existimos.

[2] Me acompañó en este recorrido la Dra. María Jesús Benites (UNT-CONICET) y el equipo del Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos (IIELA) radicado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán y dirigido por la Dra. Carmen Perilli. El proceso de escritura e investigación nunca es solitario; implica la conversación sostenida en el tiempo con colegas y maestros. Siempre alguien da de leer, sugiere la escritura y toma el hilo de lo pensado en soledad para enredar la madeja.

[3] Rulfo, Juan. (2006). Pedro Páramo. El llano en llamas. Booket: Buenos Aires, pág.133.


Oscar Martín Aguierrez
Jujeño, Licenciado en Letras y Doctor en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Fue Becario Doctoral del INVELEC-CONICET, Becario Estudiantil de la Secretaria de Ciencia y Técnica de la UNT y Becario Linneus – Palme en la Universidad de Gotemburgo (Suecia). Forma parte del Proyecto PIUNT “Políticas de la Literatura en América Latina” dirigido por María Jesús Benites. Ha publicado Palimpsesto profano: La escritura de Washington Cucurto (2016) en la colección del IIELA y artículos académicos en revistas y libros de especialidad tanto del país como del exterior; colaboró con artículos de divulgación en diarios locales y páginas web de difusión de la literatura.

Imagen de tapa: Juan RULFO, Casa en ruinas en la hacienda de Actipan. Fotografía analógica ByN (Gentileza de Martín Aguierrez)


Roberto Córdoba
Nació en Tucumán en 1927. Durante la década de los años ´70 realizó verdaderas crónicas visuales de la ciudad trascendiendo el mero registro de la calle y del edificio para convertirse en un genuino corpus no sólo de carácter histórico, sino también estético. En la escena artística tucumana, Córdoba fue el creador del primer proyecto registral urbano metódico, sistemático y, lo que es aún más destacable, firmado por un autor. Murió en octubre de 2019.
Marcela Alonso
Tucumana. Es técnica universitaria en fotografía y se desempeña como fotógrafa y digitalizadora en el Laboratorio de Digitalización del CCT-Tucumán con sede en el ISES UNT/CONICET. Desde 2006 también es curadora de muestras fotográficas del área Archivo y Conservación del Museo de la Universidad (MUNT). Con un marcado sesgo feminista, desde 2004 exhibe su obra en exposiciones individuales de museos y espacios provinciales, nacionales e internacionales.