EL ACUERDO CON EL FMI 2022 | Del deseo a la realidad, de lo ideal a lo posible
Desde la sede en Bélgica de la Confederacion Sindical Internacional (CSI) en donde se desempeña como economista, el tucumano Daniel Kostzer explica en un lenguaje llano los numerosos problemas y pocas ventajas del acuerdo del gobierno argentino con el FMI. Mucho que aprender y comprender en un territorio opaco para la mayoría de nosotres, ciudadanes de a pie.
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EL ACUERDO CON EL FMI 2022
Del deseo a la realidad, de lo ideal a lo posible
por Daniel Kostzer
“La necesidad tiene cara de hereje”
Esta frase solía usar mi madre con mucha frecuencia, en especial cuando sus hijos hacíamos algo no deseado o desesperado, imprevisible en nuestra conducta habitual, para obtener algo o compensar un mal comportamiento. Consultando por internet me topé con la expresión necessitas caret lege (la necesidad carece de ley) que aparentemente en épocas de la Reforma se transformó de caret lege en cara de hereje. Como diría Giordano Bruno se non è vero, è ben trovato[1].
Ahora bien, ¿por qué tanto preámbulo para escribir sobre el acuerdo con el FMI? Básicamente para poder explicar que, independientemente de las condiciones, calidad, consistencia o crueldad que puede contener el mismo; y sin tener en consideración definiciones del pasado, actitudes generales o particulares, en este momento el Gobierno de Argentina debe regularizar, arreglar o reconfigurar su situación con un acreedor el cual, por diferentes motivos, es privilegiado a escala global y obedece a una dinámica política externa a los reglamentos de la organización, con decisores prioritarios en agendas que se hallan desinteresadas por lo que sucede en el hemisferio sur del globo. Como si esto fuese poco, el FMI cuenta con un staff técnico seleccionado en universidades con cosmovisiones (o más bien, cosmovisión) antagónicas con aquéllas que proclaman una cierta dosis de autodeterminación -al menos económica- de los pueblos y sus destinos.
Todo esto se da en lo que probablemente sea el contexto más incierto que nos toca vivir a aquellos que tenemos menos de ochenta años, no sólo en lo nacional, sino también en la escala global: pandemia más guerra. Así las cosas, todos los escenarios que se presentan, muchos de ellos diseñados en mesas de café, cuando no en los 280 caracteres de alguna red social, son absolutamente inconsistentes, ya que las alternativas que se exponen (que exponemos), no tienen antecedentes en el pasado cercano o lejano, convirtiendo toda discusión sobre que se podría hace o no, en un ejercicio de contra fácticos incontrastables.
Las negociaciones con cualquier organismo multilateral, y en especial con aquellos en los que el poder de voto está determinado por el poder accionario en la institución, no proponen lineas a través de las cuales, desde sus extremos opuestos las partes van acercando posiciones. Quiero decir, cuando se negocia la compra de un bien, el oferente dice cien, el comprador propone cincuenta, y así, de manera lineal ambos van acercándose hacia un punto de convergencia consensuado. Pero en las negociaciones con el FMI, donde son todos intermediarios hasta la decisión final, lo que en un momento parecía un acercamiento, en el siguiente puede volar por los cielos porque no le gusta a alguien más poderoso que los negociadores, en especial si es el que tiene poder de veto en los headquarters[2]. Lo mismo puede suceder si no es aceptado por algún referente local de importancia pivotal en la alianza de gobierno. Ese proceso, que en general se denomina técnico y que en realidad es casi un ensayo de prueba y error, nos ha llevado casi dos años. Hoy muchos se preguntan por qué esperar tanto para llegar a este punto. Sí. No hay otra, para colmo en un contexto de pandemia global en el que la trayectoria de algunas variables económicas centrales, resulta poco más que una nebulosa.
Al menos hoy tenemos un primer memorando de entendimiento que nos permite vislumbrar los términos del acuerdo, aunque que tampoco podemos decir que esté escrito sobre piedra. Nuestro parlamento puede sugerir reformas, pero es necesario advertir que volarán a Washington y serán escrutadas con el celo de quien no tiene ningún apuro ni se hace cargo que estemos en esta situación por su responsabilidad en el fiasco de 2018 y sus posteriores revisiones.
Leyendo el borrador algunos argumentarán que es el acuerdo menos ortodoxo de los que el FMI suscribiera en los últimos cinco años, y es cierto. Cierto, pero también lo es el hecho de que gobiernos como los de Ecuador, Egipto, Turquía o Ucrania tenían de origen posiciones mucho más conservadoras, ortodoxas y pro-mercado que las del FdeT que hoy gobierna nuestro país. Es más, el FMI les ha servido como excusa para profundizar sus ajustes.
Otros dirán que es recesivo y que no vislumbra un corredor de crecimiento sustentable para el país. También puede ser cierto pues se basa en elementos de cierto optimismo, que requieren del alineamiento de variables exógenas, muy fuera de nuestro control, muchas de las cuales, en Argentina tienen comportamientos contradictorios y a veces hasta perversos, como lo son las ventajas en términos de precios internacionales o demanda de exportaciones que impactan encareciendo nuestros alimentos o la energía que consumimos.
Sin embargo, si tratamos de encuadrar el acuerdo, podremos decir que es bastante inédito ya que algunas de sus partes están escritas con “tinta limón”, o sea que se vuelven invisibles, y sólo aparecerán a la luz de alguna discusión secundaria. No tiene las grandilocuentes frases desreguladoras en nueve puntos que caracterizaba el template o formato de los acuerdos, existentes desde el origen del FMI allá por fines de los cuarenta. Éste definía la desregulación de los controles de capitales, la de los mercados externos, la eliminación de subsidios, la liberación de la cuenta de capital, los mecanismos de fijación de la tasa de interés y del tipo de cambio, la desregulación del mercado de trabajo (para que sean la oferta y la demanda los que fijen los salarios), la creación de sistemas previsionales basados en el ahorro del propio trabajador, etc. etc.
En el acuerdo que hoy estamos discutiendo se trató de hilar fino cada una de las condicionalidades, tanto buenas como malas; tanto de corto como de largo plazo. No se escapó ninguna frase (aunque las mañas de los técnicos aparecen en un par de lugares, coladas como de rondón). En cuanto al gasto público, las definiciones son ortodoxas ya que propugnan su reducción hasta llegar al déficit cero, pero pueden considerarse como las más flexibles que se hayan visto en un acuerdo con el FMI. El reconocimiento de la multicausalidad de la inflación no es un dato menor, y la renuncia a las soluciones monetaristas toda una novedad. También digno de destacar, y allí creo que se trató más de la pericia y resistencia de los negociadores argentinos que el cambio de opinión por parte de los escribas de ese organismo, el haberse abstenido de recurrir a la flexibilización laboral, a la eliminación de las indemnizaciones por despidos y a la descentralización de los convenios colectivos de trabajo.
Sin la vehemencia de los años en que estaba orgullosos del Consenso de Washington[3], el FMI sigue sin embargo fiel a la idea que hay que “modernizar la negociación paritaria” expresándolo cada vez que puede. Otro tema no casual es el del supuesto “respeto” de la voluntad del individuo a seguir trabajando luego de la edad jubilatoria aun cuando se haya cumplido con todos los pasos para acceder a este derecho. Obviamente, respetar la voluntad del individuo no es un dato menor, pero hacer que mucha gente siga trabajando reduce la presión sobre los fondos previsionales por dos medios: siguen contribuyendo y no retiran. Así, con jubilaciones bajas y la pirámide achatada, muchas se verían presionadas a continuar trabajando, incluso si desean retirarse.
En el mundo comercial suele decirse que es preferible un mal acuerdo antes que un buen juicio. En este caso, la alternativa del juicio es absolutamente remota, la demora no beneficia al deudor (como suele pasar en los juicios ordinarios de deudas), ya que cierra ventanillas del Banco Mundial, del Banco Interamericano de Desarrollo, del CAF – Banco de Desarrollo de América Latina, etc. los cuales, aunque modestamente en función del tamaño de la deuda contraída con el FMI, contribuyen a las arcas nacionales y en particular a proyectos puntuales de desarrollo. Para colmo no tenemos garantías que algún tribunal en la tierra (en la tierra de los que influyen en el ámbito de las finanzas) tome nuestro caso de manera favorable, aunque más no fuera como un ejemplo de leading case[4] contra los apoyos internacionales a gobiernos inescrupulosos que fugan capitales. En efecto, cuando se habla con los representantes de los países que tienen influencia en el FMI, responden que la deuda la fue tomada por un gobierno democrático y que la continuidad jurídica es fundamental en las relaciones internacionales. Y cuando se rebate que sus gobiernos estuvieron involucrados en este préstamo envenenado, el argumento es que no fueron los actuales gobiernos, sino las administraciones anteriores.
El acuerdo con el FMI no es bueno. Nunca es bueno pagar los platos rotos de una banda de desaprensivos e irresponsables rapiñeros, pero sin dudas, se halla en el marco de lo posible en un contexto tan complicado, en el que se juega una geopolítica de profundo sesgo ideológico y que conforma un mundo bi-polar, diferente del pasado, pero con igual dinámica. Volviendo a la frase de mi madre, “la necesidad tiene cara de hereje”.
[1] Cuyo significado en castellano es si no es verdad, está bien encontrado.
[2] Nombre que recibe el lugar en el que se concentran la mayoría de, si no todas, las funciones importantes de una organización, en este caso el FMI.
[3] El Consenso de Washington fue el conjunto de fórmulas económicas neoliberales impulsadas en 1989 por varios organismos financieros internacionales (el FMI, el Banco Mundial, el BID y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, todas ellas con sede en la capital de Estados Unidos, Washington D. C.). Proponía diez medidas económicas que conformaron un decálogo del neoliberalismo recetado para abordar la crisis económica de América Latina. El Consenso recomendaba minimizar el gasto público, los impuestos y las subvenciones, acoger y facilitar la inversión extranjera y local, favorecer a la empresa privada, desregular los precios y los despidos, y asegurar los derechos de propiedad privada, intelectual y de empresa. Para el exterior, prescribía liberalizar las importaciones y exportaciones, y orientar la moneda nacional hacia la competitividad internacional y la exportación no tradicional. Tales medidas contribuyeron a una todavía mayor pauperización y endeudamiento de aquellos países que, como Argentina, las aplicaron en la década de los años 90.
[4] Cuando en determinada circunstancia se dan situaciones que provocan una respuesta judicial nueva, creadora, que deja atrás todo lo existente, estamos ante una resolución judicial verdaderamente importante. Pero si además esta resolución llega a modelar las situaciones que vienen detrás de ella, y se vuelve vinculante para las cortes, estamos ante un caso líder o un leading case. En estas circunstancias, el leading case orienta conductas, los jueces la invocan y los abogados recurren a ella como precedente.
Imagen de tapa: Gabriel CHAILE, Aguas calientes. Ollas de aluminio con soldadura y grabados, cucharones y pava permutados por la Asamblea Popular “Plaza Dorrego” del barrio de San Telmo, CABA. Medidas variables. 2019