CRISTINA Y LOS LOBOS
SinMiga regresa con un imperdible análisis de Aldo Ternavasio en el que desnuda las razones del desesperado intento de frenar a la actual Vicepresidenta. A como dé lugar. Ciertamente el macrismo expresa a boca de jarro que ya no hay espacio para la “revolución de la alegría” sino para la de la violencia, pues violentos serán el nuevo y brutal proceso de concentración de la riqueza y las reformas del Estado que propone. Así las cosas, según Ternavasio, al macrismo sólo le resta construir una sociedad que desee ese contexto y para ello ha sido y es necesario la propagación ad infinitum de los discursos de odio. Por cualquier Medio.
CRISTINA Y LOS LOBOS
Por Aldo Ternavasio
Mi herida existía antes que yo;
he nacido para encarnarla
Joë Bousquet
El exitoso ataque fallido del lobo solitario vino a realizar la voluntad explícita de parte de la sociedad argentina y, a la vez, a expresar su verdad constitutiva (ver más abajo). A saber, por un lado, el deseo de hacer desaparecer a Cristina -y, con ella, al peronismo kirchnerista- y, por otro, la imposibilidad de hacerlo. Todo el inconsciente histórico-político argentino fulgura en un instante de peligro.
Si el tirador falló fue debido a su impericia. Ni el tiro del final le salió. Es esa banalidad extrema la que decidió que hoy, transcurridas tan solo 48 horas de la agresión, este país sea éste y no otro. La dimensión material de la contingencia que definió el cauce de los hechos fue ínfima (la ausencia del estereotipado gesto de remontar el arma), pero sus alcances, enormes. Resulta revelador cómo mucha gente sintió la necesidad de calificar de milagroso este cortocircuito entre la banalidad de una contingencia y la insondable ilusión de predestinación histórica de sus consecuencias. Todo sucedió como si lo que no ocurrió, no lo hizo porque no debía hacerlo. Espejismo retroactivo que alumbra nuevos desplazamientos subjetivos.
Providencias aparte, el aspecto milagroso reside, a mi juicio, en la combinación de una tremendamente improbable buena fortuna y de una conmovedora y oracular dramaturgia en la que el azar parece confirmar nuestros más profundos deseos históricos. El milagro plebeyo y profano de una dramaturgia popular sin dramaturgo. Pero también, de un nuevo campo de posibilidades.
Autoría afectiva
Un lobo solitario nunca está solo, lo sostiene siempre una ferocidad de manada. Si el autor material e intelectual del magni-femicidio es individual, el autor material e intelectual de su sentido es colectivo. A ese colectivo, para resumir, lo llamaré simplemente macrismo. Por eso, nadie se equivoca cuando le atribuye a la oposición la autoría afectiva del intento de asesinato.
Esto resulta ineludible. El mismo Macri —o sus asesores— fue el primero en comprenderlo y rápidamente tuitió su repudio al atentado. Pero es imposible despegarse de lo sucedido porque su sentido proviene del mismo macrismo y éste apuesta todo, de manera pública y notoria, a ser la némesis del kirchnerismo. Intentar despegarse del sentido del crimen equivale a renunciar a la identidad macrista y, por tanto, a su articulación discursiva. No va a ocurrir. No obstante, como lo demostraron las masivas movilizaciones del viernes, la estrategia macrista comienza a encontrar límites internos y nuevas hipótesis de conflicto. No es posible condenar a Cristina sin que una gran mayoría de argentinos acepte su propia condena. Corolario: sin condenar a Cristina no alcanza, con la condena de Cristina no es probable que se pueda.
La segunda venida
El macrismo del amor y la alegría, el macrismo Durán Barba, se extinguió con la brutal represión durante el también fallido intento de imponer una reforma previsional en 2017. La reingeniería destructiva de la sociedad argentina no es posible sin violencia porque ésta resiste. El proyecto de desguace del Estado K empaquetado en un discurso de autoayuda encontró un límite insalvable que ni la derrota de Cristina frente a Esteban Bullrich ni la complicidad de sectores del peronismo permitió al macrismo superar. La estrategia de Cristina de crear su propio partido, Unidad Ciudadana, no fue exitosa en términos electorales (aunque esto es relativo si se tiene en cuenta el boicot de parte del PJ), sí lo fue en proyección política. Demostró que Cristina era la principal electora del movimiento peronista (y adyacencias) y le permitió reconfigurar la escena política en 2019. Cuando esto comenzó a ser evidente, para el macrismo quedó un sólo camino: la persecución judicial como fuerza de choque, la demonización como fuente de legitimidad, y, por supuesto, el odio como único eje motivacional.
El origen del odio no es el odio
La aspiración del hijo de Franco a una segunda encarnación presidencial ya no tiene nada que ver con la del Macri del amor de 2015. Ahora es el Macri del juicio final. Retorna —o, al menos, eso pretende—, con la espada en una mano y con Marc Stanley en la otra. Si finalmente es Macri, Bullrich o Rodríguez Larreta, al menos por el momento, da igual. El jefe político indiscutido de ese espacio sigue siendo Macri.
Si no hay ninguna duda de que el macrismo considera que es necesario que comience la hora de la espada es porque ellos mismos lo dicen abiertamente. Vuelven para realizar de golpe todas las reformas necesarias. El propio Larreta se encargó se formularlo: “no tendremos 100 días, tendremos 100 horas”.
El macrismo se propone reformas violentas que sólo pueden ser vendidas como lo que son, violencia. Las consecuencias que tendrán en nuestras vidas no admiten otra caracterización: salarios a la baja, eliminación de derechos previsionales, sistemas sanitarios más precarios, nulo acceso a vivienda, más poblaciones vulneradas, etc. Si el producto que ofrece el discurso de Cambiemos ya no es alegría sino violencia es porque la implementación de estas reformas va a invocar esa violencia.
No hay nada en el programa de la derecha argentina que pueda ser propuesto bajo la forma de una expectativa de bienestar. Sólo queda la promesa de una violencia seudo liberadora, de una shumpeteriana[1] destrucción creativa que, obviamente, no creará nada. Nada más que concentración de riqueza. Entonces, se trata de lograr que la mayor cantidad posible de argentinos deseen esa violencia y la perciban como la única vía para cierto grado de autorealización. Cristina no solo encarna el principal obstáculo político al proyecto macrista, también su condición de posibilidad libidinal puesto que su destrucción legitima el disfrute de la violencia de una política que no promete más que penurias y represión. Es a esta doble implicación a lo que más arriba me refería como la ‘verdad constitutiva’ del deseo de desaparición apuntado hacia Cristina. Las grandes movilizaciones del viernes demuestran lo incierto de tamaña apuesta. Pero también, su peligro.
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Mis afectos existían antes que yo
Queda preguntarse si la eficacia del discurso del odio reside en los medios de comunicación o si es necesario reflexionar más en profundidad. El odio es un afecto y como tal puede circular sin un contenido específico. Es necesario gestionarlo. Esa es la función de los medios. Pero esa función no sería viable si no se ejerciera sobre un cuerpo social producido como un cuerpo social afectivo. El rol de los afectos en política no es nuevo. Sus tecnologías de gobierno, sí. En síntesis, la instrumentación del odio no es más que el polo de un campo político que en su totalidad se efectúa como intervenciones sobre una materia afectiva. De un lado al otro del espectro institucional, cambian los modos y los modelos que efectúan, pero no su sustancia. Es ésta la manera en la que circula el poder en sociedades modeladas por lo que podríamos denominar como capitalismo afectivo[2]. Es importante tener presente esto porque el discurso implica mucho más que palabras y significados. Antes que proposiciones, el discurso se prefigura en infinidad de pequeñas prácticas y perspectivas que, por sí mismas, carecen de significado y de contenidos ideológicos. Afectos más allá del bien y el mal que, una vez efectuados son fácilmente capturables por los dispositivos de poder. Formas de ver la realidad, de establecer jerarquías, de valorizar percepciones, de naturalizar relaciones. En síntesis, una gigante suma de pequeños actos cotidianos que modulan sensibilidades y llenan de hábitos y automatismos los cuerpos. ¿Cómo desarticular este dispositivo sin conmover profundamente nuestras formas de vida? Porque es allí donde se aloja eso que antes llamé capitalismo afectivo. Condición de posibilidad del discurso del odio, es verdad, pero también de los discursos que lo confrontan. Aquí reside la dificultad de la tarea que enfrentan las sociedades contemporáneas. Si se cede en las palabras es porque antes se cedió en los cuerpos. Pero esto ya nos lleva demasiado lejos. Literalmente, tiene que ver con otra Historia. La nuestra, hoy, pasa por el cuerpo de Cristina. Ojo del huracán, presa fabulosa de los verdaderos lobos.
[1] En relación al economista austríaco Joseph Alois Schumpeter que introdujo el concepto de ‘destrucción creativa’ en el ciclo económico.
[2] Con esta expresión no pretendo hacer ninguna referencia a conceptos sistemáticos. Sin embargo, es verdad que se podría mencionar una gran cantidad de propuestas teóricas, muy diversas y con perspectivas diferentes, orientadas por preocupaciones como las que planteo aquí. Sí me gustaría destacar dos intervenciones que me resultaron muy valiosas, el libro de Diego Sztulwark, ‘La ofensiva sensible: neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político’, editado por Caja Negra en 2019 y el de Jun Fujita Hirose, ‘¿Cómo imponer un límite absoluto al capitalismo?’, publicado por Tinta Limón en 2021.
Imagen de tapa: Fátima PECCI CAROU, La Unidad básica entra al hogar. Acrílico sobre tela, sobre mantel de hule. 110 x 170 cm. 2020