¿Culpamos a la luna de nuestro movimiento?
La inteligencia de los irresolutos, hombres de escaso conocimiento nos advierte la Bhagavad-gītā, tiene innumerables ramificaciones en floridas palabras. Según la física, dos personas diferentes en dos marcos de referencia diferentes describen el mismo hecho de dos maneras diferentes. Según la biología, nada queda abandonado al azar. Todo se adapta a todo. El sol contiene la medida del ojo, y el ojo contiene la medida del sol en cada uno. Orfeo llama “ojo” al sol.
Miramos el sol, y nos damos cuenta de que ha cambiado de sitio, pero no lo vemos moverse. Hay que comparar su posición actual con su posición anterior para darnos cuenta. Y, sin embargo, se mueve todo el tiempo. Lo mismo pasa con la luna.
La “sala negra” de Tamañoficio en “La razón por la que hay algo en lugar de nada” de Mariana Ponce, curada por Javier Soria Vázquez, tiene una dimensión sublunar, caliginosa. Nuestro campo visual se reduce a una elipse irregular reflectante en un vértice del espacio que se divisa a través del hueco (también irregular y elíptico) de otro objeto que funciona como tabique y marco. Este es, en proporción, tan grande que nos supera. En términos plásticos, la escultura que funciona como tabique y la figura reflectante son, por sus dimensiones en el espacio y por sus formas particulares, surreales.
La elipse reflectante, espejo del sol, luna, nuez, insecto, puerta dimensional, elemento plástico, está sobre algo y de algo depende, sin embargo nos sostiene la mirada como suspendida en la nada. Y va más allá aún, nos persigue en el movimiento que hacemos, como la luna cuando somos niños.