MARGARET THATCHER COMO CELESTINA

MARGARET THATCHER COMO CELESTINA

La hipótesis es: no hay espacio para el amor verdadero en la cultura neoliberal (porque el neoliberalismo no sólo es una teoría económica, sino, y ante todo, un proyecto cultural). En el ensayo que presenta hoy SinMiga, Aldo Ternavasio nos dice que en un mundo en el que hasta las relaciones entre las personas son sólo valoradas en base una lógica de costo-beneficio o en el que las sociedades están constituidas solamente por individu@s que no se hallan interesad@s por construir comunidad, la pérdida por la entrega de sí mism@ que implica el amor y la empatía por el Otr@ no encontrarán lugar alguno en una cultura en el que la propia vida humana es considerada como una mercancía.

 

 

MARGARET THATCHER COMO CELESTINA

Consideraciones Intempestivas post San Valentín

por Aldo Ternavasio

 

Si en algo ha triunfado el mercado —es decir, los neoliberales—, es en hacer del amor algo gerenciable. Creo que casi ninguna persona que se autopercibe adulta en el siglo XXI se siente con la capacidad de hacer con el amor algo nuevo, hacer del amor algo con lo que crear. En su lugar, como seguramente querría la dama de hierro si aún viviera, no hay otro lugar para el amor que el que dictan los agenciamientos neoliberales. No puede ser la causa de un sujeto, aquello que lo pone en movimiento como sujeto de algo que viene de más lejos que él: el afuera de su interior. Mucho menos, su meta. Por el contrario, si es que no fuera evitable, debe ser un instrumento al servicio de la renta emocional del individuo en vistas a financiar un universo conformado a imagen y semejanza de un mercado. Se trata siempre de ser la mejor versión de uno mismo. Y el problema es que el amor socava el ‘uno mismo’ entendido como título de propiedad del individuo. El amor adopta la forma de una sociedad anónima. En el mejor de los casos. En la mayoría, la de una UTE. Unión Transitoria de Empresas. Locación de servicios sexoafectivos. Obviamente, todos sentimos que esto le ocurre sólo a los otros. A fin de cuentas ¿Hay algo más auténtico que nuestros más profundos sentimientos? Y yo diría que sí. En realidad, casi todo.

Lucrecia LIONTI, Exaltar la economía. Tela, fieltro, lana hilo. 183 x 166 cm. 2018

Pero no me refiero al cálculo de los vínculos afectivos. Me refiero a la forma que éstos adoptan cuando son de lo más sinceros. ¿De dónde vienen esas formas? Del fondo intensivo de la lógica neoliberal. No de doctrinas o ideologías, sino del inmenso flujo de sensibilidades que nos atraviesan cotidianamente en infinidad de detalles insignificantes.

Sería ridículo afirmar que el neoliberalismo hizo del amor algo problemático. Siempre lo fue. Decenas de milenios de cultura lo certifican. En cierto sentido, el amor es problemático por definición. La humanización del primate bien pudo haber comenzado por una escena de celos. Lo que sí hizo, y por eso el capitalismo afectivo se convirtió en la gran máquina de captura que hoy nos asedia por todos los flancos, es darle su propia forma al problema. En nuestra vida cotidiana, el amor se nos presenta como algo a lo que, si cedemos, quedamos expuestos a ver desaparecer nuestro capital humano, es decir, los títulos de propiedad de nuestra individualidad afectiva. No me refiero a lo obvio, al cálculo amoroso (expresión hoy casi redundante). Apunto a algo más profundo, a señalar que el problema del amor hoy es que se trata de una potencia de la que hemos sido desposeídos. El amor no está enfermo, goza de excelente salud en virtud del lugar que hoy le asignamos. Amor a uno mismo que no es más que amor a las prótesis —generalmente bienes de consumo—, que nos hacen ‘uno mismo’. Parafraseando a Spinoza podríamos preguntarnos: por qué los hombres y mujeres luchan por el desamor como si lucharán por enamorarse.

La sensación de no poder amar, de no tener que hacerlo, es el dato naturalizado que no sentimos que deba ser cuestionado política ni colectivamente. Más bien, lo contrario. El neoliberalismo y su incontenible abstracción financiera nos deberían demandar una crítica de la economía política de los afectos individuales. Pero no es lo que ocurre. Asumimos nuestras formas de (no)amar como si fuera el único gesto honesto del que todavía somos capaces. Un gesto individual, de compromiso y hasta de amor con uno mismo. Quizás por eso Deleuze es el filósofo que más necesitamos, porque es el que llega ser más extemporáneo al ser contemporáneo. Si hay algo que no resignaron Deleuze y Guattari es a insistir que, en lo más íntimo, allí donde yacen los más “honestos” sentimientos a los que los individuos desean ser fieles, lejos de encontrarse la idílica cascada de la más cristalina identidad, se encuentra un océano impersonal tomado por agenciamientos colectivos y maquínicos. Por más profundo que sea el Yo con el que ‘nos hablamos’ (en rigor, no suele serlo para nada) no aparecerá allí nada ‘expontáneo’. Es sólo dejando aflorar algo del caos que subyace en el fondo de la existencia que podemos crear algo. Ciencia, arte, amor… Da igual.

Lucrecia LIONTI, Austeros y cuidadosos. Acrílico, lápiz, hilo, lana. 147 x 140 cm. 2018

Pero no se trata de postular un más allá de los impersonales automatismos maquínicos con el que podríamos oponer una subjetividad (y afectividad) individual propia. No hay ninguna sabiduría del ser oculta en algún recodo como un tesoro que nos espera. Por el contrario, se trata de dejarse atravesar por un devenir-sujeto, un devenir-amante o amado. No hay devenir que no sea dividual, y, por ello, en el que todo cambie. Dividual es lo que no se divide sin cambiar de naturaleza. No se deviene-amante sin que el amor devenga otra cosa distinta de lo que es. Nada existe por sí y para sí. Todo es relación. Es el terreno de las multitudes. No ingreso a un devenir-amante sin que la multitud de afectos que me puebla se confunda con la multitud que, por su parte, emerge en un devenir-amor. Y en éste, el amor deviene siempre otra cosa diferente a lo que ya es. Si hoy no amamos es porque nos sentimos desposeídos de las fuerzas capaces para crear una forma de vida para el amor que podría tocarnos. Es un problema de comando.

De los agenciamientos maquínicos, a riesgo de desdibujar la noción a niveles inaceptables (ver Mil Mesetas de D&G) sólo diré esto. Se trata de cierto orden carente de fundamento que emerge del caos estadísticamente y que permite que se formen estratos: cosas y palabras. Un agenciamiento detenta el lugar del fundamento, pero no lo es. O, más bien, no lo es de derecho. Ningún agenciamiento agota el fondo caótico y es el caos el que emerge para que las cosas cambien. Trazar líneas de fuga es traer algo de esa potencia del caos en virtud de hacer (sería mejor decir devenir) algo nuevo no explicable por el agenciamiento (esta reducción podría objetarse de muchas maneras, pero me interesa retomar el tema del texto).

Deleuze y Guattari comprendieron muy tempranamente que no se trata de oponer el individuo a lo social porque ambos polos son efectuados por los mismos agenciamientos maquínicos. Se trata entonces de descender hasta el caos que bulle bajo los agenciamientos que nos subjetivan y trazar allí líneas de fuga que nos permitan, en este caso, reapropiarnos de algo que SÓLO ASÍ HABRÁ SIDO UN AMOR. Es ese deseo de reapropiación que el neoliberalismo supo obturar exitosamente (de ahí la importancia de la crítica a los aspectos moleculares del poder). No hay nada prêt-à-porter que oponer a las formas del amor contemporáneo salvo aquello que seamos capaces de crear. La fidelidad a esa tarea de creación sería a lo que deberíamos quizás llamar amor. No se puede amar sin experimentar y, por tanto, sin estar dispuestos a hacerlo. In The Mood for Love observaba el cineasta Wong Kar-wai: las historias de amor sólo pueden ser extemporáneas.

Margaret Thatcher insistía hasta el hartazgo sobre la existencia de algo así como la “sociedad”. El mantra neoliberal: sólo existen los individuos y las corporaciones. Se equivocó. Estos últimos tampoco existen (si no se los hace existir). Quizás lo que nos indica la experiencia siempre fallida del amor contemporáneo, y de nuevo parafraseando a Spinoza, es que amamos más a nuestras cadenas individuales que a nuestra potencia de trazar líneas de fuga que hagan del amor otra cosa que la satisfacción, en el sentido que sea, de muestras “necesidades” de individualidad. Todo sucede como si amar fuera una oscilación obligatoria entre un cliché vacío pero desbordantemente emotivo o una indolencia triste e impotente pero honesta. No obstante, el paquete del amor se recubre de miles de stickers y gifts cursis que expresan lo que ya nadie quiere decir. Lo curioso es que hay una creencia muy generalizada de que eso es lo que debemos hacer para estar a la altura de nuestro tiempo. Modern Love. Ser adultos. La certera apariencia de una pasión deconstruida entrega sin pelear el sacrificio del amor al tótem contemporáneo. No tenemos más fidelidad que para el mercado.

 

 

 

Aldo Ternavasio
Nació, vive y trabaja en San Miguel de Tucumán. Es docente e investigador de la Escuela de Cine, Video y TV de la UNT. Incursionó en el campo del videoarte y las instalaciones y ha conducido numerosos encuentros de análisis de obra para jóvenes artistas tanto de nuestra escena, como de otras provincias del país. Integra el consejo editorial de la revista “Link “en donde escribe sobre arte, cine y política.

Lucrecia Lionti
Artista visual, Licenciada en Artes Plásticas por la FAUNT (2003-2008), continuó su formación en Programa de Artistas 2010 y Laboratorio de Cine 2011 en Universidad Torcuato Di Tella. Trabaja con el lenguaje mezclando idiomas, modismos, formatos, técnicas y colores. En sus piezas reflexiona sobre su lugar de procedencia, su historia, la actualidad económica-política y relaciona con ironía temas complejos de la realidad con diferentes movimientos de la historia del arte. Vive y trabaja en Buenos Aires.

Imagen de tapa: Lucrecia LIONTI, Extractivismo Senti Mental. Lana de oveja y llama sobre madera. 186 x 86 cm. 2023